Últimos recados de los finados al mundo: los epitafios

Restos Julio del Campo. Cementerio de Puente Castro

Ical

Son lugares de descanso eterno, de tranquilidad perpetua que, en ocasiones, rompe un grito silencioso grabado en piedra. Algunos ajustan cuentas con los vivos o hablan de su posición social; otros reconocen los pecados o recogen el tributo reconocido de quienes fueron sus coetáneos. Son los epitafios que coronan decenas de lápidas ilustres o anónimas en cementerios, panteones, iglesias o catedrales que se resisten a permanecer en silencio sabedores de que, efectivamente, son lugares de descanso eterno, pero también de recuerdo permanente.

La tentación de ajustar cuentas con los vivos, en ocasiones, es irresistible y nada mejor que el cincel para dejar claras sus posiciones. Así ocurre, por ejemplo, en el cementerio del Santo Ángel de la Guarda de Segovia, donde descansan los restos de un joven de 18 años llamado Anastasio, que falleció la madrugada del 24 de agosto de 1987 tras un accidente de tráfico, reconocido en un principio como una colisión frontal. En la lápida de su tumba, sus familiares no parecen estar convencidos de la versión oficial y lo dejaron expresamente señalado en su lápida: “A mí un asesino me mató por querer auxiliarle en el rincón más pequeño estando parado yo. Y al que mal le quiera que no pare para auxiliar viendo lo que a mí me pasó. A mis padres, hermanos, familia y amigos en el cielo os espero”.

Cuando no se pudo en vida saldar cuentas, ni con Hacienda, es posible desde el otro mundo. Así lo pensó ya hace tres años José María Bejarano Martín, 'Chema', un promotor musical de San Pedro de Latarce (Valladolid) que quiso que el ministro Cristóbal Montoro fuera siempre recordado. Sus allegados cumplieron sus últimas voluntades y en su lápida queda inmortalizado para siempre: “Montoro, cabrón, ahora ven y cobras”. El difunto, simpatizante del PP pero decepcionado con sus recortes y con la subida del IVA cultural, dejó un irónico mensaje que se convirtió en viral de inmediato.

Aunque para ajuste de cuentas, el que acoge el cementerio de Ávila y una de las tumbas más singulares de España donde solo la figura principal ya lo dice todo. Se trata de una 'peineta', es decir una mano con el dedo índice hacia arriba que invita a irse al lugar donde la espalda pierde su casto nombre. Pese a ello, el epitafio reza lo siguiente: “A hombros o en un carrito/ lleno de flores llegamos. / Con cínicas alabanzas nos despiden / pero ya no nos importa / porque no escuchamos. / Más os decimos con esperanza / que al final de este viaje / os esperamos”.

Reyes y todos mortales

En otras ocasiones, este último pensamiento sirve para un particular acto de contrición, como el que formula en su lápida Jiména Muñiz (1060-1128), amante del rey leonés Alfonso VI con quien tuvo dos hijas. Sus restos están desde 2006 en el Museo de León y su epitafio, con acertijo, reza lo siguiente:“Yo, llamada Jimena, presérveme Dios del castigo, fui amiga del rey D. Alfonso durante su viudez. La opulencia, la hermosura, la nobleza, las prendas, la amena cultura de los modales, me prostituyeron al tálamo del reinante. A mí y al rey juntamente obligaron nos a pagar el mortal tributo los hados implacables, que todo lo pulverizan. De mil y doscientos quita treinta y cuatro, sabrás la era de mi fallecimiento”.

Claro que, en lo que a reyes se refiere, quizá uno de los más bellos es el que cuelga en la pared de la iglesia de San Román de Hornija en la provincia de Valladolid, que le dedicó el rey visigodo Chindasvinto a su joven esposa Reciberga. Contiene un emocionado recuerdo: “Si se pudiese evitar la muerte dando joyas y oro ningún mal podría acabar con la vida de los reyes; pero, como la suerte golpea por igual a todos los mortales, ni el dinero salva a los reyes, ni el llanto a los pobres. Desde aquí, esposa, porque no pude vencer al destino, concluido tu funeral, te encomiendo a la protección de los santos...”.

El cariño de esposas o esposos, padres, hijos o hermanos es la fórmula más frecuente en estos mensajes, aunque quizá no de forma tan intrincada como el que recoge el cementerio de El Espino e la capital soriana donde descansan los restos de los marqueses de Vilueña. En su ostentoso panteón familiar reza el siguiente epitafio: “Aquí yacen los ilustrísimos marqueses de Vilueña. Don Ramón Garrido y Zapata, marqués de la Vilueña, y Don Jorge Carrillo y Velasco, varón de Velasco. Padre el primero, fue hijo el segundo pero en dos altos juicios sobrehumanos, lo que hijo y padre fueron en el mundo, en el cielo tal vez sean hermanos”.

Los señores marqueses dejan claro desde el momento su posición social, algo que no es sólo distintivo de la nobleza. En Segovia, por ejemplo, Lorenzo Herranz Días y su esposa, Ysidora Sancho, quisieron dejar claro también dónde se ubicaban en ese mundo final del siglo XIX: “Cereros y confiteros en esta capital proveedores de la Real Casa por R.O de S.M el Rey D. Alfonso XII dada el 6 de octubre de 1884”. Los fallecidos atendieron desde su negocio al monarca, que pasó largas temporadas en Segovia hasta su muerte en 1885.

El oficio es importante hasta el último suspiro y hay quien quiere ser enterrado junto a su obra. Así, a los pies de su emblemático Cristo del Otero palentino, descansa el escultor Victorio Macho bajo el siguiente mensaje: 'Mi última jornada. Aquí a los pies de este Cristo vino a descansar su autor. El escultor Victorio Macho XIII-VII-MCMLXVI'.

Más humilde, en el camposanto leonés, los restos de Julio del Campo, cantero y arquitecto de origen palentino, reposan en un mausoleo en el que aparece su figura abrazada a unos libros. Sobre la tumba se sitúa una calavera alada que sostiene un reloj de arena. En la lápida bajo la que yace se lee: “Con mi fe, mis herramientas y mis libros”.

Quizá en este apartado podría recogerse el epitafio de otro de los personajes ilustres de Palencia, San Manuel González, quien fue obispo de la diócesis y recientemente canonizado por el papa Francisco. Conocido popularmente como 'el obispo del sagrario olvidado' ni después de recibir sepultura se resistió a evangelizar, esta vez, con su epitafio: “Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!”.

También en Zamora, puede destacarse uno de los mensajes más hermoso: El del verso de uno de los mayores poetas del siglo XX, Claudio Rodríguez, quien reconoce postreramente: El primer surco de hoy será mi cuerpo.

Breve para resumir

Breve, porque en ocasiones, unas pocas palabras pueden resumir y rendir tributo a toda una vida. Así ocurre con el epitafio que cimbra la lápida del que fuera presidente del Gobierno Adolfo Suárez, en la catedral de Ávila: 'La concordia fue posible'. Todo el mundo lo entiende, como también comprende el valor de la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, que comparte espacio eterno en la Catedral con su querida Jimena. Su mensaje, cuya autoría es del Menéndez Pidal, dice todo del tributo de los burgaleses a su figura: “A todos alcanza honra por el que en buena hora nació”. Un guiño al famoso Cantar del Mío Cid.

A veces, la fuerte personalidad del finado da lugar a leyendas que bien merecieran ser realidad. El cementerio de San Carlos Borromeo de Salamanca acoge los restos de uno de los personajes más importantes del panorama literario y filosófico español: Miguel de Unamuno. Mucho se ha escrito sobre su epitafio y se llegó a decir que, en su humilde nicho, el 339, rezaba la frase “solo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo”. La realidad no es tan atractiva, pero si igual de hermosa, ya que el texto que acompaña al escritor vasco, exrector de la Universidad de Salamanca y autor de 'San Manuel bueno mártir', reza así: “Méteme, Padre Eterno, en tu pecho, misterioso hogar. Dormiré allí pues vengo deshecho, del duro bregar”.

A veces son los ilustres, las más los anónimos, pero un paseo por cualquier camposanto, a través de los epitafios que jalonan sus calles, es toda una lección de vida: En Burgos, sin ir más lejos, gritan desde la piedra: Aprovecha lo que tienes día a día, Vivid por mí y yo viviré, Yo seré el ángel invisible de la familia, Que la tierra te sea cálida, No lloréis por mi ausencia, alegraros por todo lo que hemos amado juntos y, muy cerca de todos, uno que resume la trascendencia: Tan natural es nacer, como morir“.

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