Los tesoros ocultos del Museo de León

Carlos S. Campillo / Ical El director del Museo de León, Luís Grau, muestra piezas en los almacenes del edificio.

S. Gallo / Ical

Abrió al público en el convento de San Marcos en el año 1869 aunque en su sede actual del edificio Pallarés es posible visitarlo desde principios de 2007. A pesar de su antigüedad, el Museo de León es uno de los grandes desconocidos, aunque en su interior recopila miles de piezas que relatan la historia de la provincia de León. Sin embargo, son muchos los tesoros que permanecen ocultos en sus almacenes, donde se custodian a la perfección otras miles de piezas entre unas paredes que guardan también muchas curiosidades, muchas de ellas inimaginables para los visitantes.

Resulta casi imposible determinar con exactitud el número de piezas almacenadas en los sótanos del Museo de León, aunque hay que tener en cuenta que cada año recibe entre 3.000 y 4.000 piezas, muchas de ellas consistentes en fragmentos de cerámica “sin demasiado valor económico e histórico, salvo el de la propia estadística”, reconoce su director, Luis Grau.

Y es que determinar qué piezas deben exponerse o no en un museo requiere de una precisa selección entre los amplios fondos que se poseen, algo que no siempre genera una unanimidad entre los expertos. Los criterios habituales para determinar que el paradero final de una pieza sea la sala de exposiciones son que tenga un carácter extraordinario, es decir, que se considere bello, raro o antiguo, o que sea un elemento representativo para aquello que se quiere contar al visitante en cada momento.

El museo alberga grandes tesoros de épocas muy antiguas, para las que se han adaptado los espacios una vez que el edificio Pallarés se destinó a uso museístico. Entre ellas podría destacar la sección de piedrafía, básicamente romana, y que es “muy numerosa”. De hecho, Grau estima que es “de las mejores de España” junto con las del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida y la del Museo de Arte Romano de Tarragona.

El almacén del Museo de León se encuentra ubicado en el segundo sótano del inmueble, que está “abarrotadísimo” de elementos de gran valor. De forma paralela se cuenta con un almacén externo “que no requiere de condiciones especiales de climatización” donde se guardan otros materiales como ladrillos o tejas, más burdos y de escaso valor que no tienen cabida en los almacenes del edificio Pallarés por falta de espacio para ellos.

El almacén acoge materiales, en general delicados, divididos en dos grandes depósitos que son el del material orgánico, donde se incluyen mayoritariamente las piezas pertenecientes al ámbito de las bellas artes, y el almacén del material inorgánico, es decir, lo que podría entenderse por las piezas arqueológicas. El primero de los depósitos ofrece un aspecto de orden perfecto en los compactos similares a los presentes en los archivos, donde se organiza el material que luego puede localizarse a través del inventario tipografiado, a raíz de datos como el almacén, la sección, el módulo, la estantería y su sector, así como la caja en la que se encuentra la pieza que se intenta localizar.

En esta zona se localiza la arqueología de la totalidad de la provincia. “No hay ningún sitio de donde no haya nada”, reconoce Grau, que insiste en que hay representación de vestigios de prácticamente todos los municipios de la provincia. “En el almacén exterior tenemos el material más burdo, porque hay seguridad pero no climatización”, explica el director del Museo de León.

El almacén de material inorgánico tiene unas condiciones “menos estrictas” de conservación que el material de orgánico. Así, la humedad tiene que estar entre el 45 y el 65 por ciento, mientras que la temperatura debe oscilar entre los 18 y 23 grados. Sin embargo, lo más importante no es la climatización, sino “que estén equilibrados ambos parámetros y que no haya variaciones muy bruscas” para no dañar las piezas aquí almacenadas.

Por otro lado, el almacén de orgánicos tiene piezas “algo más coquetas” como pueden ser sellos de plomo, una colección de castañuelas, relicarios, pendientes, pulseras, rosarios, las cuelgas típicas maragatas, abanicos, figuras visigodas, agujas del pelo romanas, joyas de la época romana, amuletos o piezas de gran antigüedad, algunas incluso del Paleolítico Inferior, con una antigüedad de entre 300.000 y 400.000 años.

Estas últimas son precisamente las piezas más antiguas del Museo de León, aunque también se guardan algunos fósiles, si bien su director recuerda que “esto no es un museo de ciencias naturales”. Grau explica que los museos de este tipo tiene la obligación de recoger testimonios de la presencia del hombre, y el más antiguo es ese, porque “son las primeras herramientas y el primer testimonio de que existen seres humanos, que es el Paleolítico Inferior”.

Algunos secretos en el edificio

El edificio Pallarés, que desde hace años alberga el Museo de León, fue construido para almacén de ferretería en el año 1922 y se puede afirmar que su uso se ha mantenido hasta hace relativamente poco tiempo. Dadas las diferencias entre el uso actual y aquel para el que fue concebido, fue necesario acometer algunas modificaciones en el edificio para adaptarlo a su fin museístico.

Una de las que podría resultar más curiosa es la supresión del salón de actos con el que contaba el edificio, con capacidad para 184 personas, que se destinó a centro cultural. Sin embargo, no se conocía con claridad el fin último que se le iba a dar, ya que no se disponía de una colección. Todavía se aprecian algunas líneas de lo que en su día fue ese salón de actos, con sus correspondientes largos pasillos con vestuarios y dependencias para las actuaciones, unos espacios que se han adaptado al uso museístico actual.

Aprovechando esos pasillos, de longitud considerable, en el techo se puede apreciar un carril grúa que facilita la manipulación de las piezas de gran tamaño, y que se dirige a los montacargas con los que cuenta el museo, con el fin de poder trasladar esas obras a la dependencia que se desee en cada momento. Y todo ello simplemente empujando con la mano piezas que en algunos casos, como los de las lápidas, pueden alcanzar incluso los 1.000 kilos.

Grandes remedios para piezas pesadas

Precisamente las piezas del lapidario, que pueden llegar a pesar hasta 900 o 1.000 kilos, algo que se calcula “con densidades y volumen”, son algunas de las más llamativas por sus dimensiones. Es frecuente que surja la pregunta de cómo se han llevado las piezas hasta allí o, como teniendo en cuenta esos pesos, el suelo es capaz de soportar varias piezas de este calibre. Y sobre todo, teniendo en cuenta que, por su anterior uso de salón de actos, el forjado está inclinado y hubo que hacerlo recto, por lo que, al no depender de la estructura original del inmueble, resulta “menos resistente”, reconoce Grau.

Pero casi todo tiene solución, y esta coyuntura no podía ser menos. La solución en este caso pasó por adherir una estructura metálica a los pilares del edificio, capaz de soportar hasta 30.000 kilos. Y para evitar que todo el peso se concentrase en una superficie muy pequeña, cada peana cuenta con una placa de reparto que distribuye esos kilos “en una superficie mucho mayor”, desvela el director del museo.

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