Andrés Montenegro: “Henry Miller supo innovar y abrir nuevos senderos. Su obra sigue siendo vanguardista”

Andrés Montenegro

Manuel Cuenya

Polifacético, políglota y gran viajero, Andrés Montenegro comenzó su trayectoria artística estudiando la carrera de Bellas Artes en España, para luego desarrollarse en los ámbitos plásticos de la pintura, la cerámica y la fotografía. Durante su estancia en Japón se dedicó profesionalmente a la cerámica, una experiencia maravillosa que, en su opinión, le enseñó mucho. Posteriormente, durante su estancia entre París y Moscú, retomó la pintura para expresarse, hasta que un buen día le cayó un meteorito sobre la cabeza –señala con cierto humor– como si de una pedrada se tratara, que le despertó la necesidad de escribir, porque su vocación por la escritura creativa no surgió de repente, sino que forma parte de “un proceso de auto culturización”, ligado a su estilo de vida, que le ha llevado por diversos países del mundo, lo que le ha permitido, asimismo, aprender varias lenguas (además de asimilar y comprender sus culturas), con el entusiasmo de poder leer a los maestros de la literatura de cada país en su lengua original, como un deber casi existencial. “Comprendía que todos esos encuentros con otras culturas formaban parte de mi destino, y le daban sentido a mi trayectoria de vida. Y por fin, ahora puedo confirmarlo con esta realidad, con el descubrimiento de mi identidad de escritor”.

El color cultural de las gentes y de las tierras leonesas tiene un atractivo peculiar para que cualquier escritor se sienta inspirado y atraído a desentrañar su secreto.

Fue en Cracovia, con su magia y atmósfera propicia, donde esa semilla, que se había ido gestando durante tanto tiempo, terminó echando sus primeros brotes, recuerda Andrés, a la vez que reconoce que fue París el escenario de sus primeros pinitos como narrador. En la capital francesa se habituó a ir a los cafés o a embarcaciones sobre el canal de l'Ourcq, cerca de su 'estudio', donde se pasaba las tardes leyendo y escribiendo. “Me había enfrascado en escribir una historia con trazos autobiográficos, pero todavía no le encontraba la salida –y tampoco consideraba que fuera el momento adecuado para terminarla–. Así que decidí sumergirme en un proyecto más corto, en una obra con la que lavarme el rostro (aún ensangrentado por 'descalabro iluminador' de aquel meteorito), y despertarme de un largo letargo. Entonces llegué a Cracovia, ciudad en la que hallé la magia literaria idónea para dedicarme a ese proyecto, que dio como fruto 'Catarsis otoñal'”, rememora su autor, quien, ya en su juventud, gustaba de intercambiar correspondencia epistolar por el mero placer de expresarse. En el fondo, lleva toda su vida cultivando esa “alma literaria”, que ahora se ha convertido en una realidad con la publicación de su ópera prima, una obra en la que interrelaciona temas como la belleza, el arte, la muerte, el amor, el erotismo..., y el sexo (en todo su esplendor), algo que, en determinados pasajes, nos hace recordar al marqués de Sade y también a 'El perfume', de Süskind. Toda la obra se desarrolla, según su autor, entre dos variables de trasfondo; por un lado, la 'fragilidad' y, por otro, el 'sentido cíclico' que parece tener la vida. A Andrés le gustaría, en todo caso, que su obra alcanzase un lenguaje universal, que pudiera tocar en lo más hondo de los lectores no sólo de otras culturas, sino de otras generaciones también, porque para él la genuina literatura debe atesorar un espíritu inmortal, universal y sobrenatural. “Una criatura predestinada a nacer en este mundo para dejar su presencia metafísica entre toda la humanidad”, matiza este creador multicultural, que encuentra una evidente relación, ya desde los orígenes del arte, entre su formación en artes plásticas y la literatura, habida cuenta de que las pinturas rupestres son “las primeras obras literarias escritas en pictogramas”, aparte de la importancia que tuvo la pintura para los escritores humanistas, renacentistas y barrocos, entre otros movimientos literarios representativos. “Creo que mi formación artística en Bellas Artes ha influido en mi capacidad de imaginación, sensación, modo de expresión y de entendimiento del mundo literario. Especialmente a la hora de palpar, observar, degustar, oler o escuchar las palabras”, señala Andrés, que es además un aficionado a la gastronomía y la música, también presentes en su escritura.

La escritura como arte plástico

La 'plasticidad' en la escritura, aunque pueda ser un recurso expresivo apropiado para ciertos estilos, tendencias o conceptos literarios, no tiene por qué ser imprescindible, según Andrés, quien cree que las palabras, como “materia lingüística”, tienen ya de por sí esa cualidad plástica intrínseca en su morfología y semántica, una plasticidad que es diferente, en su opinión, dependiendo del idioma.

“En Japón me aficioné al arte de apreciar el aroma del incienso natural durante la degustación de Matcha (té verde utilizado en la ceremonia de té japonesa); igual que ahora me deleito tomando una taza de té mientras me hincho los pulmones del aroma de las hojas húmedas cuando voy de excursión por las montañas polacas. Supongo que toda esa miscelánea que conforma la formación de un autor, se ve reflejada de algún modo en su obra”, especifica este leonés nacido en Londres, que sigue apegado, con sentimiento de nostalgia, a su tierra, donde dice sentirse protegido al calor de su familia; León como su “pequeño castillo invulnerable de infancia”; León como una provincia con gran riqueza histórica, lingüística, literaria y cultural, según Andrés, convencido de que “el color cultural de las gentes y de las tierras leonesas tiene un atractivo peculiar para que cualquier escritor se sienta inspirado y atraído a desentrañar su secreto”.

Me gusta la frescura y agudeza del estilo de Henry Miller, la magia para crear escenas imperecederas de momentos superfluos; para darle un sentido al vacío que nos rodea, especialmente en las ciudades; para destilar un mundo horrendo, banal y rezumante a través del alambique de la literatura, y exprimirle unas gotas de elixir con las que apagar alguna sed de humanidad que todos nosotros tenemos, sobre todo cuando nos encontramos en entornos sórdidos

Por su parte, Londres, su ciudad de nacencia, le mostró la otra orilla del mar, “más allá del Finisterre; como lo que el otro extremo del globo terráqueo pudo significar para Marco Polo; un lugar que me impulsó a salir de España y conocer el mundo: el 'udon' japonés, el 'pierog' ruso, 'le pot au feu' francés, el 'borsch' ucraniano, el 'bigos' polaco... aunque uno nunca se olvida del sabor de un buen cocido maragato”, aclara este autor cosmopolita, que siente devoción por diversos autores, entre ellos algunos españoles como Cervantes o Calderón de la Barca, o bien otros japoneses: Natsume, Kawabata, Kenzaburo, aparte de algunos más como Cortázar, Wilde, Faulkner, Kerouac, Hugo, Flaubert, Camus, Gogol, Dostoyevski, Bulgákov, Kafka, Gombrowicz... entre los que no podía faltar 'el coloso de Marusi', Henry Miller, “un superviviente de un naufragio literario, que sin duda supo innovar y abrir nuevos senderos. Su obra sigue siendo vanguardista”, cuenta Andrés Montenegro sobre este grande de las letras del siglo XX, al que tiene la impresión de habérselo cruzado unas cuantas veces durante su estancia en París, en alguno de esos canales donde uno se pierde cuando se siente perdido. “Y sin embargo, su compañía era lo que necesitaba en ese justo momento en el que todo parece fluir bajo las aguas del Canal. Por cierto, hace unos días el ayuntamiento de Paris decidió embarcarse en un proyecto de limpieza del Canal de Saint Martin -me pregunto si no encontraran enfangados los vestigios de los Trópicos en lo más fondo del lodo-”. En su caso, los Trópicos le hicieron sentirse en otra dimensión de su propia existencia, entre la literatura y la realidad. “Me gusta la frescura y agudeza de su estilo, la magia para crear escenas imperecederas de momentos superfluos; para darle un sentido al vacío que nos rodea, especialmente en las ciudades; para destilar un mundo horrendo, banal y rezumante a través del alambique de la literatura, y exprimirle unas gotas de elixir con las que apagar alguna sed de humanidad que todos nosotros tenemos, sobre todo cuando nos encontramos en entornos sórdidos”, explica Andrés, que en la actualidad está escribiendo una novela larga, dividida en cuatro partes o 'libretos', en la que intenta consolidar su escritura, a la vez que indaga en nuevas fronteras estilísticas. Una epopeya cuya trama está salpicada de humor. “Aunque quizás se puedan hallar puntos de conexión con 'Catarsis otoñal' es una obra completamente diferente, escrita con otro fin, con otro estilo, con otra concepción de la literatura, y bajo otra perspectiva personal de la vida... Es una obra con una fuerte implicación social: literatura comprometida, sin ser obra política ni propagandística”, concluye.

Entrevista breve a Andrés Montenegro

“La política, mitología pura. La sociedad, una alegoría mitológica de un mundo ideal”

¿Qué libro no dejarías de leer o leerías por segunda vez?

El Quijote.

Un personaje imprescindible en la literatura (o en la vida).

Fausto y Mefistófeles.

Un autor o autora insoportable (o un libro insoportable).

Uno mismo cuando tiene que releerse.

Un rasgo que defina tu personalidad.

Paciencia.

¿Qué cualidad prefieres en una persona?

Humildad.

¿Qué opinión te merece la política actual? ¿Y la sociedad?

La política, mitología pura. La sociedad, una alegoría mitológica de un mundo ideal.

¿Qué es lo que más te divierte en esta vida?

Viajar.

¿Por qué escribes?

Por necesidad.

¿Crees que las redes sociales, Facebook o Twitter, sirven para ejercitar tu estilo literario?

No lo creo.

¿Cuáles son tus fuentes literarias a la hora de escribir?

La vida.

¿Escribes o sigues algún blog con entusiasmo porque te parezca una herramienta literaria?

No.

Una frase que resuma tu modo de entender el mundo.

To be.

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