Luto por separado

Funeral tragedia Pozo Emilio del Valle

Jesús María López de Uribe

Entre miles de personas no eres nadie. Y más cuando toca contar un desastre como la muerte repentina de seis mineros y estar en su funeral. No eres minero siquiera, por tanto no eres de allí. Lógico que sus propios compañeros no quisieran a la prensa y a los políticos dentro del polideportivo; aquello es privado. Privativo de quien es de la mina y sus pueblos.

Así que periodistas y políticos se quedaron en sus respectivos corrillos. Bueno, los periodistas hasta grabar la entrada de los féretros, uno a uno, aplauso a aplauso; luego se desperdigaron entre la multitud para observar qué ocurría.

El caso es que lo curioso fue ver que los políticos se disponían en corrillos. El oficial, con el subdelegado del Gobierno, con el presidente Herrera, con Isabel Carrasco... y con la más que notable ausencia del alcalde de León... que... estaba a muchos más metros de distancia compungido con sus compañeros mineros. Él sólo. A pelo. Sin destacar. Minero también, Emilio Gutiérrez se comió el cierre de Hulleras de Sabero hace veinte años cuando era alcalde minero en Cistierna. Al menos llevó varias empresas al polígono industrial. Allí estaba hablando con mineros de su edad, ya mayores, ya abuelos de la mina. Mientras, el grupo principal, el de los políticos 'pintones' no pintaba nada entre la multitud. El único privilegio que les hicieron vacío para tener un corrillo en el que respirar. O no. Igual los mineros les hicieron directamente el vacío hasta que al salir recibieron varios gritos de censura a su forma de gestionar lo público. Gritos producto de la rabia de los mineros, es de suponer. Herrera, Suárez-Quiñones, Carrasco... se pusieron el traje de faena política y, cabizbajos, salieron como pudieron de allí. Es lo que toca. A veces también tienen que pasarlo mal. Les pagan para ello. Y lo saben. Al menos estuvieron allí sabiendo lo que podía ocurrir. Eso sí, nadie les dió protagonismo (eso queda para nosotros, los periodistas que no lo podemos evitar).

Del PSOE, Tino Rodríguez y Óscar Álvarez, junto con el senador Ibán García del Blanco (pegado a su móvil comentando lo que ocurría con algún compañero de partido a base de teclear en él), se encontraban en un corrillo pegado al de las autoridades oficiales, pero claramente separados. Sin llamar la atención. Como los demás. Como cualquier otro. Lázaro García Bayón y Javier Chamorro llegaron un poco tarde, pero allí estuvieron, más pegados al grupo de autoridades que a los socialistas.

El grupo de Izquierda Unida, con el político más importante de todos los que asistían: el diputado Gaspar Llamazares. Importante por ser el mediático, como antiguo líder de la coalición, el de Madrid, el que sale en el telediario. Aunque muchísimo más por ser de familia minera, porque su padre era de Villamanín, que por ser diputado nacional. Estaba en otro corrillo apartado de los socialistas y de las autoridades, no muy lejos, y pegados a una de las puertas del polideportivo de Santa Lucía. Allí Santiago Ordóñez y José María González con históricos de Izquierda Unida de León. La cara de Llamazares era un poema. No es una persona que tenga una cara de alegría constante, pero desde luego en el funeral su cara era todo menos simpática. Una seriedad mortal.

Desperdigados, ya sin corrillos, el rector de la Universidad de León. Alto como es José Ángel Hermida, y con el pelo blanco, no se le puede dejar de ver entre toda la multitud ahí en solitario. El alcalde de Pola, Francisco Castañón (otro minero), intentando organizarlo todo, de un lado para otro; más alcaldes mineros, con cara compungida (duelen estas cosas cuando muchos han sido compañeros de profesión de los fallecidos). Entre el público, como compañero de tajo de verdad, mucho más apartado, otro de casi dos metros; el histórico Guillermo Murias —que pasó de picador en la MSP a alcalde de Villablino y diputado provincial— intentando no destacar. Y, mientras tanto, los periodistas poniendo la oreja a ver si sacan de la gente una expresión para contar. La mía, que no murieron intoxicados: en la mina se dice “apestados” (por la peste del gas); aparte de oír la frase: “A Juanín le han quitado los tubos y tiene la cabeza entera, está ya bien”. Es decir, que desentubado no está muerto cerebralmente. La mejor noticia de un día tan difícil, desde luego. ¿Pero cómo alegrarse en un funeral tan sentido como éste? Son seis muertos y de una forma brutal para la gente de la mina. Se fueron sin más, sin explicación, por algo que nunca debería suceder: ¿El control del grisú no es el ABC de la mina? Es lo complicado de entenderlo. Da igual que estés en misa, con el obispo don Julián allí. Da igual que los mineros respeten a los curas de su zona. Da igual. Al final una de las mujeres mineras, de esas enormemente fuertes mujeres de este sufrido sector, saltó en su agradecimiento y dejó las cosas claras: “Lo que ha pasado sólo puede ser culpa de los responsables” y más cosas que es mejor escuchar directamente (aquí está el audio).

En realidad los que no somos de pueblo minero estábamos allí como si no estuviéramos. Pese a que mi paso por La Crónica despertó mi admiración total por estos obreros del carbón, lo único que tengo de negro es mi visita al mismo pozo en que ocurrió la desgracia y la tinta que se desprendía antaño de los periódicos, que ya ni eso. No soy minero, pero me integro en el respeto.

No sólo los políticos, extraños para los casi cinco mil compungidos que estaban allí (cuenten los tres mil de fuera y los de dentro del polideportivo) pasaron el luto por separado. Los que no somos mineros también. Si uno mira el respeto con el que se tratan los de la familia minera, sabe perfectamente que sólo son ellos los que pasan el luto en conjunto.

Lo único que se puede hacer es contarlo. Para acercarse a su dolor. Para acercarlo a los que no son mineros pero sienten su dolor.

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