Supervivientes rurales del séptimo arte

Cine Paramés, Santa María del Páramo

Isabel Rodríguez

“Ya no venía nadie. Ya sabe usted, la crisis, la televisión, los vídeos... Ahora el cine es solo un sueño”. Fue la respuesta que recibió Totó, el protagonista de Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), al volver a Giancaldo -su pueblo natal- y ver que el edificio en el que había crecido contagiado de la magia del celuloide se caía a pedazos. Un sueño que sale caro mantener y que sobrevive en nuestra provincia en localidades contadas gracias al empeño de sus propietarios quienes, como Totó, pasaron su infancia entre películas y hoy se resisten a escribir el fin de la suya propia.

La historia de Santiago Casado –propietario junto a su hermano del Cine Paramés, en Santa María del Páramo- se remonta a 1928, cuando su abuelo montó un cine en el que se proyectaban películas mudas y en blanco y negro. Cine y Patio Casado se llamaba, porque, tras la película, en el patio bailaban pasodobles al ritmo de una gramola. Años más tarde, en el 54, abrieron el Paramés en el edificio que ocupa hoy y durante un tiempo la familia mantuvo los dos, aunque el nuevo era la sensación del pueblo. Santiago recuerda que una vez que en el Cine Casado se fue la luz, su abuelo invitó a los clientes a pasar al otro para continuar viendo la cinta. “Apareció el doble de gente”, comenta divertido.

Era aquella una época en la que las salas se llenaban de tal manera que algunos aparecían con su propio taburete para acomodarse en el pasillo o en un lateral. Las butacas estaban más juntas para aprovechar espacio y los de la primera fila sentían que el barco de 'Los diez mandamientos' se les venía encima. Una época en la que la censura robaba a las películas los besos que luego se devolvían en la cómplice oscuridad de la sala. Y un momento brillante para los que, como Santiago, se declaran “románticos del cine”.

El negocio pasó del abuelo a sus padres, quienes eran propietarios también del cine de Mansilla de las Mulas y La Pola de Gordón. Cuando Santiago volvió de cumplir con el servicio militar, se lo cedieron y desde entonces se encarga con su hermano de su atención. Hoy disponen de una sala con 300 butacas –las actuales las compraron al Cine Pasaje cuando cerró sus puertas en León- que no consiguen ver llena en ninguna de sus sesiones (sábado, domingo y lunes). “Una entrada aceptable es de 200 personas durante todo el fin de semana, pero eso solo ocurre con películas muy determinadas como 'Cars2', 'Piratas del Caribe', 'Amanecer', 'Shrek' o 'Harry Potter'”, asegura Santiago, quien se queja de que “ahora no hacen películas con gancho”. Recuerda entonces el tirón de 'Karate Kid', 'Pretty Woman', 'Ghost', 'La Misión', 'Supermán' o 'El Padrino'. “Entonces sí que había colas”. ¿La más taquillera? No tiene ninguna duda: 'Titanic'. “La pusimos durante una semana y llenamos todos los días”.

Santiago reconoce que hay días en los que la desilusión le puede. “La crisis del cine empezó hace unos cuatro o cinco años, ha decaído mucho con internet, los chavales no vienen a no ser que sea algo especial”, explica.

A él se le ha juntado la crisis del cine con la económica y la de los pueblos, que cada vez están más vacíos. Hay meses que las cuentas le cuadran, otros no. La entrada cuesta cuatro euros, las palomitas entre uno y tres. Él tiene que pagar la película a la distribuidora de Madrid que, o bien se lleva un porcentaje de la taquilla o le cobra entre 300 y 500 euros por fin de semana. Además, tiene que abonar los portes, calefacción, luz, seguros sociales e impuestos. El Ayuntamiento de Santa María solía darle una película gratis en Navidad, otra en Semana Santa y una más durante las fiestas locales, pero desde hace dos años solo cumple con esta última.

La recompensa -dice- pasa por la satisfacción de hacer lo que hace. “Aunque no saques mucho rendimiento es un negocio bonito, das al pueblo una cultura y un entretenimiento, es una labor social”, asegura Santiago, que reconoce que pueden permitirse algo así porque él sigue viviendo con su madre y su hermano se dedica a la ganadería.

En dos años el 80% de las salas estarán digitalizadas, por lo que las analógicas podrían estar conducidas a desaparecer.

El problema es que sus ingresos son insuficientes para acometer las mejoras que le gustarían, sobre todo el cambio del sistema analógico de 35 milímetros al digital, igual que les ocurre a los propietarios de las salas de Cistierna y Villablino. Multicines Coyanza, en Valencia de Don Juan, reabrió tras cinco años cerrado con el sistema modernizado, pero Santiago no puede hacer frente a los 80.000 euros que le supondría.

“En dos años se calcula que el 80% de las salas estarán digitalizadas en España. Las distribuidoras van a donde hay dinero así que es posible que dejen de hacer las analógicas si no les compensa”, explica Santiago, a quien en ocasiones se le escapa que no ve un futuro más allá de los 16 años que le quedan para jubilarse. “Nosotros vamos a esperar para ver si hay alguna subvención o podemos adquirir un equipo de segunda mano”.

Otros luchadores

“Una ayuda, una subvención... necesitamos un empujoncito”, comenta Luis Miguel Sánchez, propietario, también junto a su hermano, del Cine Mary, en Cistierna. “Los únicos que quedamos es por arraigo familiar, porque te empeñas, pero tenemos 500 butacas y si llegamos a 100 espectadores es con una pelícua importante”, asegura. “Nosotros hemos nacido con el cine, y no puede ser que en los pueblos solo haya bares y cafeterías”, asegura.

Más curiosa es la historia de Verónica, que a sus 32, hace un año y medio dejó su trabajo para regentar ELCINE en Villablino, en contra de las opiniones de la mayoría de amigos. “Decían que era una locura, pero intentamos seguir por la ilusión que conlleva”, comenta. “No es fácil, la población en Villablino ha bajado mucho y digitalizarlo es muy caro”, explica. Su marido y ella trabajan en el cine mientras su hija de cuatro años les contempla sentada en la misma butaca que lo hacía Verónica cuando tenía su edad. ELCINE se abrió en el 94, pero antes de eso sus padres tuvieron el Cine Avenida, abierto en 1980 y cerrado en 1990 en medio del boom de los videoclubs. “Merece la pena, es un priviliegio poder mantener un cine en el pueblo, también una cultura. Aguantaremos como podamos”, advierte.

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