Ganó Groucho Marx

Ana Cuervo Pollán. Estudiante de Filosofía

“No puedo, ni quiero, ni debo olvidarme de una de las grandes lecciones que aprendí no hace tanto. He recibido una estupenda educación pública en la que todavía se permitía al profesorado educar a personas, no a mano de obra. Se nos insistía en el valor de la coherencia, del pensamiento crítico, se nos enseñaba que tomar decisiones y adoptar determinadas posiciones, las que fueran, suponía saber por qué se asumían y ser consecuentes con ellas. Posiblemente, es la lección más grande que alguien puede enseñar.

Ser coherente supone ser fiel a unos principios asumidos razonada y voluntariamente, (pues de otro modo no serían principios), y una vez reflexionados y asumidos, mantenerlos siempre, independientemente de las consecuencias que tal cosa acarree.

Creo que ciertos políticos no tuvieron la misma educación que yo, o si la tuvieron, no la supieron apreciar. Parece que las palabras ya no tienen correspondencia con los hechos y los hechos carecen de un sentido mayor que alcanzar el poder. Me refiero, en este caso, a Tsipras. Parece que ya desde el primer día ha hecho suya la máxima de Groucho Marx. Ya se sabe. Al quedarse a muy pocos votos de la mayoría absoluta ha necesitado pactar. Y lo ha hecho no precisamente con otro partido de izquierdas. Tampoco con uno de centro. Muy al contrario, ha aceptado la propuesta de pacto de Griegos Independientes (ANEL), un partido que surgió de la escisión de algunos diputados descontentos de Nueva Democracia (que podemos hacerlo equivaler al PP español) y que se sitúa a la nueva formación surgida (ANEL) más a la derecha que el partido de Samarás. ANEL, cuyo líder es Pannos Kammenos, es un partido contrario al matrimonio homosexual, ha prometido mano dura con la inmigración “ilegal” y se opone a la separación Iglesia-Estado. Lo único que une a Syriza y a ANEL es la apuesta por el impago de la deuda. Por eso han pactado. No comparten los mismos principios, excepto el impago, pero el poder, es el poder. Tristemente.

Igual que me enseñaron la importancia de ser coherente con lo que una piensa, también me enseñaron que los principios son invendibles, irreductibles. Me enseñaron que aunque suene ingenuo todavía hay personas que no tienen un precio, que no se venden, que anteponen sus consideraciones a los beneficios que conlleve renegar de ellas u obviarlas. ¿Cómo se puede ser ateo y pactar con quien predica que Iglesia y Estado son indiscernibles? ¿Cómo se puede considerar alguien de izquierdas y pactar con un partido de ideología xenófoba? ¿Cómo se puede pretender ser la voz del cambio y del progreso y estrecharle la mano a alguien que no reconoce los derechos de las personas LGTB+? ¿Cómo puede defender Tsipras una sociedad justa y equitativa y obviar al movimiento feminista griego?

Ser de izquierdas tiene significado. No es un concepto vacío, aunque haya quien se empeñe en que suena demasiado “carca”. Ha triunfado la idea de que las etiquetas separan y que no es necesario pedir el carnet a nadie. Pero no da igual una idea que su contraria. Ser de izquierdas significa tener una ideología concreta, una serie de valores respecto a los cuales uno/a actúa. Si uno dice liderar un gran cambio democrático, hace un perfecto ejercicio de hipocresía tendiéndole la mano a quien no quiere una sociedad abierta, plural, donde la procedencia, la religión, el sexo o la identidad o condición sexual de las personas no importen.

Si detrás de unas siglas no hay nada, si uno firma pactos con cualquiera, si a uno no le importa pactar con un partido ultraconservador pese a definirse a sí mismo como alguien progresista, está adoptando una postura espantosamente mediocre y huera. Los pactos son útiles si se conciben como algo que permite aunar fuerzas para luchar por unos objetivos y, sobre todo, unos principios comunes. Si se conciben para aferrarse al poder a cualquier precio es una imagen patética.

Yo prefiero quedarme con aquella lección que nos animaba a ser críticos/as, a ser personas informadas, preparadas, a contrastar las opiniones, a ser coherentes, a estar orgullosas/os de nuestras ideas y a no vendernos. Todo era, en el fondo, cuestión de no venderse. De no dejarse llevar por la conformidad, por la desidia, de aprender que por encima del beneficio propio hay una sociedad que respetar, a entender la vida como un camino donde no ser una persona honrada no es una opción. Tsipras, en su primer día, ha pactado con una derecha más a la derecha que el Partido Popular. No ha hecho ascos a la homofobia, al conservadurismo, a un estado al servicio de la Iglesia, a la xenofobia. Menos mal que éste era de los progres. De poco vale no jurar sobre la Biblia si luego pactas con un partido muy alejado de los principios aconfesionales.

Sed coherentes, nos decían... sed coherentes“.

Etiquetas
stats