Manuel Martínez: “Las cosas siempre son más bonitas en nuestra cabeza que en la realidad”

Manuel Martínez

Manuel Cuenya

Después de leer de un tirón 'Familiaris', tengo la grata impresión de que quien ha escrito esta novela breve o relato largo es alguien con talento y buen manejo del lenguaje, algo que no es habitual en gente tan joven como es el caso de Manuel Martínez, un ingeniero informático que nos ha obsequiado con esta obra, que engancha desde principio a fin. Y que al leerla se me ha venido a la mente el marqués de Sade. Qué nadie se vaya a escandalizar y menos a estas alturas. Aunque a decir verdad el creador de 'Justine', entre otras sustanciosas obras (filosóficas, sin duda), sigue siendo un proscrito. Y por supuesto un desconocido entre la población lectora.

En todo caso, el joven Manuel, quien imprime su propio estilo a 'Familiaris', nos adentra en un mundo, que nos toca de cerca y de lleno, pues nos plantea una relación patológica entre seres humanos, tan habitual, por lo demás, en nuestra sociedad enfermiza, esclerotizada, virtual. Si bien esta podría ser una posible lectura de 'Familiaris', su autor aclara que se trata de una historia abierta, “en la que no deseaba tanto hacer una crítica, o comunicar un mensaje o moraleja, como compartir con los demás las cosas que me había sido dado imaginar.

Más que un retrato de la sociedad actual, quería mostrar uno de los caminos que podría seguir; cómo interpretarlo, o evitarlo, o sobrellevarlo, eso se lo dejo al lector“, sintetiza Manuel, que eligió este título, 'Familiaris' porque es una palabra ambigua, que suena a una cosa pero que puede ser otra, sobre todo cuando los lectores y lectoras desean bucear en el fondo.

Cuenta su creador que 'Familiaris' significa 'familiar' en latín, pero también se refiere a 'esclavo doméstico'. Y este título le pareció adecuado para una historia abierta y susceptible de varias interpretaciones como es ésta, según él, que por lo demás ha intentado reflejar lo que ocurriría si se rompiese el equilibrio que existe siempre entre dos seres humanos, “por el cual cada uno satisface los deseos de otro sólo si éste a su vez hace lo propio con él”, llegando a plantearse los siguiente: “Si se rompiese ese equilibrio, y alguien satisficiera los deseos del otro sin esperar nada a cambio, ¿qué ocurriría? ¿Cómo se transformaría su relación? ¿Cómo se transformarían ellos mismos?”.

En su afán perfeccionista, lo cual está muy bien, Manuel reconoce que, aunque nunca ha acabado de sentirse muy satisfecho con su novela (“las cosas siempre son más bonitas en nuestra cabeza que en la realidad”), la reacción de su público lector ha sido muy positiva, lo que le ha ayudado a ganar confianza en sí mismo y a animarse a seguir mejorando, y continuar “en el a veces arduo camino de la escritura”, matiza este narrador leonés, que espera poder escribir cosas, “tengan éxito o no”, que no les defrauden a sus lectores y/o lectoras, o cuando menos que sientan que no han desperdiciado su tiempo leyendo su obra.

La escritura creativa, en su caso, le ha servido y le sirve como una forma de autoconocimiento, una buena forma de repasar sus impresiones y sentimientos, una manera, en su opinión, de compendiar lo que ha vivido, sacar conclusiones y quizá incluso cambiar su forma de actuar en el futuro, lo cual resulta alentador.

Convencido de que hasta la fantasía más descabellada siempre tiene sus raíces en la realidad (toda una declaración de principios y una postura materialista, en el sentido del materialismo filosófico), el mero hecho de escribir ya vale la pena por sí mismo, apostilla Manuel, aunque en un momento dado hubiera que tirar lo escrito, acaso como quisiera el genio Kafka, cuya obra acabó rescatándose por fortuna de la chamusquina.

“Hasta el retrato más seco y realista nos convierte en espectadores, en vez de actores, y nos hace reflexionar sobre lo que hemos visto”, precisa este lúcido narrador, que reivindica sobre todo a los clásicos del siglo XIX, “que es cuando despega la novela propiamente dicha”, pero que también se siente especialmente deudor de aquellos escritores que se han preocupado por describir no sólo los tiempos que les ha tocado vivir, sino el alma humana: Dostoyevski, Camus, Balzac o Graham Greene, entre otros.

Como decía Baroja, hay que apuntar la flecha siempre alto, lo más alto que uno pueda, porque, aunque sepa que no va a dar en el blanco, cuanto más alto apunte más se acercará a él

Aunque no se define como una persona con muchas 'raíces', en el sentido de que nunca ha estado muy implicado con la cultura y costumbres del lugar donde ha nacido, sí que se siente influenciado “literariamente (y vitalmente)” con el hecho de haber crecido en León “por su atmósfera tranquila y sobria, y la sensación especial que causa vivir en un lugar con un pasado de poder y gloria”.

No obstante, en los últimos tiempos se siente especialmente interesado por la literatura que se está haciendo en León, “más allá de los autores muy famosos del pasado”. Confiesa su predilección por la obra de Manuel Cortés Blanco y José Luis Gavilanes. Y se muestra sorprendido de que sean autores cercanos y a la vez grandes, que podrían y pueden competir perfectamente -subraya Manuel-, con los autores más famosos. “Eso te hace darte cuenta de todo el trabajo que se lleva a cabo cerca de ti cada día, en tu ciudad, sin que lo notes ni lo valores”.

Asimismo, Manuel está convencido de que el vivir entre grandes monumentos, murallas, blasones y casonas de piedra -lo que contrasta con el presente de la ciudad y provincia, según él, no decante pero tampoco especialmente brillante-, causa una nostalgia extraña, “de cosas que uno nunca ha vivido, una sensación de que las cosas tienen más historia y secretos de las uno puede ver a simple vista”.

La literatura, un ser vivo

Aparte de su ópera prima, Manuel Martínez ha participado, junto a escritores clásicos de talla universal, en algunas antologías, como por ejemplo la 'Antología de Valladolid'. Rememora que tiene ganas de pedir perdón, por haber sido incluido junto a ellos... “Pero en el fondo es muy útil, porque uno se ve forzado a dar lo mejor de sí para, por lo menos, no quedar muy mal frente a ellos. Y también aprende a ser humilde, pero sin humillarse. Como decía Baroja, hay que apuntar la flecha siempre alto, lo más alto que uno pueda, porque, aunque sepa que no va a dar en el blanco, cuanto más alto apunte más se acercará a él”, reflexiona este novelista, que valora de modo positivo el hecho de participar en antologías, porque le supone un reto el tener que escribir una historia concreta, con unos requisitos determinados, usando una cantidad muy reducida de palabras.

“¡Uno aprende a valorar cada una de ellas, y a no decir en diez lo que puede decir en nueve!”, especifica este creador literario, bloguero e ingeniero informático para quien la literatura no es tan diferente de la informática, como pudiera parecer a simple vista, habida cuenta de que “la informática no es precisamente una ciencia exacta, e igual que las obras literarias, las aplicaciones software son algo orgánico, impredecible, algo que sabes cómo empiezas pero no cómo acabas”. En ambos casos, Manuel recomienda tener mucha paciencia, intentar darle forma una y otra vez, “hasta que esa especie de ser vivo que estás dando a luz deja de resistirse y hace lo que tú quieres (o, más frecuentemente, lo que te permite)”.

La informática no es precisamente una ciencia exacta, e igual que las obras literarias, las aplicaciones software son algo orgánico, impredecible, algo que sabes cómo empiezas pero no cómo acabas.

En la actualidad, está embarcado en una novela histórica ambientada en lo que ahora se conoce como Alta Edad Media, “pero que algunos siguen denominando con el más literario nombre de Edad Oscura”, precisa el que fuera el autor del pregón para el primer Día del Bibliobús Nacional, el 27 de enero de 2016.

Es consciente de que para él, que está empezando en este 'mundillo' de la literatura, le resulta duro escribir una obra larga, porque requiere de mucha documentación, “pero la única forma de mejorar es hacer cosas más difíciles que las que uno ya ha hecho. Espero poder conseguir algo que valga la pena...”, remata el joven Manuel, que los próximos meses verán la luz, bajo el sello MAR Editor, las Antologías de Londres y la de Novela Negra de Valladolid, en las que él ha colaborado encantado.

Entrevista breve a Manuel Martínez

“Quien quiera cambiar el mundo, que empiece por sí mismo”

¿Qué libro no dejarías de leer o leerías por segunda vez?

'La peste', de Camus. Me parece tan real como la vida misma, y a veces, más todavía.

Un personaje imprescindible en la literatura (o en la vida).

Aliosha, de 'Los hermanos Karamazov'. Se nota cuando alguien vierte sus auténticos sentimientos en un personaje.

Un autor o autora insoportable (o un libro insoportable)

'Orgullo y prejucio' me decepcionó profundamente. Quiero decir, la autora ni siquiera sabía cómo dividir su libro en capítulos correctamente... También, en general, todo lo que se escribe sin ganas y por encargo, como tantos libros inspirados en películas/series/videojuegos etc. Se nota muchísimo...

Un rasgo que defina tu personalidad.

La curiosidad, sobre todo, que como todos los rasgos, a veces es una virtud y a veces un defecto. Suena bien decir que uno es una persona muy curiosa, y mal que uno es una persona muy glotona, cuando ambas cosas vienen a ser lo mismo.

¿Qué cualidad prefieres en una persona?

La naturalidad, la amplitud de miras. Con las personas así, aunque tengas desavenencias siempre puedes reconciliarte, pero con las que se cierran en ver las cosas sólo de una forma, se puede llegar a un punto muerto que dure toda la vida...

¿Qué opinión te merece la política actual? ¿Y la sociedad?

Bien, lo que se suele contestar en estos casos es que ambas cosas son un asco, pero alguien aficionado a la Historia como yo, sabe valorar las cosas que hemos conseguido. El interés, la hipocresía, la crueldad, siempre han existido; el que hayamos logrado domesticarlos y encauzarlos de la forma en la que lo hemos hecho, ya me parece un logro considerable.

¿Qué es lo que más te divierte en la vida?

Conocer nuevas cosas, e imaginar las que no conozco. Supongo que es porque uno siente que, conociéndolas, de alguna forma las vive, las posee; un autoengaño, claro, pero muy dulce.

¿Por qué escribes?

Porque tengo cosas que contar, supongo, que no veo que otros hayan contado, o al menos no de esa forma, y parece un poco una pena y un desperdicio que nadie más que yo las conozca.

¿Crees que las redes sociales, Facebook o Twitter, sirven para ejercitar tu estilo literario?

No soy muy aficionado a ellas, pero pienso que no, porque te obligan a escribir, en general, de forma muy escueta y coloquial. Nadie hace literatura al hablar con la gente que se encuentra todos los días, y las redes sociales vienen a ser eso, pero en forma digital (dicho sea sin intención crítica).

¿Cuáles son tus fuentes literarias a la hora de escribir?

Todo lo que leo y veo. Todo. Sin duda los maestros son mejores que los aprendices, pero no en todo: han perdido la frescura e inocencia que ellos aún conservan. Por tanto, los considero a ambos fuentes de inspiración válidas.

¿Escribes o sigues algún blog con entusiasmo porque te parezca una herramienta literaria?

No sigo a ninguno en particular, pero muchas veces llego a alguno que me impresiona, y entonces me puedo pasar semanas enteras leyendo todo lo que ha escrito su autor desde la creación del blog, porque noto que es interesante, que cada entrada vale la pena y podría ser publicada comercialmente (si bien esto último no necesariamente denota calidad). De hecho, como ejercicio literario yo tengo el mío propio, 'Vaguedades ilusorias', en el que trato de mejorar mi escritura y escribir cosas interesantes.

Una frase que resuma tu modo de entender el mundo.

“Quien quiera cambiar el mundo, que empiece por sí mismo”.

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