Luis Artigue: “Poesía es ese momento en el que la literatura se quita la ropa”

Luis Artigue. Foto: Santos Perandones

Manuel Cuenya

“La socialmente escalonada y desaforada Edad Media con su feudalismo y vasallaje, y la jerarquizada e injusta contemporaneidad con su clientelismo y servilismo, se parecen... oh, sí, el oscuro Medievo ha vuelto. Busca la luz”

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“La bélica Edad Media con su maquiavélica idea del mal menor para justificar la barbarie, y la militarista contemporaneidad con su análogo hallazgo verbal de daños colaterales, se parecen... Oh, sí, el oscuro Medievo ha vuelto... Busca la luz”

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“La dogmática Edad Media con su escolástica que en vez de conciliar fe y razón sometía la razón al arbitrio de la fe, y la relativista contemporaneidad con su márketing que en vez de conciliar verdad, información y creencia conveniente somete la verdad y la información a la creencia conveniente, se parecen... Oh, sí, el oscuro Medievo ha vuelto... Busca la luz”

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“La Edad Media con su miedo milenarista, con su escasez casi generalizada y siempre justificada teológicamente mediante el ascetismo y sociológicamente a través de los fueros y privilegios de la nobleza y el clero, y la exuberancia contemporaneidad de esta crisis económica que nos ha traído un discurso político y económico que justifica las prebendas y la impunidad de gobernantes y políticos, se parecen... Oh, sí, el oscuro medievo ha vuelto. ¡Busca la luz!”

(Luis Artigue, 'Donde siempre es Medianoche')

Poeta, narrador, articulista y crítico literario, Luis Artigue es una referencia fundamental en el actual panorama leonés de las letras. Incluso cuando escribe columnas de opinión/artículos o críticas literarias procura hacer literatura. Qué es hacer literatura, se preguntarán algunos. Pues laborar con palabras. O, mejor dicho, construir con palabras, como un albañil, pongamos por caso, construye casas con ladrillos, entre otros materiales.

Tanto es así que el autor de 'Las perlas del loco Ventura' (Edaf, 2007) asegura que él es un peón de albañil de la literatura en comparación con sus maestros, entre los que se hayan escritores leoneses como el académico Merino o el dramaturgo Fermín Cabal (a quienes les dedica 'Donde siempre es medianoche', Editorial Pez de Plata, 2018, su hasta ahora última novela).

“Los escritores leoneses son mis clásicos y la literatura leonesa es mi cimiento”, aclara Artigue, quien también se muestra devoto de creadores y creadoras como Safo (harto importante en su obra), Cervantes, Shakespeare, Borges, Marguerite Duras, Proust, Baudelaire, Kafka, Calvino, Hammett, Philip K. Dick, Salman Rushdie, Peter Handke, Rulfo, Leonard Cohen, Oliver Sacks (autor de la estupenda 'El hombre que confundió a su mujer con un sombrero'), o Cernuda, Lorca, Valle Inclán, Mihura, Gómez de la Serna y María Zambrano, entre otros muchos, de una larga lista, en la que también incluye a “Dante, mi abuela Margarita y/o Antonio Pereira”.

Aficionado al jazz y al cine, ambos aparecen a menudo en su obra y le han proporcionado, en su opinión, muchas sensaciones impagables. “han sido y son mi deleite, mi droga, mi asidero, mi refugio, mi fuente de energía, mi inspiración y mi forma de añadir vida a la vida, y por eso forman parte fundamental de mi obra”, afirma contundente Luis, que comenzó, como su admirado Julio Llamazares, siendo poeta antes que narrador.

Recuerda que su primer poemario publicado data de 1997. Y desde esa época su obra podría enmarcarse dentro de la llamada 'poesía confesional' (término acuñado por el crítico Macha Rosenthal), que tanto le sigue fascinando.

El jazz y el cine han sido y son mi deleite, mi droga, mi asidero, mi refugio, mi fuente de energía, mi inspiración y mi forma de añadir vida a la vida, y por eso forman parte fundamental de mi obra

Una poesía de carácter eminentemente autobiográfico, caracterizada por la crudeza emocional, “un aumento de la percepción del cuerpo y una audaz introspección lírico-psíquica en una serie de materias íntimas que eran consideradas tabú en la época como las enfermedades mentales, los traumas, los delirios, la sexualidad desgobernada o el suicidio. Pero la polémica adecuación del lenguaje a la afilada autoindagación de esas turbulencias íntimas supuso toda una innovación no sólo temática sino también técnica en la poesía de ese momento (como ejemplo suele señalarse la apuesta de la poesía confesional por un uso específico de las formas no métricas y de una música versal con apariencia de oído poco exquisito, en realidad acorde con la irregularidad rítmica repleta de laberintos armónicos del jazz bebop...”, aclara Artigue sobre este tipo de poesía que surgiera en Estados Unidos en la década de los 50, entre cuyos máximos representantes están, entre otros, Anne Sexton o Sylvia Plath.

“Una poesía muy personal o 'del yo' que, frente a discursos totalizadores devenidos de la herencia del impersonalismo de T.S. Eliot, trata de dar testimonio y de propagar la conciencia de que cada persona es alguien en especial; que nadie es nadie... -matiza-, en sutil contraste con la espontaneidad y el coloquialismo preconizados una década después por los poetas del movimiento beat”.

Por tanto, confiesa que cultiva una poesía del yo con un ritmo disidente heredero del jazz bebop que huye de lo sinfónico y las exactitudes prosódicas para acercarse a sonoridades sincopadas repletas de laberintos armónicos. Y en esta línea del yo, con ritmo jazzístico, están 'El hombre de cristal y otros poemas' (influido por la poeta Safo, por el que recibiera el Premio Esquío), Los lugares intactos (Pre-textos, 2009, Premio Arcipreste de Hita), La noche del eclipse tú (Visor, 2010, Premio Fray Luis de León) y La ética del fragmento (Pre-Textos, 2017), que nos muestra un discurso lírico fragmentado pero no incompleto, en el que de nuevo vuelve a apoyarse en su musa Safo de Lesbos.

“Los clásicos vigentes y actualísimos como Safo mantienen la vulgaridad de nuestra época a raya al recordarnos que existe una ética del fragmento, un modo profundamente humano y humanista de unir nuestros segmentos interiores”, precisa Artigue al tiempo que nos explica que todos somos fragmentos, “una suma de trozos de nuestros afectos, nuestras vivencias, nuestros recuerdos, nuestras emociones y nuestros sueños, y la clave de la identidad estriba en cómo unimos esos fragmentos: está de moda hoy la exterioridad, la pose, la impostura, la tontería, la falta de alma en cualquier caso, lo cual supone unir los fragmentos de la identidad sólo mediante la estética”.

Todo lo que sabe de literatura lo ha aprendido de la poesía, según él. No en vano, reconoce que ha construido su ritmo mediante el jazz, “huyendo del ritmo sinfónico clasicista de acentos clavados para lograr una música versal menos predecible, más inspirada, más sin orden ni concierto ni partitura como el jazz”, como podemos leer en 'Tres, dos, uno... ¡Jazz!', poemario que publicara en 2006 a través de la Fundación Jorge Guillén y por el que consiguiera el Premio Ojo Crítico de RNE.

La poesía como desnudez extrema

La poesía es, a su juicio, un acto de desnudez extrema, “poesía es ese momento en el que la literatura se quita la ropa”.

En todo caso, el jazz está presente también en sus novelas 'El viajero se ha ido, como es lógico' (2002) y 'La mujer de nadie' (2008), publicadas ambas por Ediciones Linteo y ambientadas en el París bohemio de los años 20 y 30.

También la música jazz aparece en su reciente novela 'Donde siempre es medianoche'. Y en estos momentos –nos adelanta– está escribiendo una novela sobre Miles Davis “en los años cool de su disco emblemático 'Kind of Blue'”, cuyo título será a buen seguro 'El mal en calma'.

“El psicoanálisis es cirugía psíquica; es alguien que te corta la carne y te abre –con dolor, nunca hay anestesia suficiente- para tratar de extraer de dentro de ti todo el tumor emocional que albergas...”

(Luis Artigue, 'Donde siempre es medianoche')

Cuenta que un ictus, que sufriera durante su adolescencia, lo dejó marcado como persona y como escritor. Una experiencia clave en su biografía, de la cual le cuesta hablar porque, según él, aún no la entiende ni asume del todo. “A los 17 años, un día antes de que tuviera lugar mi examen de selectividad previo a la universidad, sufrí un ictus hemorrágico, una suerte de tormenta eléctrica dentro del cerebro, que me sumió en un prolongado e interino coma (el cual era también una especie de intermitente noche neurológica que me inspiró la idea de mi última novela, 'Donde siempre es medianoche'). Fui entonces ingresado en el hospital de mi León bajo la batuta de mi amigo y reputado neurocirujano el Doctor Cosamalón. Pero lo siguiente que yo recuerdo a cabalidad es un año después, cuando desperté en una habitación del Hospital Ramón y Cajal de Madrid con la mitad izquierda de mi cuerpo paralizada a causa de la hemiparesia, y sin poder casi comunicarme a causa de la afasia. Sin embargo mi familia y los médicos estaban bailando alrededor de la cama porque había despertado... Desde aquel calvario neurológico me intriga la oscuridad (la externa, por supuesto, pero sobre todo la interna)”.

La oscuridad, acaso como metáfora del mundo del subconsciente, puebla esta novela de Artigue, que se desarrolla en la villa toscana de Silenza, adonde va a parar un “fotoperiodista bélico”, un “detective informativo”, un Sabueso hipocondríaco adicto al amor y al psicoanálisis, cuya terapia consiste en escribir, para investigar el extraño fenómeno de la oscuridad, la noche eterna en la que permanece la ciudad italiana de Silenza. Y en ese viaje, al final de la noche (que es como un regreso a la Edad Media), se encuentra con una hermosa, moderna y sofisticada Elisabeta, que oculta su lado oscuro. Como ocurre, por lo demás, con todos los seres humanos. Ahí está el famoso caso de 'El doctor Jekyll y Mr. Hyde', de Stevenson, entre otros muchos relatos que abordan el doble en la literatura (Poe, Dostoievski, Maupassant...).

A los 17 años, un día antes de que tuviera lugar mi examen de selectividad previo a la universidad, sufrí un ictus hemorrágico, una suerte de tormenta eléctrica dentro del cerebro, que me sumió en un prolongado e interino coma

A través de unos personajes al borde de un ataque de nervios (por decirlo en términos almodovarianos), véase el psicoanalista judío y argentino, inteligente y cabrón (que recibe a lo largo de la novela varios nombres desternillantes como Doctor Histeria Sexy, Doctor Encéfalo Fálico, Doctor Apocalipsis Menopaúsico o Doctor Narcisismo al Contado, lo que nos hace recordar asimismo los nombrecitos con que bautiza a sus personajes la narradora cubana Zoé Valdés en 'Te di la vida entera'), Anticristo Superstar (el jefe de una secta de chupadores de sangre, que bien podría remitirnos al 'Drácula' de Stoker), un comisario de policía corrupto, la bella y salvaje Elisabeta (cuyo exmarido es un catedrático de astrofísica) y el propio protagonista y narrador de la historia, aparte de algunos héroes subempleados, noctámbulos errantes, teósofos libertarios, borrachos empapados en gintónic, adolescentes con sus móviles de última generación, policías de incognito..., Artigue nos introduce en un mundo realmente oscurantista, medievalista (que tanto se parece al contemporáneo, algo que ya nos mostrara con brillantez Umberto Eco en su ensayo 'La Nueva Edad Media'), un escenario de terror, apocalíptico, de crisis brutal, no sólo económica sino espiritual, un escenario propicio para los canallas pero también para los audaces, como se cuenta en la novela, cuyo final nos hace evocar 'El perfume', de Süskind.

“Oh, noto ahora cómo mi corazón está chorreando sangre por mi cuerpo. Camino encogido a causa de lo que tal vez sea una crisis respiratoria. Todo me intimida. Miedo. Miedo a que de pronto un leñador urbano me sesgue de cuajo la cabeza con su hacha. Miedo al servicio secreto. Miedo a los servicios públicos. Miedo a cualquier tipo de wáter. Miedo a perder el trabajo y tener que dedicarme a ejecutar hipotecas. Miedo a los cambios. Miedo a las corrientes de frío. Miedo a dormir sin calcetines. Miedo a las ensaladas de los restaurantes por si incluyen, al descuido, setas alucinógenas...”

(Luis Artigue, 'Donde siempre es medianoche')

Cree Luis Artigue que el miedo por excelencia es el miedo al misterio de la oscuridad, y que nuestro modo de enfrentarnos a la oscuridad da la medida de lo que somos de verdad. Y por eso ha escrito esta novela titulada 'Donde siempre es medianoche', “que trata sobre una oscuridad urbana extrema que, como el coma, cuando deja de producir terror, hasta hace reír: una novela de humor neurótico con impregnaciones del género negro, y del género gótico, pero que también tiene una lectura política que atañe a esta crisis económica que aún nos acorrala... En el fondo esta novela nocturna es una estrategia para despertar”, nos advierte este creador, que ha trabajado mucho con el yo y con el humor en sus novelas, “porque he descubierto que el secreto de la salud psíquica es ser capaz de contar la historia que eres y que ésta deje de ser tragedia o drama y pase a ser comedia, y para eso, aunque difícil, es fundamental el humor”, apostilla el autor de 'Club La Sorbona' (Alianza Editorial, 2013), una novela negra, psicológica y de alterne que consiguiera en Valladolid el Premio Miguel Delibes “para colmo de mi felicidad creativa”, señala él, quien reconoce que esta obra está inspirada de algún modo en Villalobar, donde viviera su infancia, comenzara a aficionarse a la lectura y forjara algunos sueños, que por fortuna ha podido ver cumplidos.

“He crecido en estas calles, quiero a algunas personas que viven aquí y aquí vive mi familia, que para mí es lo más importante de todo. Pero también conozco las sombras de esta ciudad, sus claroscuros con forma de cainitismo y provincianismo enemigo de lo nuevo, su apoltronado conformismo, ese elogio sincero que es la envidia, esa política de lo mismo y de los mismos que aquí prima, y sobre eso, sobre esos claroscuros, versa mi recién publicada novela de terror neurótico 'Donde siempre es medianoche'... Pero soy un enamorado de esta ciudad, y he rechazado no pocas veces tentaciones laborales para irme a vivir fuera porque me gusta cada vez más León”

Villalobar, su espacio natal, a pocos kilómetros de distancia de la ciudad de León, es “mi pueblo costumbrista y tradicional pero pintoresco, castizo y valleinclanesco por momentos”. Y León, por su parte, es “mi bella ciudad urbana a su manera, mi referencia, mi compendio de recuerdos y sensaciones impagables, el lugar en el que nací y me enamoré por primera vez, mi santo y seña, mi medida histórica y literaria de las cosas: una ciudad con un cielo de increíble belleza, y con una democracia conversacional preservada, y con un tamaño y coste de la vida aún a escala humana de verdad... He crecido en estas calles, quiero a algunas personas que viven aquí y aquí vive mi familia, que para mí es lo más importante de todo. Pero también conozco las sombras de esta ciudad, sus claroscuros con forma de cainitismo y provincianismo enemigo de lo nuevo, su apoltronado conformismo, ese elogio sincero que es la envidia, esa política de lo mismo y de los mismos que aquí prima, y sobre eso, sobre esos claroscuros, versa mi recién publicada novela de terror neurótico 'Donde siempre es medianoche'... Pero soy un enamorado de esta ciudad, y he rechazado no pocas veces tentaciones laborales para irme a vivir fuera porque me gusta cada vez más León”, se revela Artigue, que se siente alegre, feliz y realizado por tener una familia, una vocación y el trabajo que siempre soñó para poder desarrollar esa vocación. Y por vivir rodeado de música, cuadros y libros “para que haya inteligencia y belleza en mi vida”, añade.

Lejos del estruendo de la épica

abrazadas yacen las amantes;

planeando a ras del suelo sus poemas corporales.

Les pareció la noche tan hipócrita y gélida,

tan inexacto el lecho mineral, monorrítmico,

que abrazadas yacen las amantes,

consumido ya el sándalo del deseo por la estancia.

Es tan inapropiada la palabra

frente a la primacía lingüística del tacto.

Es tan inapropiada la razón

que abrazadas yacen las amantes,

fundidos al silencio sus poemas corporales.

Bajo un techo elevado,

un cielo traspasado mientras vuela la entrega

lejos de lo finito,

abrazadas yacen las amantes.

Acompasadamente,

como si los latidos dialogaran,

salen dos soledades al encuentro

proclamando en un lecho la estación de las lluvias.

Miel de helecho.

Como el género virgen en casa de un platero

al pasar por el yunque

abrazadas yacen las amantes,

enredados sin dueño sus poemas corporales.

Confrontados

en una noche plena que deja cicatrices,

en una noche ajena a todos los deslices,

en una noche llena

de instantes intangibles que ayudan a existir.

Lejos del estruendo de la épica...

(Luis Artigue, 'Las amantes', poema incluido en 'La ética del fragmento')

“Quiero, eso sí, terminar recomendando a todos los lectores de ileon.com que compren y lean literatura porque sin la literatura probablemente la vida seguiría existiendo, pero no sabríamos qué significa”, concluye.

Entrevista breve a Luis Artigue

“Escribo para añadir vida a la vida”

¿Qué libro no dejarías de leer o leerías por segunda vez?

La Biblia.

Un personaje imprescindible en la literatura (o en la vida).

Mi madre.

Un autor o autora insoportable (o un libro insoportable).

La literatura, más que a juzgar a otros, me ha enseñado a reivindicar el derecho a admirar.

Un rasgo que defina tu personalidad.

El entusiasmo.

¿Qué cualidad prefieres en una persona?

La alegría.

¿Qué opinión te merece la política actual? ¿Y la sociedad?

A la sociedad la pondría el calificativo de castigada y a la política el de mejorable.

¿Qué es lo que más te divierte en la vida?

Hablar con buenos conversadores.

¿Por qué escribes?

Para añadir vida a la vida.

¿Crees que las redes sociales, Facebook o Twitter, sirven para ejercitar tu estilo literario?

No: son un buen tablón de anuncios, pero a mi juicio no refinan el estilo de nadie.

¿Cuáles son tus fuentes literarias a la hora de escribir?

El sol, la luna, las noticias de la radio, mis neuras, los parlamentos del dueño y camarero de La Bicha, su menú que en cualquier país nórdico sería tildado de bioterrorismo, el rostro de mi hija Lorca, las manos de pianista de mi neurocirujano, el culo de Nicole Kidman en 'Eyes wide shut', el viento helado en la cara.

¿Escribes o sigues algún blog con entusiasmo porque te parezca una herramienta literaria?

No.

Una frase que resuma tu modo de entender el mundo.

La única forma de soportar bien el frío es estar contento de que haga frío.

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