Carta abierta al Presidente de la Junta de Castilla y León

El presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera. Diego de Miguel / ICAL

“Hace tan sólo unos años, un hombre con una envidiable claridad de ideas dijo que fuéramos ”Hombres y mujeres para los demás“. Esta exhortación iba dirigida a unos oyentes concretos, pero la clase política sería un destinatario aún más adecuado. El mensaje lleva implícita la idea de servicio a los demás que es, o debería ser, la esencia de un servidor público.

Hoy precisamente escuchábamos una breve reflexión acerca de la trata de personas: se llega a ese extremo porque se acaba “cosificando” al ser humano, reduciéndolo a un objeto. ¿Es eso de lo que hablamos? ¿Los 46 despidos del Servicio de Banca Telefónica de Caja España-Duero de León son números, cifras? La cifra, 46, es la máscara de carnaval, pero debajo laten el mismo número de corazones que, libres de maquillaje, serán en unos días enterrados junto a la popular sardina. Y no hará falta contratar plañideras. Le aseguramos que el cortejo fúnebre será nutrido, pues estará compuesto por sus hijos, parejas, padres, hermanos, amigos...

Unas líneas más arriba ha aparecido la palabra “servicio”; eso es lo que hacían estos trabajadores, pronto en paro. Y nos consta que en más de una ocasión se han recibido correos y llamadas de clientes agradecidos que querían hacer notar la calidad de dicho servicio. Calidad y calidez.

El empleo es cada vez más escaso de nuestra región. En esta ocasión, como un Cid contemporáneo, camina hacia el destierro. Y los leoneses dirán a su paso aquello de “¡Qué buen vasallo si tuviera buen señor!”. Porque los “señores” de esta tierra no hacen nada por solucionar la situación.

Siempre es un buen momento para tender puentes. Nunca es tarde para revestir de dignidad al ser humano, para verlo como lo que es realmente: sueños, objetivos, sentimientos, proyectos... No aniquilemos nuestra tierra, no seamos cómplices de su empobrecimiento, no seamos insensibles a su destrucción.

Hace quinientos años un hombre, más preclaro aún, dijo aquello de “¡Id, e incendiad el mundo!” Hablaba de dejarse mover por unas enseñanzas que provenían de una buena fuente, de construir un mundo mejor, de ayudar a los desfavorecidos, de romper las diferencias sociales. Es esa la clase de fuego que ha de mover el mundo, y no el que provoca la rabia de los indignados, el hambre de los parados, la violencia de los excluidos. De ustedes, los políticos, depende en gran medida que a los demás nos mueva el fuego que aquel hombre proclamaba, o el fuego de los desesperados“.

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