Apurando el Grial

Máximo Soto Calvo

El libro 'Los Reyes del Grial' de Margarita Torres y José Ortega del Río lo quise reservar para la quietud del verano frente al mar, pues, cuanto pude en su momento leer y escuchar al respecto, y fue mucho, calmó mi momentánea ansia de saber sobre el secreto que revelaba. Pero también sirvió para que, un sencillo diletante de lo histórico leonés como yo, con él en la mano, pudiera sentir las vibraciones emotivas de lo leonés, una subida de ánimo especial para leoneses cada vez más alicaídos autonómicamente.

Perdóneme el lector esto último, no imprescindible, sí oportuno para esta Tribuna, siempre necesario por verdadero, dado lo que de permanente imposición nos supone el ente autonómico con sus reiteradas injerencias en nuestro feudo leonés. Si bien, ése que habla por nosotros, en este caso aún permanece en silencio, pues realzar un valor leonés es contrario al proceder de sus valedores, pero el mutis también genera perjuicios.

El ejemplar que he tenido en la mano, ya correspondía a una segunda edición. Este dato me alegraba por cuanto, numéricamente, podía estar apuntando a una buena difusión del descubrimiento. Llevando así al mundo el matiz histórico de lo leonés, que en puridad Margarita tiene claro y sabe como transmitir.

Uno nota, ya externamente, tan sólo tomarlo en la mano, que está ante una obra bien cuidada por la editorial, la propia calidad de edición en papel cuché lo avala, a fin de resaltar el valor del contenido, ahí es nada: descubrir un secreto, con ribetes claros de mito, cuyos orígenes se inician hace casi dos mil años, según nos cuentan. Ayuda y mucho el retazo de las pinturas de nuestra 'capilla Sixtina' colocado en la portada; el cuenco, cáliz o grial, en la mano de san Marcial, de mirada exoftálmica hacia el infinito, nos anima a querer comprender. El color púrpura, más o menos, nuestro color leonés de bandera y pendones, a página completa en ocasiones, ocupa espacios muy significativos.

Tal como estoy mostrando mis percepciones iniciales, parece que pretendiera quedarme en lo anecdótico, nada más lejos de la realidad, aun cuando, como ni tengo vocación de crítico ni especial preparación para ello, al entrar en las páginas y comentar el tema, sí me gustaría que mis palabras recogieran la, llamemos emoción, de estar ante el valor incalculable que para lo leonés, sentimiento y vida de un pueblo, supone que en el Panteón Real de san Isidoro hayamos tenido, como herederos de los valores del Reino de León, en el Cáliz de doña Urraca 'escondido', un gran tesoro. ¡Y que ha de seguir formando parte de nuestro patrimonio!

Tesoro que en el aspecto religioso, para muchos pueda tener mayor relevancia, su línea de máximos, explicada pero no afianzada por los autores, que como historiadores recogen. En la introducción, ya en la segunda línea, al citar a Jesús, se dice “ejecutado en la Cruz”, me sorprendió el vocablo, ejecutado. Mi disquisición interna y personal es que un hombre, un reo, muere en la cruz, como sistema romano de ajusticiar, pero el Hijo de Dios, como tal, se entregó al martirio y a la muerte, cuestión de matiz.

El hallazgo decisivo de la profesora de Historia Medieval y del doctor en Historia del Arte, un tándem de lujo sin duda, se fundamenta en unos pergaminos conservados en la Biblioteca de la Universidad de Al-Azhar en El Cairo, aparecidos recientemente, en los que se habla del traslado del Cáliz de la Última Cena de Jesús, y cómo éste llegó a la capital del Reino de León, que, en su momento, lo era de la Hispania recuperada.

No tratan de ocultar el sobresalto y la emoción inicial de su descubrimiento. Y como en un buen relato de tesoro oculto, no faltan cadencia, tensión y ritmo; ni 'planos' limpios y clarificadores, que nos sitúen en los lugares precisos, dicho esto sin ánimo de trivializar.

La parte histórica, imprescindible y esclarecedora para entrar en materia, mejor comprender el momento, las situaciones y las motivaciones de cada pueblo—personajes judíos, cristianos y mahometanos, etcétera—, lleva el sello de la rigurosidad metodológica de expertos en la materia. No sólo se muestran convencidos, sino que mediante la explicación del entorno histórico de cada fase histórica para el Cáliz, nos empujan a los lectores a seguir el proceso de lo posible que ellos han asumido.

Lugares y gentes bien descritos, donde Jesús y sus Apóstoles se movieron y entre quienes convivieron, para llegar a la Última Cena, parte fundamental en la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús; por cuanto explicado lo de las copas/cuenco, su uso cotidiano y en especial festivo, da paso a poder entender el valor especial que ha tomado el usado en la Última Cena de Jesús con los Apóstoles.

Marcan los momentos y fechas propicios para ésta, que sirvió para instaurar la Eucaristía, acogida y practicada por los posteriormente llamados cristianos. Aun cuando nos dejan claro los autores que en éste, el libro del Grial Leonés, no se van a rememorar propiamente hechos de Cristo que dan pie a la prolija historia del Cristianismo.

Le es fácil al lector seguir, por los retazos literarios en los que se cita el cáliz, el mismo camino, de incertidumbre ante el hallazgo, con el que ellos van confirmando y afianzando su descubrimiento. Dispuestos cronológicamente, y entresacado el sustancioso párrafo documental que recoge el dato, se puede comprender el enorme esfuerzo de su busca, lectura minuciosa, siempre en pos de la huella que va perfilando el afianzamiento de la idea primigenia.

La dama Egeria de la GallaeciaLa dama que citan, procedente de la Gallaecia, el noroeste peninsular, de nombre Egeria, monja y del Bierzo para muchos, emparentada con la familia imperial de Teodosio I, también conocida como Eteria, estuvo allá por Tierra Santa entre los años 381-384. Ver y entender las celebraciones de Semana Santa entre los cristianos era “su pasión”. En el libro sobre las Semanas Santas leonesas de Aurelio Calvo, dice respecto a ella que “visitó los lugares por donde anduvo el Divino Maestro; besó y abrazó los objetos e instrumentos de la Pasión”. ¿Sería posible que, entre éstos, estuviera también el Cáliz? Pues según nos relata Margarita, durante un tiempo, a los peregrinos les fue dado tocar y besar la Copa. Esto no pasa de ser una sencilla elucubración mía.La dama Egeria de la Gallaecia

Desde el siglo I están los cristianos repartidos en comunidades por el mundo, siendo la de Jerusalén la más numerosa. La victoria romana sobre las ruinas de Jerusalén, supone, a partir de ahí, su reconstrucción, y será denominada Aelia Capitolia; de menor entidad por cuanto no será amurallada.

En el año 400 empiezan a encontrarse alusiones a la Copa del Señor. Desde el siglo V, la Copa, está físicamente en la iglesia del San Sepulcro donde se custodiará hasta la época fatimí. Se tienen noticias de que, como protección, se le había buscado emplazamiento en una pequeña iglesia a la afueras de Jerusalén, momento en el que la encuentran los musulmanes, 1055, circunstancia coyuntural y propicia, demasiado fácil, ¿un cebo o cambiazo?, para que ésta, bien custodiada, y como halago del emir de la taifa de Denia a Fernando I, Rey de León con Sancha, llegue hasta la capital legionense.

El Emir de Denia había recibido la gran joya como muestra de agradecimiento del país de Egipto, porque en el año de la hambruna (447) había mandado gran cantidad de víveres. Su intención era, según nos cuentan, regalársela, dada su aureola de poderes curativos, al Rey leonés afectado del mal de la piedra, con quien pretendía fortalecer la amistad; vamos para que le dejara permanecer tranquilo en su taifa, y en cierto modo le protegiera de la amenaza de Zaragoza, y en mayor medida de Valencia. Cosa que, el monarca leonés, según sus datos históricos, parecía cumplir.

De Denía a León, fuertemente custodiada, y siguiendo rutas secundarias, nos cuentan que llegó a la iglesia que, por entonces, Sancha y Fernando habían edificado, hoy San Isidoro.

Al cuenco de ágata, por aquello de los poderes curativos, le había sido sustraída una esquirla, que sirvió para curar a la hija de Saladino, dato éste, el del desconchón, que viene a demostrar que el cuenco hallado en León, es el mismo pues presenta dicha huella, bajo el rico armazón que algún buen orfebre realizó con oro y las piedras que Urraca le entregó y propuso. El mismo Cuenco que los cristianos venían considerando como el de la Última Cena.

Toda una lección de historia leonesa, que adorna, explica, realza y sirve como armazón para mejor comprender el cuenco de ágata, el uso de éste en la última Cena de Jesús, hasta llegar al Cáliz de doña Urraca, como tal muy querido, al que desde las páginas de un bien montado libro, sus autores, con unos pasajes de connotación religiosa de altos vuelos, le añaden un plus muy especial.

Me quedo pensando que la Iglesia, con mayúscula, bueno los dirigentes actuales, permanecen en su clásico silencio oficial; acogen la noticia, relato, suma de pistas que abocan a deducciones claras, pero callan. En la Colegiata de san Isidoro, dado el propio valor intrínseco de la joya, más el añadido por los historiadores, le han destinado una sala especial y blindada. ¡Bien hecho! El valor añadido del turismo cultural y por qué no el de la simple curiosidad, será fructífero. Pero por favor no hagamos lo de siempre, lo del silencio, y realcemos como propio todo lo leonés sin cortapisa alguna.

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