Altavoz de dignidad

La presidenta de ADAVAS, Carmen Carlón (C), con el resto de las componentes de la ONG, en su sede de León. / Peio García / ICAL

Elena F. Gordón / ICAL

Al amparo de la Asociación Flora Tristán, con el teléfono y el piso de una de las fundadoras como únicos recursos, en 1991 nació la Asociación de Asistencia a Mujeres Violadas de Castilla y León. Las 15 agresiones sexuales perpetradas en 1989 y 1990 por el conocido como 'violador del chándal' -13 en León y dos en Asturias- motivaron su creación. “Nos dimos cuenta de que las mujeres estaban desamparadas y desasistidas. Ninguna de las que habían denunciado habían ido con acusación particular y nos pareció conveniente personarnos en nombre de todas las mujeres de León que habíamos sufrido ese miedo”, resumen las más veteranas del colectivo.

Reunidas para comentar su 25 años de trayectoria, algunas de las responsables de su puesta en marcha y otras que acumulan varios años como trabajadoras, colaboradoras y/o voluntarias explican que la actual Asociación de Ayuda a Víctimas de Agresiones Sexuales y Violencia de Género, Adavas, con sede en la capital leonesa, surgió con vocación autonómica y a partir de su experiencia se pusieron en marcha las de Salamanca y Valladolid. Fue la cuarta de este tipo en crearse en España, después de las de Madrid, Cantabria y Asturias, de la que recibieron apoyo para arrancar. En 1992 empezaron a trabajar para constituir una Federación a nivel nacional y en 1993 Adavas recibió su primera subvención.

De sus inicios destacan una realidad social que dejaba escenas lamentables como la que reproduce la abogada Herminia Suárez respecto al juicio del 'violador del chándal', para el que pidieron -entonces bajo las siglas de Flora Tristán- 202 años de prisión. De los 106 años a los que fue condenado el agresor, sólo cumplió 12, y cuando salió en libertad condicional en 2002 volvió a delinquir. “Un magistrado relevante de León estaba en un bar haciendo comentarios jocosos sobre esas violaciones a la vez que se estaba celebrando la vista. En aquellos tiempos todavía se permitían hacer comentarios contra las mujeres y decir que lo pasábamos bien en una violación. Es muy duro”, recalca.

En el camino recorrido por Adavas, algunos casos de ámbito nacional han marcado su tarea. “El asesinato, violación y tortura de las tres niñas de Alcàsser (Valencia) nos espoleó para empezar a preparar unos protocolos”, rememora Carmen Carlón, presidenta de Adavas. Años después, también vivieron con especial intensidad la muerte de Ana Orantes, una mujer granadina a la que su ex marido mató prendiéndola fuego tras atarla, en noviembre de 1997, días después de que ella contase su caso en un programa de televisión.

Pioneras

Un contacto con el entonces Gobierno Civil puso las bases para iniciar uno de los pilares de la actividad de Adavas. A partir de ahí iniciaron reuniones para darse a conocer y ofrecer su colaboración a distintas entidades y Cuerpos de Seguridad. “Íbamos a la Guardia Civil a presentarnos y a decir que existíamos como asociación y que estábamos dispuestas para dar formación. Contactamos con la Policía Nacional y y trabajamos para hacer un protocolo en los hospitales”, explican.

“No estaban preparados para eso. No sabían nada, estaba todo sin organizar... todo por hacer. Solicitamos que fueran mujeres las que atendieran a las agredidas y violadas y se estableció un protocolo”, detallan. Reconocen que han visto una evolución importante en esta materia en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y en toda la sociedad “hasta considerar que esto es un problema muy grave; no sólo los casos de agresiones sexuales, sino los malos tratos, que después empezamos a abordar”.

Dieron sus primeros pasos en una época, inciden, en la que la sociedad no ofrecía repulsa a este tipo de delitos y se muestran satisfechas de haber contribuido a crear una conciencia social que ven como absolutamente imprescindible para comprender primero y combatir después este tipo de problemas. También se ha avanzado mucho en materia de legislación. Recuerdan de sus comienzos sentencias del Tribunal Supremo en las que la forma de vestir de las víctimas era decisiva y citan como un hito que ahora -no ocurría hace un cuarto de siglo- el testimonio de la víctima sea prueba de cargo suficiente para enervar la presunción de inocencia. “Antes la palabra de las mujeres era hueca, sin credibilidad y en eso hemos avanzado”, dicen.

Mucho por hacer

“Hemos recorrido mucho camino pero a veces, lamentablemente, parece que estamos en el mismo sitio. En la sustancia no hemos avanzado mucho”, lamenta Herminia, con miradas de asentimiento de sus compañeras María Jesús Martín, Tina Fernández y Sagrario Astoviza, coordinadora de Adavas. Pone como ejemplo, las reticencias y contestaciones que desde el sistema judicial ha habido hacia la Ley 1/2004 de Medidas de Protección Integral Contra la Violencia de Género. Asegura que “la están vaciando de contenido. A las mujeres se las anima a denunciar pero cuando lo hacen el sistema judicial no les da la respuesta adecuada, con lo que están en un callejón sin salida”. De esa ley, advierte, sólo se aplican las medidas judiciales, cuando es una ley integral que contempla actuaciones para el sector educativo, sanitario, de la publicidad... para todo, pero no se aplica, dice, como tampoco se hace con la Ley de Igualdad. “No puede ser que a estas alturas del siglo XXI las mujeres tengamos que seguir reivindicando respeto y dignidad, que nos ataquen por el hecho de ser mujeres”, se quejan.

Les preocupa la irrupción de nuevas formas de agresión, con las nuevas tecnologías como aliadas. De fondo, lamentan, “está el sistema patriarcal; no se ve pero está. Eso no se ha combatido. El amor romántico está influyendo en que todo siga igual y por eso los adolescentes vuelven a ciertos comportamientos, porque la socialización de las criaturas no se ha modificado. Ese es el problema de fondo y muy difícil de erradicar, teniendo en cuenta la falta de conciencia. Estamos introduciendo la violencia simbólica, de la que nacen la física y la psíquica. Es absolutamente intolerable y que los jóvenes sigan reproduciendo los papeles de los antepasados”.

Así como en la parte de asistencia ha mejorado mucho, la prevención, “que es algo imprescindible”, ha estado más abandonada y los planes de igualdad no se ejecutan, se quedan en agua de borrajas. Adavas ha dado un paso de gigante en ese aspecto, con el desarrollo de cursos en todas las franjas de población. De hecho, la formación, después de la asistencia, supone el principal eje de su labor. Consultas telefónicas y personales, reuniones, charlas, terapias de grupo, despacho jurídico, gabinete psicológico... el abanico de servicios de Adavas es extenso y se refleja en los datos de sus memorias anuales, que en sus primeros 25 años reflejan que sus actividades, actuaciones e iniciativas han llegado a más de 42.000 usuarios.

Satisfacción

Cada caso que resuelven como pretendían supone una satisfacción en una larga lista de nombres propios -de distintos países, clases sociales y circunstancias- cuyas realidades y sufrimientos han compartido y algunos de los cuales les han dejado una huella bastante profunda, especialmente los que afectaron o afectan a quienes consideran más vulnerables.

Ellas, que han crecido como personas -asegura Tina- en el seno de la asociación, mantienen vivo el recuerdo de una anciana de un pueblo de Los Ancares, que fue violada una noche en su domicilio por un vendedor ambulante; fue el primer caso que atendió la psicóloga del colectivo. O el de unas niñas del Bierzo que sufrieron “agresiones salvajes” por parte de un tío suyo. “Había un tabú con los menores que se ha ido superando”, reflexionan y aprovechan para agradecer públicamente la sensibilidad mostrada por la Audiencia Provincial de León a los requerimientos de Adavas.

Aunque las metas a alcanzar son múltiples y nada fáciles, un repaso a sus 25 años de existencia deja un balance más que positivo en estas mujeres que desarrollan una labor desinteresada y que ven su mejor recompensa en la gratitud que les muestran las personas a las que atienden. Saben de su aportación a la sociedad “como un altavoz, tratando de hacer comprender por qué se producen las agresiones, que hay que quitar la raíz para ir hacia adelante. Ni nosotras mismas teníamos conciencia de lo que estaban suponiendo tanto las agresiones sexuales como los malos tratos. Hemos ayudado a cambiar muchas mentalidades”, concluyen.

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