Tras las huellas judías en el Bierzo

César Sánchez / ICAL El barrio de los Judíos de Ponferrada, antes de su crecimiento a partir de la segunda mitad del siglo XX

V. Silván/Ical

El Bierzo fue siempre un cruce de caminos que, a lo largo de los siglos, dio forma a un diverso y rico mosaico de pueblos, culturas y, por supuesto, también religiones. Es el caso de las comunidades judías, que llegaron a la comarca para asentarse en las aljamas de Ponferrada, Bembibre, Los Barrios, Cacabelos, Villafranca del Bierzo o Vega de Valcarce. Unas huellas difíciles de seguir, que se han ido borrando con el tiempo, sin apenas vestigios de la presencia berciana de estos sefardíes -como se denomina a los judíos originarios de España y Portugal, ya que la tradición hebrea identifica el topónimo bíblico Sefarad con la península ibérica- tras su expulsión a partir de 1492 por orden de los Reyes Católicos.

Una de esas huellas se encuentra en Ponferrada. “Tiene un barrio de los Judíos, situado entre el parque de 'El Plantío' y el río, a la derecha de la antigua carretera general de La Coruña”, señalan desde el Centro de Documentación y Estudios Moisés de León, que indican también la existencia en esa zona de una sinagoga. Un templo que después sería transformado en almacén o bodega con el nombre de 'La bóveda', cuyo lugar ocupan ahora los edificios próximos al puente de la Puebla o Cubelos -su ubicación estaría en el entorno de lo que hoy en día son las oficinas de Hacienda-. “Yo recuerdo, siendo chiquita, ir como mi padre a Casa Cubelos a comer y siempre señalarme: Ahí estuvo la antigua sinagoga”, cuenta la presidenta del centro Moisés de León, Esther Rubio.

César Sánchez / ICAL Barrio de Los Judíos de Ponferrada

'La bóveda', un edificio de piedra, vacío interiormente y dotado de una buena portada. Ese fue el lugar que la tradición identificó con la sinagoga del barrio de los Judíos, como también recoge Justiniano Rodríguez en 'Las juderías de la provincia de León', en una nueva referencia que ha enriquecido “la significación de este lugar como asiento propio y apartado de los hebreos, que en realidad hubo de ser sólo durante cuatro años”. Y es que hasta 1488, los judíos vivían “mezclados” con la población cristiana -incumpliendo la orden existente de apartamiento y segregación de estas comunidades- sólo teniendo más alejadas la sinagoga y el cementerio en el llamado 'monte de los Judíos', cerca de la confluencia de los río Sil y del Boeza y próximos al mercado viejo, frente a la rampa de entrada del castillo de los Templarios.

Su aislamiento extramuros en el campo o barrio de los Judíos -nombre que se mantiene en la actualidad- fue impuesto bruscamente a partir de ese año, a través de un orden despachada por los reyes por petición expresa del concejo y justicias de la ciudad, con el corregidor Juan de Torres al frente, que solicitaba que “señaleys sytio e lugar conveniente donde los dichos judíos sean apartados”, en cumplimiento de la legislación general y, en especial, de las Cortes de Toledo. A este respecto, Justiniano Rodríguez señala que ese barrio era “un lugar suburbano y aislado, no sólo por su material alejamiento del núcleo fortificado, sino por su situación topográfica al pie del cerro en cuya cima se alzó la ciudad vieja”.

Por otro lado, la tradición también a señala un Cristo de los Judíos, un crucifijo pequeño que guardan ahora en el convento de las Concepcionistas de Ponferrada y sobre el que existe la leyenda, sin precisión alguna de fechas, “que coincidiendo con las conmemoraciones cristianas de la Semana Santa, los hebreos robaron este crucifijo y encerrándose con él en la sinagoga se dedicaron a escarnecerlo”. Según recoge Rodríguez, algunos cristianos al pasar por delante del templo hebreo oyeron sus extraños lamentos e hicieron abrir las puertas, sorprendiéndoles y dando lugar a “públicas manifestaciones de desagravio y acaso a indignadas represalias contra los judíos”.

Aunque la poca documentación existente sobre la presencia de los judíos en Ponferrada data ya del siglo XV, desde el centro Moisés de León, señalan que tuvo que ser mucho anterior. “Hay constancia del asentamiento de Bembibre ya en 1331, sabiendo que esta documentada la presencia judía en España desde el siglo I y que estuvieron aquí 1.500 años, es de imaginar que las comunidades hebreas llegaran mucho antes y estuvieran varios siglos entre nosotros en Ponferrada y en el Bierzo, aunque no tengamos ninguna fuente documental que nos lo confirme”, apostilla su presidenta, Esther Rubio, que reconoce que no quedan prácticamente vestigios de su paso por la comarca. “No queda prácticamente nada, los judíos se han distinguido por su conocimiento, eran discretos, no levantaban grandes templos ni solían tener tierras, sólo aquellas posesiones que podían llevar consigo en caso de tener que volver a salir huyendo y qué se podía llevar mejor que el conocimiento”, añade.

Un iglesia con cimientos judíos

La siguiente huella judía lleva hasta Bembibre, al entorno de lo que hoy en día es la plaza Mayor y el barrio de la Fuente. “El núcleo hebreo aquí afincado debió ser numeroso y floreciente, como consecuencia de las aptas condiciones que brindaba a su desarrollo la oportunidad económica del Camino, calcado sobre la antigua Vía Nova, la fertilidad de los terrenos contiguos y el notable poderío político logrado tempranamente por el concejo de la villa”, explica Justiniano Rodríguez. Y es que la villa del Boeza es el único caso en el que la sinagoga se ubicó en medio de la plaza principal de la localidad, dónde hoy en día se levanta la iglesia de San Pedro, en lugar de estar desplazada junto a las murallas.

César Sánchez / ICAL Antigua calle de la Judería de Bembibre, en el año 1987 (Archivo Manuel I. Olano)

El historiador Manuel Olano explica que la sinagoga era un edificio de planta rectangular y tres naves. “Bajo su nave mayor contaba con una mikve para los baños rituales, donde fluía un manantial de agua pura”, describe el director del Museo Alto Bierzo, que también recuerda el “pleito” abierto por la ocupación que los cristianos realizaron de la sinagoga. La construcción del templo hebreo contravenía la legislación canónica y los vecinos de la villa, con el párroco Diego González a la cabeza, tomaron la justicia por su mano, irrumpiendo tumultuosamente en la nueva sinagoga para lanzar fuera la Torá o Torah y el resto de ornamentos judíos, disponiendo en su lugar el altar, con la cruz y una imagen de Santa María.

Aunque fue devuelta por un breve tiempo al culto judaico por la justicia seglar, una sentencia del 19 de mayo de 1490 del Consejo de los Reyes Católicos la devolvió a manos de la comunidad cristiana para que siguiera siendo utilizada como iglesia. Una decisión que se justificó en que, aunque los judíos “pudieran tener alguna licencia y facultad para hacerla, no la tuvieron que hacer más rica y más suntuosa que la que antes tenía y, por ello, justamente la merecieron perder”. Aún así, entendiendo que la actuación del párroco tampoco fue la adecuada, le obligaba a instalar como sinagoga en un plazo de seis meses, “una casa en que los dichos judíos se junten, en el suelo que por ellos y por el concejo de dicha villa fuese señalado, hecha de cinco tapias de alto, 35 pies en largo y 25 pies en ancho”.

Una sinagoga nueva que apenas pudieron utilizar por la premura de su expulsión en 1492 y que también acabaría transformándose en un capilla cristiana -ya desaparecida, al ser demolida en 1783 por ruina-. En Bembibre, los judíos también fueron apartados extramuros y próximos al río Boeza, en el actual barrio de La Fuente, con la apertura de la calle de la Judería y la calle de la Fuente o Sal sí puedes -actualmente calle de Vegarada y calle del Puente, respectivamente-, donde encauzaron un manantial y construyeron la alfaguara que se conoce como la fuente de los Caños o del Concejo. De esa presencia judía, apenas queda la estructura perimetral de la aljama de la parroquia de San Pedro, una pileta de abluciones que se conserva en el Museo Alto Bierzo y la necrópolis de San Cebollón – en los terrenos que ahora ocupa el pabellón Bembibre Arena-.

Otras aljamas en el Bierzo

Y los pasos de los judíos por la comarca llevan también a los pueblos de Los Barrios de Salas, Cacabelos, Villafranca del Bierzo y Vega de Valcarce. Según un censo realizado a mediados del siglo XV, las comunidades judías del Bierzo eran bastante ricas y notables, puesto que tributaban cantidades muy elevadas de dinero, antes de tener que afrontar una nueva diáspora y salir de España, ya fuera a través de los puertos marítimos de Galicia o cruzando hacía Portugal. Desde el centro de estudios Moisés de León destacan su asentamiento en Villafranca, donde a partir de las primeras menciones en el siglo XII se vislumbra un importante núcleo judío, con la popular calle del Agua -donde nació Enrique Gil y Carrasco- como vía principal de su antigua judería. También resalta a algunos villafranquinos ilustres como los escritores Ramón Carnicer y Antonio Pereira, estos últimos “con apellidos de muy probable origen converso”, ya que muchos hebreos pudieron regresar aceptando su conversión al cristianismo.

Y aunque era algo totalmente inusual, hay constancia de un alcalde judío en Villafranca, delegado por el señor Nuño Peláez allá por el año 1175, mientras que algunos hebreos de esta villa también se vieron implicados en una red ilegal que trataba de sacar los metales preciosos y las joyas de los expulsados, una actividad que estaba expresamente prohibida. Así, de mucha menor entidad e importancia fueron las aljamas de Cacabelos o de Vega de Valcarce, esta última de establecimiento tardío y vinculada al paso del Camino de Santiago.

Por otro lado, la presidenta del centro Moises de León, Esther Rubio, también lleva hasta Valdecañada (Ponferrada) la presencia de los judíos en el Bierzo, con sus barrios, 'del Dio' -nombre que los sefardíes dan a Dios, en singular como único- y de 'Agadán', actualmente abandonado. Rubio defiende el origen judío de este último poblamiento, por su relación con esa palabra hebrea para referirse a la oración que recitan la noche de víspera de pascua. Un valle que recuerda el propio Enrique Gil y Carrasco en su largo viaje a Berlín, cuando a orillas del Rhin, en San Goar, escribe en su diario: “El río a los pies y a la espalda un valle angosto, pero lindo, con un arroyo en el fondo, que parece el vivo retrato del de Agadán en el Bierzo”.

Una huella judía que no ve el arqueólogo e historiador Rodrigo Garnelo, para quien se trataría únicamente de la coincidencia del topónimo con una palabra hebrea porque “no hay ninguna documentación que atestigüe la presencia de judíos ahí”.“Debe de tratarse de una coincidencia -por ejemplo, un antropónimo medieval es Magadán, podría venir de ahí, por ejemplo-, además no se han encontrado referencias documentales medievales de Agadán, por lo que ese barrio podría ser moderno”, ya que aparece como agregado a Valdecañada en el siglo XVII.

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