El retorno al huerto familiar

Carlos S. Campillo / Ical. Alzheimer León organiza unos encuentros para que niños y usuarios de la asociación trabajen juntos en los huertos del parque de la Candamia de León.

J. Benito Iglesias/ Ical

La vuelta al denominado huerto familiar, haciendo bueno el dicho de que la tierra es para que el que la trabaja, está cobrando fuerza en la última década y, sin llegar a alcanzar un crecimiento espectacular, la superficie ha aumentado en varias las zonas de Castilla y León. Los cultivos de productos hortícolas destinados al autoconsumo alcanzaron las 11.888 hectáreas con datos de 2014, frente a las mil hectáreas menos que había en 2004, tal y como refleja el resultado de la Encuesta sobre Superficies del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente.

Aunque se han puesto de moda los huertos urbanos en un terreno municipal compartido con otros hortelanos, o los comunitarios donde varios cultivadores alquilan un terreno y se reparten a partes iguales lo cosechado, el familiar tiene el componente añadido de que casi nunca se pierde. El amor por el terruño propio y la vocación heredada por sembrar y cuidar con mimo lo que se lleva a la mesa y se comparte con los más allegados mantiene viva la tradición hortelana -vinculada o no la actividad agraria- y suele contar con relevo generacional.

“Lo de ahorrarte dinero con un huerto no se ajusta del todo a la realidad ya que ahí está el coste de semillas, abonos, minerales y sulfatos para que los bichos no se coman lo sembrado. Siempre hay gastos, calculo que más de 300 euros al año, y el trabajo aportado es mucho. Pese a ello, uno puede decir que come lechugas y otros productos de primera calidad todo el año”, sonríe José Lucio. Su familia siempre tuvo huerta en la localidad palentina de Monzón de Campos y, ahora, él ha retomado su cuidado y el lugar de operaciones se sitúa debajo de un imponente castillo medieval, a 12 kilómetros de la capital, con el Canal de Palencia al lado como surtidor del imprescindible riego.

Vocación retomada

Cuando cerró la fábrica azucarera de su pueblo, en la que trabajó cerca de 20 años, retomó su gusto hortícola con fuerza y también lo compaginó con el campo. Ahora, ya jubilado, se afana en mantener cien metros cuadrados propios sembrados solo de patata junto a otros tantos en barbecho. El motivo es claro: a muy poca distancia cuenta con otros 200 metros en una amplia parcela, de propiedad municipal y cedida a varios vecinos, donde ha sembrado todo tipo de productos. Así, eligió la fórmula mixta de seguir cuidando su terreno cultivado y compartir espacio, vocación, conocimientos, charla y almuerzo con varios hortelanos a los que, como a él, les tira la tierra.

A las doce del mediodía -con el sol pegando de plano y el sudor agudizado por la ola de calor de julio- José baja el pistón después de iniciar la tarea pasadas las seis de la mañana. Tras regar los surcos, revisar los semilleros y quitar las malas hierbas, esgrime orgulloso toda suerte de tomates, puerros, cebollas, lechugas, zanahorias, coliflores, calabacines de varios colores, alubias verdes, nabos, pepinos, sandias o melones.

“Tengo de todo y nada me sabe igual que lo que cultivo”, arguye, al tiempo que asegura que invierte las mañanas de todas las estaciones del año en cuidar su 'tesoro agrícola' y no perdona ni los domingos “por que siempre hay que hacer algo”. Presume, por citar algunas cantidades, de recoger unos 300 kilos de patatas, más de 500 cebollas y en torno a 2.000 puerros, además de menorescantidades de una ingente variedad hortofrutícola, “para tener todo el año”, argumenta.

Cosecha compartida

Al ejemplo de José se suma a escasos metros de distancia el de otro vecino de Monzón de Campos, aunque con un tinte más urbanita, pero también amante de la huerta. Se trata de Juan Ángel de la Calle, un profesor de Filosofía jubilado que se define -utilizando un término popular acuñado en la comarca- como “medianero”, es decir alguien que aporta la tierra y los gastos que genera y deja que otra persona se encargue de los cuidados principales del cultivo de su propiedad, a cambio de entregar la mitad de lo cosechado.

Citando al filósofo Epicuro, hace alusión el término griego 'Kepas' -que significa “mitad huerto, mitad jardín”- para definir un espacio de cultivo y con atractivas flores, diseñado por su padre ya fallecido, antiguo labrador y luego industrial pero con un gran amor por la huerta. Ahora es su hijo quien disfruta de un lugar florido y hermoso en la parte trasera de un coqueto chalé pero que “solo riega y poco más”, reconoce. Un experto hortelano es quien cuida los 300 metros sembrados todo el año ya que Juan Ángel se ausenta seis meses que pasa en Málaga, donde ejerció como profesor 35 años, y aprovecha para llevarse allí desde Monzón de Campos a su madre de 94 años.

“No sé si compensa el esfuerzo, pero el huerto te llena el alma cuando ves que una planta sembrada te concede un fruto, aunque sea poco. Se trata de mucho más que el hecho económico en sí. Quien realmente ha vivido esto de pequeño entiende el privilegio de poder consumir algo que te sabe muy bien y que disfrutas solo por el hecho de haberlo cultivado. También satisface mucho poder compartir tu parte de cosecha con familiares, amigos y vecinos”, apunta.

Al respecto, añade que es muy aplicable a la situación descrita el refrán que dice: 'Casa, la que mores, y vino, de la viña que podes', y sonríe abiertamente al recordar que a muchos viticultores “el tinto ya les puede salir avinagrado en alguna cosecha, pero no te lo cambiaban por un Vega Sicilia”.

Huerto solidario

La casualidad quiere que a tres kilómetros de Monzón y a ocho de Palencia, la búsqueda de hortelanos se torne en una agradable sorpresa en las inmediaciones de Husillos. Allí, desde hace muy poco, se asienta un bonito proyecto solidario que está dando sus frutos dentro y fuera de la zona cultivada con esmero por varios inmigrantes. Lidia de Francisco, una educadora social natural de la sierra madrileña e hija y nieta de apicultores 'dobla el lomo' junto a sus dos acompañantes, Larbi, argelino, y Eric, camerunés,

El terreno agrícola está alquilado por uno de los socios del proyecto para jóvenes de la Universidad Rural Paulo Freire, con sede en Amayuelas de Abajo, un ecomunicipio palentino donde la gestión integral del territorio se ha convertido en un marco ideal para la formación y la creación de empleos verdes. “La iniciativa nació hace siete meses y aquí están once chicos de diferentes nacionalidades, junto a otro compañero y otra compañera más que actúan como formadores, y las mejoras que entre todos vamos aportando al huerto se descuentan luego del alquiler del terreno”, explica.

La idea se centra formar sobre todo a un grupo de jóvenes que cumplen 18 años en la ciudad y se ven obligados a dejar los centros de acogida donde fueron internados al llegar a España, buscando un futuro mejor y ahora no tienen otras oportunidades de trabajo. “Así pueden aprender oficios de la zona y técnicas de agricultura y ganadería ecológicas, para contribuir luego a repoblar el mundo rural. Lo que aquí se cosecha sirve para el auto consumo y vender algo ocasionalmente en un mercado de productos ecológicos hace que se pueda sacar un dinero, de cara a que estos jóvenes inmigrantes puedan quedarse a vivir en la zona”, expone Lidia sin ocultar su satisfacción.

En el huerto de 500 metros cuadrados sus trabajadores han hecho un pequeño pozo que en breve podrá funcionar y con ello aumentará la zona de cultivo. Ahora, son dos depósitos de mil litros cada uno los que sirven para regar los surcos cubo a cubo. “Una vez que limpiemos otra vez el pozo y ya no arrastre lodos y sedimentos se sacarán unos 2.000 litros diarios”, confía la formadora.

De momento con una dedicación diaria de cinco horas ya crecen cebollas, pimientos, maíz, calabazas, calabacines, hinojo, muelas, remolacha “pese a estancarnos un poco por el problema del agua”, sostiene. Lidia de Francisco concluye con un deseo: “El proyecto está abierto también a familias que apuesten por vivir en el mundo rural, en zonas que otras personas cedan después de abandonar la actividad agraria. Nos gustaría tener chicas aunque de momento es más complicado, pero la realidad es que aquí hay muchas huertas y pequeñas granjas de las que se puede vivir”.

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