Gumersindo Azcárate, el leonés que puso coto a la usura

Gumersindo de Azcárate - Foto: Fundación Sierra Pambley

M. A. Gutiérrez

Gumersindo Azcárate y Menéndez Morán, de madre gijonesa y padre leonés, encarna a la perfección el prototipo de leonés avanzado en su tiempo, de prestigio nacional y desconocido, incluso ocultado, en su tierra. Es el responsable directo de ponerle coto a unas determinadas prácticas de la banca y las empresas de préstamos.

Nace Gumersindo de Azcárate en León un frío día 13 de enero de 1840, primogénito de Justa Menéndez-Morán Palacio y de Patricio de Azcárate y del Corral (prestigioso filósofo y traductor por primera vez al castellano de las obras de Platón, Aristóteles y Leibniz).

Cursa sus estudios primarios en la capital leonesa para posteriormente estudiar durante tres años la carrera de Derecho en Oviedo y obtener finalmente la licenciatura en Madrid en el año 1862.

Ganó por oposición la cátedra de legislación comparada en la Universidad Central de Madrid, fue letrado de la Dirección General de los Registros y, a partir del año 1873, se dedicó con exclusividad a la carrera universitaria, donde ocupó la cátedra de Economía Política y Estadística.

Con la restauración monárquica propugnada por Cánovas del Castillo, en el año 1875, fue expulsado de la Universidad, junto con -entre otros- Nicolás Salmerón y Francisco Giner de los Ríos, por sus ideas progresistas que chocaban frontalmente con los postulados defendidos por el ultracatólico radical ministro de Fomento, Manuel Orovio Echagüe, que imponían la confesionalidad del Estado y suspendían la libertad de cátedra “si se atentaba contra los dogmas de fe”. El propio Emilio Castelar dimitió de su cargo en la universidad en solidaridad con sus compañeros.

Aquí puedes leer el Decreto 'Orovio'

Aprovechando la ley aprobada bajo el gobierno de Antonio Cánovas del Castillo que abría la puerta a la existencia de centros privados de educación, los represaliados crearon la Institución Libre de Enseñanza, para proseguir su labor de enseñanza al margen del Estado desde un establecimiento educativo privado laico, que empezó en primer lugar por la enseñanza universitaria y después se extendió a la educación primaria y secundaria.

Al llegar al gobierno Práxedes Mateo-Sagasta en el año 1881 el decreto de Orovio fue derogado y Azcárate se reintegra a la Universidad como profesor de las asignaturas de Historia General del Derecho Español, Instituciones del Derecho Privado y Legislación Comparada.

Fue también miembro del Consejo de Instrucción Pública, vicepresidente de la Junta de Ampliación de Estudios y presidente del Instituto de Reforma Social (precursor del Instituto Nacional de Previsión, y encargado de organizar servicios de inspección y estadística del trabajo y de favorecer la acción social y gubernativa en beneficio de la mejora y bienestar de la clase trabajadora.), miembro de la Academia de la Historia, y fundador junto a Francisco Fernández-Blanco y Sierra-Pambley, Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío, de la Fundación Sierra-Pambley.

En 1886 fue elegido, por primera vez, diputado por León del Partido Republicano, al que seguirá representando hasta las elecciones de 1917. Falleció el 15 de diciembre de 1917.

La Institución Libre de Enseñanza (ILE)

Aula de una escuela de la ILE. Foto de Christian Franzen en 1903

Progresista, laica y mixta. Así podríamos definir de forma breve los pilares de la aventura en la que Azcárate se embarca junto a Giner de los Ríos. Aunque lo más importante del proyecto es que no importaba la condición social y la cartera de los padres para poder estudiar.

Y el lugar más próximo para estudiar siempre es la escuela del pueblo. Y la pieza fundamental en la obra de Giner, Azcárate y los fundadores de la ILE se puede resumir en unas duras palabras de 1884, avanzadas a su tiempo pero de triste y real actualidad: “De aquí, la superioridad general del maestro, bajo el punto de vista pedagógico, no obstante la brevedad de sus estudios; de aquí que la universidad, con todas sus mucetas, borlas y medallas, tenga mucho que aprender de la escuela, por decaída y mísera que esté, como lo está entre nosotros; y que la reforma de los métodos, con la consiguiente regeneración de nuestra enseñanza y de nuestra educación y de nuestra vida entera nacional, sea de la escuela, no de la universidad —como cuerpo— de quien deba en primera término esperarse.”

Bajo la influencia de Giner de los Ríos y la ILE se emprendieron desde organismos públicos en el primer tercio del siglo XX importantes reformas en los terrenos jurídico, educativo y social, y se crearon organismos como el Museo Pedagógico, y la Junta para Ampliación de Estudios, de la que dependían el Centro de Estudios Históricos, el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales o la Residencia de Estudiantes. En torno a la Junta y al Museo cristalizaron desde 1907 hasta 1936 intentos de reforma científica y educativa que dieron lugar a iniciativas pioneras en España: El Instituto Escuela, las pensiones para ampliar estudios en el extranjero, las colonias escolares de vacaciones, la Universidad Internacional de verano o las misiones pedagógicas.

Muestra de la filosofía de la ILE es la respuesta de Francisco Giner de los Ríos a su propio compañero en la institución Joaquín Costa, cuando el segundo le recriminaba “¡Hace falta un hombre!”, a lo que Giner respondió “España lo que necesita es un pueblo”.

Hasta el estallido de la Guerra Civil en 1936 la ILE se convirtió en el centro de toda una época de la cultura española y en cauce para la introducción en España de las más avanzadas teorías pedagógicas y científicas extranjeras, contando con una impresionante nómina de colaboradores en su Boletín de la Institución Libre de Enseñanza: Bertrand Russell, Charles Darwin, Santiago Ramón y Cajal, Miguel de Unamuno, León Tolstoi, H. G. Wells, Rabindranath Tagore, Juan Ramón Jiménez, Gabriela Mistral, Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Azorín, Eugenio d'Ors, Ramón Pérez de Ayala, Antonio Machado y el hermano de este último Manuel Machado.

Todo el trabajo se viene abajo a partir de finales de 1936. Los miembros de la ILE, y personas vinculadas a la misma -como la Fundación Sierra Pambley-, son literalmente borrados del mapa .. como muestra del futuro que se avecinaba.

La importancia de Gijón

En el mes de noviembre de 1907 cunde la alarma en Gijón por el proyecto ministerial de los “ferrocarriles estratégicos” creado a instancias del ministro Augusto González Besada, que borraba de su trazado a Gijón en beneficio de una línea que finalizaba en Oviedo.

El Ayuntamiento gijonés anunció su renuncia en pleno si las reivindicaciones de la villa no eran atendidas; las Cámaras de Comercio y de la Propiedad, los círculos políticos, los casinos de recreo, los representantes de la prensa, las sociedades mercantiles, se opusieron al proyecto ministerial del gallego Besada, y del gobierno de Antonio Maura.

El diputado Ángel Rendueles, ni sabía ni contestaba. Faustino Rodríguez-San Pedro, gijonés y ministro de Instrucción Pública, nadaba y guardaba la ropa. Alejandro Pidal, diputado por Villaviciosa, ni siquiera se dignó recibir a los comisionados enviados desde Gijón, al estar comprometido con los intereses de sus amigos de la capital asturiana. La Universidad de Oviedo envió sus felicitaciones al ministro por la bondad del proyecto. Incluso Manuel Cuesta Barredo, presidente del Banco de Gijón, se suma al grupo de los defensores de los intereses de Oviedo.

Pero Azcárate, asturiano gijonés por parte de madre, y miembro de la Comisión dictaminadora del proyecto, tumba el proyecto de ley, emitiendo un fundado voto particular disintiendo del dictamen de sus compañeros de Comisión.

Gijón le dedica una calle, le nombra Hijo Adoptivo y le otorgan la presidencia honoraria de la Cámara de Comercio. En 1937, en plena guerra civil, su nombre desaparece del callejero gijonés.

La 'Ley Azcárate' contra la usura

“Será nulo todo contrato de préstamo en que se estipule un interés notablemente superior al normal del dinero y manifiestamente desproporcionado con las circunstancias del caso, o en condiciones tales que resulte aquél leonino, habiendo motivos para estimar que ha sido aceptado por el prestatario a causa de su situación angustiosa, de su inexperiencia o de lo limitado de sus facultades mentales.”

Al leer tal enunciado podemos convenir que se trata de algo razonable, justo y 'moderno'.

Tan absolutamente 'moderno' que es primer párrafo del artículo 1 de la Ley de 23 de julio de 1908, de la Usura. Breve Ley, de sólo 16 artículos -de los cuales la actual Ley de Enjuiciamiento Civil de 2001 sólo derogó 4 de los mismos- y que marcó un antes y un después en los abusos de bancos y prestamistas particulares a sus clientes.

Anecdotario

Ilustración de Manuel Tovar en el año 1901

Destacó Azcárate, a menudo, en el parlamento por su retranca. Como cuando en plenas Cortes de la Regencia, el titular del Ministerio de Guerra defendió la llegada de las llamadas 'gorras de plato' al Ejército español. Le respondió Azcárate, al que no le gustaba ese cambio, con un agudo comentario en el que defendía otras prioridades para los oficiales del ejército. Habían llegado a oídos del veterano político comentarios sobre los salarios y condiciones de vida de los oficiales del ejército y no desaprovechó la ocasión: “No se canse su señoría, yo no he de decir si las gorras de plato son feas o bonitas; lo que sí afirmo es que algún oficial necesita menos gorra y más plato”.

Progresista y republicano irredento, el 13 de enero de 1913, día de su 73 cumpleaños, era convocado a palacio por Alfonso XIII. Y aunque en varias ocasiones ya había renunciado a la presidencia del Congreso para no verse obligado a mantener relaciones oficiales con la corona, acudió a la invitación del monarca. A la salida de aquel encuentro, ante decenas de periodistas que le aguardaban impacientes, por la novedad política que representaba la audiencia, pronunció la célebre frase: “Salgo de aquí habiendo dado mi opinión y tan republicano como entré”.

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