Esguiladores, mayos y viceversa

Un esguilador subiendo el mayo en el año 2015.

Vélez

Por todos es sabido que cuando un nuevo vecino se instala en el pueblo, todo el paisanaje del lugar pone en marcha un intenso engranaje de investigaciones e indagaciones para conocer un poco más sobre su vida: ¿Quién es? ¿De dónde llega? ¿Hasta cuándo va a quedarse y qué piensa hacer aquí? Tal vez algunas de estas preguntas se las hayan hecho los habitantes de Riaño, cuando hace algunos días se han encontrado en sus calles con un nuevo acompañante: 'el esguilador'.

Este verano se instaló en el Paseo del Recuerdo de la capital del Pantano, para conocimiento y disfrute de los turistas, un mayo tradicional de aquellos que se levantaban en los pueblos leoneses cuando uno de sus mozos cantaba su primera misa. Pues bien, la pasada semana el Ayuntamiento riañés decidió colocar en este tronco coronado por una copa vegetal al esguilador.

Mayo permanente en Riaño, con un esguilador de chapa.

Trepando cual esguilo

Para la tradición leonesa el esguilador es un trepador. En este caso hace referencia a la persona encargada de ascender por el mayo cuando un hijo del pueblo comenzaba su vida sacerdotal. El que se ha colocado en Riaño es solo un monigote de chapa, pero en 'el cantamisas' los jóvenes de carne y hueso de la localidad competían para ver quién tenía la mayor destreza trepando.

El esguilador ascendía por el tronco hasta coger el premio, habitualmente una bota de vino, que era colgado con adornos típicos de la provincia y la bandera leonesa en lo alto del mayo. Durante el emocionante ascenso, las mozas del pueblo entonaban canciones populares y los amigos del trepador le animaban a que compartiera los tragos de vino con ellos si alcanzaba la copa del árbol.

La denominación proviene del verbo 'esguilar', trepar. Pero también es una clara alusión a la ardilla, o 'esguilo' como se le conoce en algunos rincones de la provincia y en las vecinas tierras asturianas, y a su habilidad de moverse por las copas de los árboles.

Una costumbre 'a la leonesa'

La figura del esguilador va inevitablemente unida a la del mayo, una tradición con orígenes prerrománicos ligados al culto a la naturaleza con la llegada de la primavera. De hecho, este ritual totémico ancestral de levantar un leño solía hacerse en el quinto mes del año y de ahí su nombre.

En España se confieren diferentes significados al levantamiento del mayo, pero la mayoría conservan la temporalidad de alzarse con la llegada del buen tiempo. En León, en cambio, la tradición evolucionó para erguirse únicamente en el cantamisas. La práctica es común y exclusiva en los valles del Esla, Cea, Porma y Curueño.

La fiesta del mayo era una triple celebración. En primer lugar, el día de la traída en el que se escogía el chopo o álamo cuya madera sería lijada, podada y untada de grasa, para posteriormente llevarlo hasta las inmediaciones de la Iglesia en la que se ordenaría al nuevo sacerdote.

La siguiente fase era el día de la pina, es decir, cuando se anclaba el tronco al firme. Un proceso que duraba tres o cuatro horas y en el que se utilizaban escaleras, sogas y grandes cadenas.

Un mayo para cada cantamisas

Durante las últimas décadas las vocaciones sacerdotales han sufrido un desplome considerable, por lo que esta costumbre ha ido cayendo en el olvido y cada vez se antoja más difícil ver enhiesto un mayo en la Montaña Leonesa. El último, se levantó en Prioro en diciembre de 2015.

Santos Rafael Ramírez, un joven párroco de orígenes salvadoreños, recuerda con alegría aquel día en el que entregó su vida a la fe y cómo los priorenses elevaron un mayo en su honor. Una jornada a la que asistieron habitantes de toda la comarca y en la que tampoco faltaron los esguiladores. “Fue un día muy especial. Cinco jóvenes treparon por el mayo y uno logró alcanzar la cima”, reconstruye Santos.

Este día de la Misa Nueva era el que cerraba las celebraciones. Los actos arrancan con una romería en la que el futuro cura es llevado en andas por sus quintos bajo un arco de flores y en dirección a la Iglesia.

Uno de los momentos más inolvidables de aquel día de fiesta llegaba, precisamente, con los esguiladores. Con el torso descubierto, trepaban y trepaban bajo la atenta mirada de los niños de la localidad. Unos muchachos que frecuentemente les imitaban, puesto que en varios pueblos de la Montaña de Riaño también era costumbre instalar un mayo infantil, evidentemente de menor altura, para que los más pequeños hicieran sus pinitos en el arte de esguilar.

También es tradición que los padres del recién ordenado párroco inviten a los vecinos del pueblo a una comida con pastas y vino. Santos guarda un recuerdo imborrable de aquellos instantes y de cómo sus abuelos se atrevieron a cruzar el charco. “Esperamos que el Señor nos ayude a que pronto haya nuevas vocaciones en la zona y puedan levantarse más mayos”, confía el sacerdote ordenado en Prioro.

Por el momento, habrá que conformarse con el mayo y el esguilador permanente colocados en Riaño para mantener intacto el recuerdo de esta tradición de la zona Este de la provincia de León. Quizá, desde tan arriba y tan cerca de las nubes, el esguilador vea más claro cuando el cielo decidirá ponerse a llover, romper la sequía y comenzar a llenar su pantano.

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