“Ni caras ni cruces; alto, esto es una redada, todos a Comisaría”

Jose María le detalla a Maximino Cañón los pormenores del suceso que copó la actualidad en toda España.

j manuel lópez

José María Fernández Rubio sigue a sus 74 años al frente, desde la sombra de la jubilación, de uno de los lugares en donde se han negociado casi todos los asuntos políticos y empresariales de calado de las últimas décadas en León, el Bar Cantábrico. Pero en la madrugada del Viernes Santo de 1976, hace 37 años, una tradición tan ilegal como consentida, los corros de chapas, que, como en el caso que nos ocupa se completaba con mesas de bacarrá y de póquer, llevó a la capital leonesa a convertirse en protagonista de todos los medios de comunicación nacionales por un hecho tan insólito como esperpéntico; más de cien personas de lo más selecto de la sociedad leonesa pasaron la noche en comisaría después del reventón de la timba que tenía lugar en el Bar Cantábrico, en uno de sus momentos más álgidos, eran noches en las que más de uno perdía medio millón de pesetas, que traducido a un valor actual podríamos hablar fácilmente de más de 20.000 euros. Entre los detenidos un aforado, el ex alcalde y Procurador en Cortes Manuel Díez Ordás.

Una pistola

José María Fernández comenzó a trabajar en el casino de la familia en Valencia de don Juan con 10 años, y con 26 se vino a León y se hizo con el viejo Cantábrico, en donde se produjo la irrupción policial, y poco después al fallecer el dueño del actual local lo compró y mantuvo los dos, se llamaba entonces El Roble, hasta que en 1982 decidió apostar por el actual Cantábrico.

Serían las cuatro de madrugada, el alcalde José María Suárez, hermano del ministro, había abandonado el recinto y el Gobernador Civil Francisco Laina, la máxima autoridad civil, porque no estaba en Hemiciclo, durante los sucesos del 23F, ya no pudo acceder porque la policía había cerrado las puertas y yo estaba, recuerda José María, de ayudante de crupier en la mesa de bacarrá. Estaba subastando una baraja y de repente por encima de mi hombro apareció el cañón de una pistola y oí una voz que decía, me cago en...esto es una redada, y acto seguido se identificaron como policías; en ese momento tenía unas cien mil pesetas encima...Sí, yo era el dueño pero estaba “acojonado”.

En ese momento cundió el pánico y podía haberse formado una muy gorda, pero la gente que había era gente buena, testifica José María. Hubo reacciones de todo tipo; un conocido, José Luis Fernández de Córdoba, responsable de la banca, escondió el dinero que llevaba encima en una vieja estufa que no funcionaba, algunos optaron por escaparse por un hueco del baño muy pequeño y Manolo Chivani, conocido empresario de la hostelería, tomó un paño que le permitía esconder el dinero y pasar por camarero; José María recuerda con retranca que Manolo Chivani incluso recordó a todos los presentes la obligación de pagar las copas antes de irse a comisaría.

Desfile

Uno de los policías estaba asustado de la redada y así lo expresaba a propios y extraños, y una vez que quedó claro qué era lo que pasaba comenzó el desfile hacia comisaría; algunos andando, otros en coche propio y los más en furgones policiales, todo un espectáculo que se confundía con el trajín de los hermanos de las cofradías que comienzan la jornada muy de madrugada.

La noche transcurrió con la toma de declaraciones y a José María le obligaron a presenciar todas aunque en un momento le pudo la risa floja y el comisario de noche, tan nuevo como el autor de la redada, le echó del recinto, momento que aprovechó para dejar en el coche los 20.000 duros que llevaba encima, ya que poco después le volvieron a llamar para que siguiera de testigo ante el desfile de ilustres, a los que se les preguntaba cuánto dinero llevaban encima y cuánto había jugado.

En un momento de la noche un policía nacional le recordó al comisario que entre los detenidos había un aforado y que claro.... pero el jefe del servicio de noche debió contestar algo así que de ahí no se movía nadie. Pero a la segunda o tercera observación el inspector debió recapacitar y le dijo a Díez Ordás que podía ir, aunque el procurador contestó que se iría cuando se hubieran ido todos.

Periodistas y policías

Los medios de comunicación nacionales hablaron de contubernio político de los fraguistas, Laina, contra los reformista de Canterero, Suárez, pero la realidad es mucho más curiosa; un asunto de cojones.

Todo comienza esa noche en el Bar la Viña H, Actual Viña H II, donde policías y periodistas daban carpetazo a la jornada con sendos güisquis. En ese encuentro la noche de autos, el comisario recién llegado a León se jactaba de haber reventado una timba en la carretera de Zamora, pero los periodistas comenzaron a meter cizaña; que sí, que en esos garitos se atrevía cualquiera, pero que no había cojones para reventar la timba del Cantábrico, en donde se daba cita los más selecto de la sociedad leonesa. Este pellizco al orgullo se regó con buenas dosis de güisqui y tal vez con algunas otras delicias con hielo. Y la semilla germinó y hacia las cuatro de la mañana se produjo la entrada policial. Dice la leyenda que ni del comisario de noche ni el que tomó la decisión se supo nada más y poco después desaparecieron de León. El comisario Jefe Modesto Ajenjo pidió disculpas a José María y algo similar hizo el Gobernador Francisco Laina, que propició un encuentro con José María a través del secretario del Gobierno Civil, entonces el lacianiego Ángel Valencia.

Summers

Nada sucedió y todo el trajín de la noche debió terminar en la papelera, pero de aquella historia quedan algunos recuerdos que José María guarda con cariño, como una edición de la Gaceta Ilustrada de fecha dos de mayo de 1976, costaba la revista 35 pesetas, cuya portada refleja en una tira cómica de Summers el quid del asunto; un policía pistola en mano, y con las manos arriba como mandan los cánones policiales, un papón con capillo y todo, el alcalde con la banda de regidor.... El propio dibujante regaló el original a José María una vez que se templaron los ánimos. La tira convertida en cuadro luce en una de las paredes de El Cantábrico, justo a la derecha de la entrada.

Durante días José María no hizo otra cosa que atender las llamadas de medios de comunicación de toda España. Por cierto la Gaceta Ilustrada titulaba el asunto como “Escándalo en León”: “El todo León detenido en una timba de bacarrá”.

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