Los fieles de Genarín conmemoran su último día

Procesión de Genarín.

Isabel Rodríguez

Llegó su día. Hace 82 años Genarín dejó León cuando el primer camión de la basura de León se lo llevó por delante mientras aliviaba sus necesidades a orillas de la muralla, en la calle Carretas. Este pellejero bebedor, putero y jugador que no tendría dinero ni para un funeral, fue desenterrado del olvido por cuatro hombres.

Aquellos cuatro evangelistas -un árbitro de fútbol, un taxista, un aristócrata y un poeta- comenzaron a homenajear cada Jueves Santo a Genarín con una procesión hasta el lugar en el que había encontrado su fatídico destino. Era la forma de sacar del anonimato a una persona normal, como la mayoría.

Así que en esta historia había un hombre humilde que se encuentra con la muerte. Cuatro evangelistas que deciden pregonar su palabra allá donde vayan. Una procesión. Y muchos devotos. Los elementos que tomaba de la religión católica no sentaron nada bien entre la iglesia, menos cuando su principal diferencia era que mientras una ensalza el sufrimiento, la otra aplaude la diversión, así que en el año 55, entre el gobernador civil y el obispo de León deciden suprimir la tradicional procesión de Genarín.

La prohibición consiguió apagar la llama durante 20 años, pero de los rescoldos resucitó a partir de 1977, con un importante impulso en el 81 dado por el libro El entierro de Genarín de Julio Llamazares, que se ha convertido en una especie de biblia de esta religión del orujo y el festejo que cada año en Jueves Santo inunda de ríos de gente las calles de León.

Los cofrades se reunirán esta noche, como es habitual, en La Pintona, en la plaza de San Martín, donde celebran cada año su última cena. Un convite con sopas de ajo, bacalao y queso bañado por orujo. Tras ella se leen pasajes de la historia de Genarín y la epístola, una poesía que de forma anónima se hace llegar para la fecha. En esta ocasión será el ganador del concurso organizado de versos burlescos genarianos el que se encargue de leer ante la plaza de San Martín, sus poemas.

Es entonces -a eso de las 12 de la noche- cuando arranca la procesión de la Plaza del Grano con los cabezudos, que representan a los cuatro evangelistas, el paso de Genarín agarrado a una farola, el de la Moncha -la prostituta que cubrió su cuerpo tras la desgracia-, el barril de orujo y la muerte que segó la vida del borrachín del pueblo.

En la plaza de San Martín recogen al resto de cofrades y recorren su particular via crucis. La primera parada tiene lugar en la calle de la Sal, o calle de los 30 pasos, los que hacen falta para recorrerla. Después se detienen ante la Catedral, donde leen otros versos, y terminan finalmente frente a la muralla, por la que trepa el Hermano Colgador para dejar la ofrenda al Padre Genarín: una botella de orujo, un poco de queso, algo de pan, una naranja y una corona de laurel.

Allí quedan para Genarín a salvo de maleantes que quieran llevárselo. Genarín ya avisó una vez con uno de sus milagros, según cuenta la leyenda, e hizo resbalar a aquel que intentaba hacerse con las ofrendas. Entre sus otros prodigios destaca -o eso cuentan sus seguidores- que curó a un enfermo de riñón, la redención de la Moncha o la subida a primera división de la Cultural. Una historia que llama cada año la atención de los medios nacionales por su peculiaridad y que, aunque a algunas cofradías les pesa, mantiene a los hosteleros con una sonrisa de oreja a oreja en el día que más aumenta su recaudación.

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