Vegabaño, paraíso entre cielo y tierra

Vegabaño

Marta Cuervo

Tras un paseo entre hayedos, miradores que regalan paz, pequeñas cascadas de agua cristalina y fría, y el saludo indiferente de algunas vacas y terneros, espiados a su vez por la mirada escondida de rebecos y urogallos, aparece la estampa de cuento. Y las imágenes de 'montes suizos', de naturaleza en estado puro, de bienestar, cobran vida. Sin abandonar los límites de la provincia leonesa, en Picos de Europa, se encuentra la majada de Vegabaño, donde incluso los lugareños aseguran la presencia de un oso pardo que allí habita, dueño y señor de estas maravillosas vistas. “Vegabaño es nuestra vida”, aseguran Nuria y Julián, encargados de que el refugio del valle funcione y dé cobijo a los deportistas que allí pernoctan, se alimentan y recobran fuerzas.

Pero a pesar de la estampa idílica, vivir en Vegabaño supone trabajo, perseverancia y mucha dedicación. “Es una vida diferente. A veces muy difícil, a veces muy intensa, y a veces muy tranquila. Otras veces también con estrés, porque el turismo se concentra en pocos días, y nosotros seguimos siendo nosotros”, confiesa Nuria. Pero para el matrimonio, ella de Madrid, él de la zona leonesa del puerto de Tarna, de Lario, es un sueño de vida. “Con condiciones muy distintas a las de la ciudad”.

Un día cualquiera en Vegabaño: la aventura de ir al colegio

La familia de Vegabaño está compuesta por cinco miembros: Nuria, Julián, Dobra (7 años), Vega (5 años), y el perro Calcetines.

“Nos levantamos, desayunamos con los críos, y los llevamos al colegio. Aunque no haya nadie alojado, siempre hay que hacer muchos arreglos en el refugio, de mantenimiento, nuevas obras y otras labores cotidianas”, explica la madre.

Pero llevar a los niños al colegio, en Oseja de Sajambre – a unos 43 minutos debido a las condiciones del terreno, pista forestal-, supone un reto diario. “El transporte escolar significa estar pendiente de todo, es un oficio más. Supone también mucho gasto económico de la gasolina”, apunta Julián, que si encuentra algo que hacer en el pueblo se queda para recogerlos, para no aumentar el gasto. Pero si hay muchas tareas en el refugio realiza los cuatro viajes.

Las cosas se complican con la llegada de la nieve. Cuando hace bueno el coche llega hasta arriba, hasta el refugio. Por el contrario, si hace mal tiempo, toda la familia se dedica, incluido el perro, a llevar a los niños al cole, hasta donde llega el coche. “Si hay nieve hay que hacer boya -preparar el camino- antes para que el perro los lleve en el trineo. La tarde antes realizamos la huella, y luego volvemos. Es una aventura, con dedicación exclusiva”, comenta Nuria.

Para esta tarea la familia cuenta con una moto de nieve, que depende de las circunstancias que presente la nieve usan o no. “Es un instrumento de trabajo, hay veces que tienes que portear la nieve con la moto”, explica Julián que también es guarda del bosque. Entonces, cuando el coche no ha conseguido subir hasta la casa, los niños y su padre lo alcanzan caminando, en la moto o, incluso, esquiando. Pero, según explica el experto, para que ande la moto tiene que haber mucha nieve, sin que se corte en ningún punto. Cuando se empieza a retirar la nieve Calcetines toma acción, y remolca a los pequeños con el trineo.

Nuria lleva 18 años en Vegabaño, y Julián más de 20. Los niños, desde que nacieron. “Es la vida que conocen, es su realidad”, comentan los padres.

'El anillo de Picos'

El refugio de Vegabaño es una instalación deportiva, propiedad de la Diputación de León, pero está cedido como instalación a la Federación Castellano y Leonesa de Montaña. Julián está contratado como guarda y Nuria es la cocinera.

Además, Julián es guía de montaña. “Combino las dos actividades, en este mundo rural hay que combinar varias cosas para poder vivir, de una sola es difícil”, asegura.

El matrimonio recuerda cómo hace unos años la temporada del turismo era más prolongada, pero desde hace unos 8 años se está concentrando en fechas concretas, en dos meses de verano. “Vivir todo el año de algo que se genera en dos meses es muy complicado. No tenemos subvenciones”, apostilla. Por este, entre otros motivos, Julián y Nuria han impulsado, en Vegabaño 'El anillo de los Picos de Europa', que está teniendo mucha aceptación.

“Se trata de un circuito entre 8 refugios de montaña, cuyo itinerario transcurre entre tres comunidades autónomas diferentes: Cantabria, Asturias y Castilla y León, y atraviesa todos los Picos de Europa. Los refugios están unidos por rutas de uno a otro. Así potenciamos, de nuevo, las actividades deportivas”, añade. Según la opinión de los directores de Vegabaño, la Administración en sí, a nivel de comunidades autónomas y a nivel estatal “está abandonando las actividades deportivas, centrándose en el turismo activo”. “El turismo activo es todo negocio, pero la realidad es que los refugios no son turismo activo, son actividades deportivas, aunque reciban en determinada época mucho turismo”, declara Julián.

La mayoría de los visitantes de los refugios son clubs de montaña que organizan dinámicas que desarrollan los fines de semana. “Los refugios entran dentro de la actividad, sirviendo de lugares para pernoctar y para proporcionar un mayor acercamiento al desarrollo de la acción, al objetivo de la ruta de monte”.

“El anillo de Picos no es turismo activo, es para deportistas; es una ruta sacrificada, larga, dura y exigente. Para gente preparada, no es extremo, pero no está destinado a practicantes de turismo activo”, explica Julián muy contundente.

Vegabaño tiene capacidad para 35 plazas. “Los refugios demasiado grandes son un problema para el mantenimiento, muy costosos porque están ubicados en lugares de climatología dura y adversa. Un refugio de montaña es igual que un velero, o estas todo el día en él, o al cabo del tiempo se llena de roña, se estropea por todos los lados”.

Un amanecer diferente cada día

“El paisaje nunca es igual, para nosotros es siempre bello. No por estar aquí nos olvidamos, es bonito recordarlo todos los días. No hay dos amaneceres iguales”, comenta Nuria.

Julián lo compara con el mar. “Para trabajar en un refugio, tanto tiempo, tienes que estar hecho a ello, no te haces con el tiempo. Llegas y pruebas, y es sí o no. Es igual que navegar en un barco: es todo agua, o te gusta o no te gusta. Esto es igual; o tienes algo en tu forma de ser que te llama a ello y que estás a gusto, como el marinero o, si no, no se puede. Hay a gente que se le caen las montañas encima, el monte, la soledad de las piedras”, explica el leonés.

Para trabajar en un refugio tienes que estar hecho a ello. Hay a gente a la que se le caen las montañas encima, el monte, la soledad de las piedras

“Nos hacemos mayores, y la dureza del clima y las actividades influyen, el cuerpo lo va notando. He puesto mi cuerpo al límite muchas veces, pero hay cosas que ya no las quiero hacer porque quiero estar aquí 20 años más, y el cuerpo tiene que llegar”, se desnuda Nuria. “Sólo echo de menos de la ciudad una nevera y un congelador”, contesta entre risas, ya que en el refugio sólo cuentan con una nevera a gas pequeña. “Sólo nos acordamos de las comodidades que facilitan el trabajo. Me gusta el cine, el teatro y los museos, pero tampoco los echo de menos”.

En cuanto a la energía, Vegabaño depende de la que ellos mismos fabrican con placas solares. “Es muy costosa, y tampoco está muy desarrollada de momento, y menos para nuestro clima. Estamos todo el día con el destornillador en la mano”, explica Julián.

No hay duda de que se trata de un lugar especial, con rutas para todo tipo de personas a las que les guste la naturaleza, para deportistas, y para los que no lo son tanto, con niveles de dificultad desde el más elemental hasta la posibilidad de escalar la Peña Santa por la cara sur, por ejemplo. Existen mil caminos, cada itinerario con su encanto, que según el piso alpino va cambiando el paisaje. Y, a pesar de la gran variedad de visitantes, todos ellos coinciden en algo: en León, en Vegabaño, se ha descubierto el paraíso.

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