Los economatos de empresa: otra forma de comprar que creó y unificó hábitos, modas y gustos

Economato de la MSP en Ponferrada.

Luis Álvarez

Casi siempre que nos referimos a la historia de la minería del carbón en las cuencas leonesas centramos la atención en el trabajo en el subsuelo, en las luchas obreras, en las empresas y en situaciones en torno a estos elementos. Obviando una parte fundamental de esa historia minera, la vida fuera de la mina, la vida en la superficie, la vida de las familias de los mineros.

No con el objeto de reparar esos olvidos, solo a modo de recordatorio de esa otra parte de la historia de la vida en las cuencas. Abordamos en estas páginas de ILEÓN un asunto que fue fundamental en el desarrollo del discurrir de la vida de las familias y dejó su huella profunda en la sociedad y modos de vida en estas áreas mineras durante más de medio siglo. 

Desde mediados de los años veinte hasta el final de la década de los ochenta, en la comarca de Laciana, los economatos laborales o de empresa fueron un elemento fundamental e indispensable en el funcionamiento de la sociedad local de la época. Marcaron modas, unificaron gustos y pusieron al alcance de la mayoría social del territorio algunos productos que sin ellos hubiesen sido inalcanzables.

En el artículo 'Breve historia de una empresa minera' de Josefa Vega Crespo, centrado en Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP), y publicado en el año 2011 en la revista Circunstancia. La profesora de economía aplicada de la Universidad de Valladolid asegura que “la instalación de MSP transformó radicalmente la estructura económica de la zona de Villablino que, si al finalizar el siglo XIX tenía al 90% de sus activos ocupados en tareas agrícolas y ganaderas, a la altura de 1960 era ya una economía fundamentalmente industrial, con casi un 70% de sus trabajadores empleados en labores mineras; una situación que se ha mantenido hasta la actualidad”.

Una actividad económica que configuró una sociedad local eminentemente dependiente de la profesión minera, que generaba la propia empresa. Y a ese amplio sector social fue al que abasteció el sistema de economatos laborales de la empresa, que llegó a tener abiertos en Laciana seis despachos y una panadería industrial. 

Además, los economatos de MSP daban también servicio a los trabajadores de Hullas del Coto Cortés (HCC) residentes en el municipio de Villablino, desde que HCC decidió cerrar el despacho que tuvo en Caboalles de Abajo a finales de los sesenta manteniendo el de Cerredo (Asturias), donde se ubicaban sus explotaciones mineras. Por un acuerdo entre ambas empresas y el pago de compensaciones económicas, MSP asumió a los trabajadores de HCC como beneficiarios de sus economatos. El mismo sistema por el que los trabajadores de la empresa Hijos de Baldomero García (HBG) también tuvieron acceso a los economatos laborales de MSP durante algún tiempo.

¿Qué eran los economatos laborales?

Las personas que superan los cuarenta años saben y tienen conocimiento de que eran y como funcionaban los economatos, pues los de MSP en Laciana y Ponferrada desaparecieron el 31 de diciembre de 1988, tras la venta de los mismos a la empresa de alimentación Elosúa-Peñagrande. Los más jóvenes solo tendrán noticias escasas de escuchar a sus mayores algún comentario.

Los economatos laborales los definen así: “Establecimientos, amparados por la normativa laboral, en los que las personas trabajadoras podían adquirir mercancías (normalmente, productos básicos) a menor precio que en las tiendas habituales: tenían una finalidad social”. 

Esa finalidad social hasta los años cincuenta fue garantizar un mínimo suministro básico a los trabajadores y sus familias de productos de primera necesidad. Y posteriormente con mejores y más amplios suministros, permitir el abastecimiento de las familias con un comercio siempre a precios por debajo de los del mercado comercial habitual.

La primera legislación que los reguló, fue la 'Orden de 30 de enero de 1941, por la que se determina la obligación de establecer Economatos en las Empresas que se señalan'. Las de minas de carbón, las explotaciones ferroviarias, los contratistas de obras públicas. las siderometalúrgicas que tengan una plantilla normal de 50 trabajadores, como mínimo, las fábricas de cemento (BOE de 31 de enero de 1941).

Además de fijar las normas de funcionamiento de los mismos, establecía un mínimo de productos básicos de abastecimiento, no intervenidos (son los años de la posguerra y de las cartillas de racionamiento, que se mantuvieron hasta 1945): “Patatas, tocino, embutidos frescos (morcillas y chorizos), sardinas en conserva y mantequilla en las provincias de León y litoral cantábrico”.

Disposiciones ministeriales posteriores van a ir perfeccionando el sistema, ampliando los productos básicos a suministrar o dejándolos definitivamente libres a la iniciativa empresarial de los titulares de los economatos. Y estableciendo los gastos que se pueden sumar a los productos para su venta a precio de coste: transporte, arbitrios, tasas e impuestos. Nunca los gastos de gestión, de personal y locales, que corrían a cargo de las empresas en su totalidad. 

Entre esas normas las más notables, el Decreto de 21 de marzo de 1958 (BOE de 15 de abril de 1958), que establece una nueva serie de productos básicos: “Aceite, jabón, azúcar, arroz, tocino, harina, alubias, lentejas, garbanzos, patatas, bacalao, embutidos, sardinas en conserva y similares, café y sucedáneos, leche condensada, chocolate, vinos comunes de mesa, pescados secos y en conserva, pastas de sopa, macarrones y similares, ropas y calzado de trabajo, calzado económico, telas esenciales para vestido o ajuar de casa”. 

Cinco años más tarde, el Decreto 1019, de 2 mayo de 1963 (BOE  20_05_1963) autoriza ya la venta de nuevos productos frescos: “Los Economatos Laborales podrán tener y expender a sus afiliados carnes y productos cárnicos en fresco, congelados y en conserva, pescado fresco y congelado, frutas, hortalizas y verduras” 

Ya la última corresponde a un Real Decreto 762, de 4 de abril de 1979 (BOE de 13 de abril de 1979) que elimina las restricciones de abastecimiento, excepto a los productos que se consideran de lujo y trata de regular el funcionamiento, para que no se produzca una competencia desleal con el comercio de libre mercado, con el que deben convivir.

Los economatos estaban abiertos a todos los trabajadores de la empresa, viudas de trabajadores y jubilados, y siempre en todos los casos a sus convivientes en los domicilios familiares. La forma de acreditación de la condición de beneficiarios era la presentación de una libreta o una cartilla emitidas por la empresa a nombre del interesado.   

Por la información recogida de diversas fuentes particulares, puesto que no hay un archivo histórico de la empresa disponible. MSP tuvo economatos abiertos mucho antes de esta regulación legal. Según consta en una memoria de 1943, facilitada por un particular, al menos desde el año 1926 la empresa ya tenía abiertos sus primeros economatos.

En Ponferrada, Caboalles de Abajo y Villaseca, localidades que en aquellos primeros años albergaban al grueso de sus trabajadores. Posteriormente en la década de los años cuarenta abrió despachos en Villablino, Caboalles de Arriba, Orallo, Toreno y Villares-Tormaleo (Asturias). Y años después otro más en Villablino, en las inmediaciones de la barriada de la empresa de Colominas (Los Vallines) Los últimos en sobrevivir fueron los de Villablino, Villaseca, Caboalles de Abajo y Ponferrada. 

La organización de los economatos

Cada despacho tenía un jefe de economato y varios dependientes para atender a los clientes, todos equipados de batas blancas, regularmente un encargado de almacén, con bata azul, y al menos un pinche menor de 18 años y sus limpiadoras asignadas (en el argot minero se les llamaba pinches a los trabajadores menores que entraban a la empresa como aprendices y por extensión a los ayudantes jóvenes de cualquier labor).

El despacho según su importancia era un local amplio con largos mostradores y separación de productos por zonas diferenciadas y a cada una de ellas la atiende un dependiente: frutas, verduras y hortalizas; carnes y derivados; salazones y escabeches; ultramarinos, aceite, café, chocolate, conservas; pan, galletas, repostería; droguería; calzado, ropa y telas. De todos los productos solía existir una sola marca, raramente dos. Separado de este espacio estaba el almacén donde se despachaban las patatas, el vino y el aceite a granel. 

Hay una característica especial, que está en la memoria de las decenas de personas: los olores característicos de cada una de las dependencias. En el despacho general, la mezcla del olor intenso del café recién molido (se molía el café a quien lo pedía, también el pan duro si se llevaba de casa para obtener pan rallado), con los de las frutas, el bacalao recién cortado y el resto de productos existentes que generaban un ambiente agradable, hoy prácticamente irrepetible. Y en el almacén el olor a tierra y polvo de las patatas, mezclado con el de las cubas y el vino que se despachaba, se hace imposible de percibir hoy en día.

Para la compra, se colocaban las libretas por orden de llegada, en algunos despachos como el de Caboalles de Abajo hemos podido saber que incluso se colocaba ya el montón de libretas en una de las ventanas, antes de que se abriese a público el despacho, según comenta Alberto Durán. En algunos días señalados se formaban colas de espera antes de la apertura por ser jornadas de productos muy demandados.

Y por ese orden establecido por las libretas, cada dependiente iba llamando al titular para atenderle, si este no acudía a la llamada, su libreta se iba al fondo del montón para una segunda llamada En ocasiones se organizaban pequeñas disputas si alguien trataba de alterar de alguna forma ese orden.

Hasta casi la última década muchos de los productos se servían a granel, el aceite, las legumbres, los fideos o pastas, incluso los escabeches en conserva o las sardinas; en bolsas o envoltorios de papel o recipientes que llevaba el cliente desde casa: aceiteras, botellas, garrafones de distintos tamaños, hueveras y bolsas para recoger todo. Los productos de almacén como las patatas, los piensos para animales o el vino, se recogían en el propio almacén con un vale ya pagado, que extendían los dependientes de mostrador.

Una forma de organizar la distribución, para tratar de evitar aglomeraciones en los despachos, fue la de repartir en distintos días de la semana los productos más demandados: lunes, miércoles y jueves para frutas y verduras; viernes para los pollos. Lo que no podían hacer con los turrones y dulces navideños, que mediado diciembre dejaban los estantes vacíos en pocos días, al ser productos de mucha aceptación. 

Al finalizar el día los dependientes hacían el balance de sus cajas, la recaudación, las ventas, y se la entregaban a cada jefe de economato, encargado de la contabilidad y las anotaciones. “Y el dinero se guardaba en una caja fuerte que teníamos hasta el día siguiente, que venia el pinche de la valija y la llevaba a las oficinas de Villablino”, explica Salva; uno de los trabajadores de economato. Otro de estos trabajadores, Luis Chimeno (Sito), trabajador más antiguo, recuerda que también hubo épocas en que el dinero lo recogía al día siguiente un guarda jurado de MSP o un empleado del Banco Central, “en bolsas cerradas y selladas con lacre”.

El pinche de la valija es otra figura laboral muy característica de la organización empresarial de MSP en Laciana. Estos eran trabajadores encargados de ir con una valija (cartera de cuero, con un sistema metálico de protección y cierres con llave) llevando o recogiendo dinero y documentos por todas las instalaciones de la empresa, oficinas, grupos mineros, almacenes, talleres, economatos o ferrocarriles. La mayor parte de su tiempo de existencia usando una bicicleta como medio de transporte. 

Los recuerdos de una forma de comprar

No siempre se pagaron las compras en los economatos con dinero en efectivo, en las primeras décadas de funcionamiento se hacia con anotaciones del gasto en las libretas y a final de mes se descontaba esa cantidad de la nómina del trabajador. Lo normal era que dispusiesen de entre un 40 y un 60% de crédito mensual sobre el total de sus salarios. Más tarde se cambió a sistema de pago en metálico.

Los testimonios recogidos son casi en su totalidad a partir de la década de los años sesenta en adelante. Cuando las condiciones económicas y de abastecimiento ya habían mejorado bastante respecto a las situaciones de precariedad y escasez de las décadas anteriores. Y que año a año siguieron mejorando, hasta el triste final de desabastecimiento, por las deudas acumuladas, que precedió a la liquidación de los economatos de MSP en 1988. 

Un breve cuestionario con preguntas sobre primeros recuerdos, peticiones infantiles de pequeños caprichos, compras, productos estrella y anécdotas ha mostrado que la coincidencia en las respuestas resulta muy generalizada, pues la mayoría coinciden en gustos, formas y pautas de comportamiento. 

Los primeros recuerdos están focalizados alrededor de las madres mayoritariamente y también alguno en los padres, con los que acudían a las compras “cuando no había escuela”. No pedían mucho, “no había mucho dinero para pedir caprichos”, pero en ocasiones lograban algo, “un bollo suizo, una onza de chocolate, o las migas de bacalao recogidas del mostrador donde lo cortaban con la guillotina”.

Los bollos suizos hicieron época entre los cincuenta y los sesenta, “estaban exquisitos, dulces, suaves, era la mejor golosina”, comenta Gelines. Para unos, comiéndolos solos, para otros, con distintos aditivos: fuagrás, chocolate o mantequilla. 

Estos bollos eran creación de la panadería industrial que MSP tuvo en las inmediaciones de la estación del Ferrocarril de Villablino, desde 1953 hasta 1971, donde además del pan para abastecer a todos los economatos, también hacían pastas y magdalenas. Una partida de masa para pan, que no salió como deseaban los panaderos, fue la base de los bollos. “No lo podían tirar eran muchos kilos de harina” –cuenta Marifé, hija de uno de los panaderos, Fernando– “empezaron a hacer pruebas, añadiéndole leche, huevos y azúcar hasta que salieron los bollos, así me lo contó mi padre”. Posteriormente el aditivo principal fue la leche condensada. 

Para otros, los caprichos y los pequeños antojos llegaban en casa, con productos de sabores de alimentos que aún recuerdan y cuando lo cuentan, como se suele decir “se les hace la boca agua”. Los escabeches, las conservas de sardinas en aceite, las galletas, el salchichón, las pastas... son parte del abanico de sabores que perduran en las memorias de los lacianiegos.

Cuando ya los niños y niñas fueron creciendo, les tocaba también hacer la compra o acudir como acompañantes para ayudar en el transporte. Porque habitualmente se hacían compras grandes “tocaba coger la bicicleta y cargar un saco de patas en el cuadro sobre la catalina, un garrafón de vino o garrafas de aceite atados en el portabultos, y las bolsas colgadas a ambos lados del manillar”. Otros usaban carruchos de mano para llevar la compra a casa.

Ir en época de vacaciones escolares a primera hora o antes de entrar a clase durante el curso a dejar la libreta, para que después acudiese la madre o el padre a realizar la comprar era otra de las tareas encomendadas a los más jóvenes. 

Que cuando eran ellos los que acudían a comprar utilizaban el economato más como un centro de reunión, diversión y juegos con sus compañeros y amigos. Algunos “para ver o hablar con la chica que te gustaba”, que de todo había, perdiendo habitualmente el turno una o mas veces por sus distracciones en el exterior.

Algunas anécdotas

Hemos escuchado muchas de las que seleccionamos unas pocas. La primera está recogida de una fotografía publicada en un foro de Caboalles de Abajo, que ya no existe, porque es la más antigua. En esa fotografía que acompaña este artículo se ve a la plantilla del economato del pueblo posando en el puente en la década de los años 40.

El niño rubio de la izquierda se llamaba Félix y le quedó para siempre el sobrenombre de Noreña. Apodo por el que siempre lo conocieron todos en el pueblo, según explicaron en el foro. “Noreña era Félix, hermano de Luis el abuelo. Le llamaban así porque era el encargado de traer las latas de chorizos de Noreña del almacén al mostrador del economato. La familia no tiene nada que ver con Noreña de Siero, ya que son de Moreda de Aller”.

De tiempos algo más recientes y turbulentos, las huelgas mineras del 1962 son las dos siguientes anécdotas, similares en el desenlace y diferenciadas en los lugares y los protagonistas. Una ocurrió en Villablino y la otra en Villager.

Un día de aquellos de huelga, Ángel, uno de los panaderos, iba a trabajar desde su casa en Colominas hasta la panadería de la estación. Como siempre por la vía del FFCC, el camino más corto. Cuando estaba llegando a oscuras se vio de golpe rodeado por cuatro hombres armados con palos. “Pensó que le iban a golpear y dar una paliza”, no sabía si eran huelguistas o esquiroles. Preparado para lo peor, uno le enfocó la cara con una linterna, lo reconoció y les dijo a los otros “es uno de los panaderos dejadlo que vaya a trabajar”. Según nos la narró su hijo, “el creyó que eran de los esquiroles violentos que había traído la empresa de Asturias”.

A Villager llegaba un tren destinado a transportar a los trabajadores que subían desde Palacios del Sil y alrededores, le llamaban popularmente el Jaimito, oficialmente la empresa lo consignaba como “tren obrero”. Se suprimió y sustituyo por un transporte en autobús en la década de los 70.

Ese era el transporte que usaba Chimeno, complementado con bicicleta, para acudir al trabajo desde Tejedo del Sil, donde vivía y aun reside, hasta el economato de Orallo. “Un día cuando llegué a donde la cuadra de las mulas de Calderón”, un grupo de mujeres le salió al paso y bloqueaban el camino, “eran de la zona de Villaseca, porque se cambiaban por días de lugares y las de Orallo y Villager iban para Villaseca”. Cuando estaba allí parado “llegó una mujer que bajaba de Orallo y me conoció y les dijo a las otras, que me dejasen pasar que yo iba al economato”.

Otro trabajador más joven Salva confirmó que en su época (años 70 y 80), “en las huelgas siempre trabajábamos, el problema era que, si duraban mucho, empezaba a existir desabastecimiento, pues no llegaban pedidos ni provisiones”.

La panadería y los panaderos

Sobre la panadería y los panaderos, podemos ampliar datos. La empresa cuando decidió abrir la panadería buscó panaderos, y como en los fichajes del fútbol actuales, salió en busca de profesionales. Cinco de ellos llegaron de Villalpando (Zamora), otros tres de pueblos de Omaña y un noveno de Caldas de Luna. Y ellos y sus familias fueron los primeros habitantes del barrio de Colominas a principios de 1954, donde les asignaron las casas más al extremo este de la barriada. 

“Las que podrían tener menos ruido por el bullicio del barrio, al estar más retiradas y saber que tenían que trabajar de noche”. Entraban a trabajar a las cuatro de la mañana para abastecer de pan a todos los economatos y el día de más labor era la jornada de Santa Bárbara, porque había que hacer miles de pequeños bollos, que la empresa usaba para las comidas y aperitivos que daba a los trabajadores, en los grupos mineros, escuelas o explanadas.

Cabe también recordar un hecho trágico ocurrido el 19 de marco de 1983. De vuelta hacia Ponferrada de un grupo de trabajadores del economato de la capital berciana, que regresaban del entierro de un compañero del economato de Villaseca, Gila. El coche en el que viajaban se deslizó sobre una placa de hielo en la carretera C-631, sobrepasado ya el pueblo Rabanal, y se precipitó a las aguas del embalse de Las Rozas.

Solo uno de los tres ocupantes logró salir a nado hasta la orilla, Juan. los otros dos fallecieron ahogados en las heladas aguas del río Sil. Sus cuerpos fueron recuperados por los buzos de la Guardia Civil, el 21 de marzo el de Manuel de la Rosa Balbís. Y un mes más tarde, el 21 de abril, el de Francisco Álvarez Peláez. Según una información facilitada por Manuel Prieto. 

Corolario y agradecimientos

Escuchar los testimonios de decenas de personas que amablemente se han prestado a contar recuerdos personales y familiares, sin muestras de falso pudor, evidencia que fueron unas formas de vida, unos hábitos, unos gustos y unos comportamientos sociales, que deben pervivir en la memoria colectiva de estas comarcas, porque han dejado una profunda huella social en la colectividad.

Como las sirenas, que sonaban cuatro veces al día en los grupos mineros, anunciando las entradas y salidas de los turnos laborales. Inundando el aire de los pueblos del valle con su aullido. Como señales de unos relojes de campanario, que nunca fueron necesarios, porque los tiempos los marcaban ellas, las sirenas. Lo mismo que anunciaban la tragedia cuando sonaban ininterrumpidamente, haciendo saber que un accidente grave se había producido. 

Son acontecimientos estos en la vida social de las cuencas, merecedores de estudios sociológicos más exhaustivos, que nos ayuden a entender mejor como se ha ido forjando la idiosincrasia particular y la personalidad del colectivo social de sus habitantes.

Quizá se nos olvide alguien, pero el agradecimiento de ILEÓN por sus recuerdos, documentos e imágenes facilitadas, que han permitido la elaboración de este artículo. Gracias a: Gelines y Mari Carmen Gago, Pedro Ignacio y Jesús Ángel Alonso, Marifé Luna, Gelo Nava, Ángel Villa, Montes, Leandro, Alejandro Martínez, Amparo, Elena Torre, José L Vega, Alipio Piñero, Ana e Inés González, Alberto Durán, Luis Chimeno, Salvador Raposeiras, Noelia y Víctor Álvarez, Manuel Prieto, Javier Rubio, Jesús Carballido, Conchi Pozo, Lidia de la Villa y Tomás Bejega. A las asociaciones: INCULCA, Exmineros de HCC, Amigos de Sierra Pambley, y Cultural y Minera de MSP.

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