El siglo de la MSP

Adonis Arregui, antiguo trabajador de la Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP). / César Sánchez / ICAL

D. Álvarez / ICAL

El 31 de octubre de 1918, Francisco y José Luis de Ussía y Cubas, marqués de Aldama y conde de los Gaitanes, respectivamente, sentaron las bases para crear la que pasaría a ser la mayor empresa privada del sector del carbón en España, la Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP).

Un siglo después, el vapor ya no hace rugir las calderas de la vieja central térmica, ni se oye llegar al tren cargado de carbón desde la cuenca de Villablino, pero la historia de la MSP continúa viva en las comarcas del Bierzo y Laciana, que vivieron en carne propia su particular versión de la revolución industrial de la mano de este gigante empresarial con pies de carbón.

Con un capital inicial de 30 millones de pesetas, el grupo de empresarios que puso en marcha la MSP había adquirido previamente las concesiones mineras de Julio Lazúrtegui, el industrial vasco que había dejado por escrito la conveniencia de crear “una nueva Vizcaya en el Bierzo” y aprovechar el potencial minero y metalúrgico de la zona. Europa estaba en guerra y el carbón inglés que alimentó hasta entonces la incipiente industria española dejó de llegar a los puertos, lo que obligaba a explorar nuevos yacimientos dentro del territorio nacional.

Esta situación propició que el Gobierno de la época, personificado en la figura del ministro de Fomento, Francesc Cambó, impulsara en 1919 la construcción de un ferrocarril de vía estrecha que recorriera la cuenca y conectara con Ponferrada, donde se aprovechaba parte del mineral en la central térmica de la empresa y desde donde se daba salida al resto.

Los casi 63 kilómetros de vía del conocido como 'tren minero', verdadera piedra angular del proyecto, se construyeron en menos de un año y, bajo la dirección de Marcelo Jorissen, 'el belga', la MSP alcanzó una velocidad de crucero que provocó que el Bierzo y Laciana vivieran un despegue industrial y multiplicaran por cinco la población de sus respectivas capitales.

La empresa construyó en 1920 en Ponferrada una central térmica diseñada en principio para el consumo interno, aunque ya en 1930 la conectó a la red eléctrica. El nacimiento de Endesa en 1944, ayudó al auge de la MSP, cuyas minas alimentaron las calderas de Compostilla I durante más de 25 años, aunque la apertura de Compostilla II a principios de los 70, supuso el tiro de gracia para la central térmica de la compañía, hoy reconvertida en Museo de la Energía.

En el cerebro de la central

Desde el cerebro de la central, en la sala de turbinas, Adonis Arregui recuerda su etapa como operador del cuadro de máquinas. En 1958, con 14 años, entró en la escuela de aprendices donde se impartía formación profesional a los hijos de los empleados de la empresa. Tres años más tarde, pasó a formar parte de la plantilla como ayudante de maquinista, encargado de supervisar en todo momento la temperatura del agua de las calderas, aunque rápidamente pasó a la nave de turbinas. “Yo de electricidad sabía lo básico pero era el lugar en el que hacía falta”, explica.

De su trabajo diario, recuerda con precisión como la producción de la central tenía que llegar cada día a los 12.600 kw/h. “Cuando la cosa iba bien, tomábamos lectura de todos los contadores de producción y de consumo de las líneas. Todas las horas había que pasarlo al parte diario donde quedaba registrado todo. Siempre tenía que salir la producción, eso era esencial”, recuerda. Los problemas llegaban los días y especialmente las noches de tormenta, cuando se producían apagones por sobrecargas en la línea. “Quedabas a oscuras y si el apagón nos tiraba el servicio abajo, lo primero era restablecer el servicio de la compañía, porque desde aquí llevábamos la electricidad de grandes empresas de la zona, como Cosmos”, explica, en referencia a la cementera de Toral de los Vados. “Eso sí que eran todo carreras”, resume.

En otras ocasiones, las dificultades venían causadas por la entrada en la caldera de “carbón malo”, lo que provocaba una bajada de la presión que se solucionaba haciendo sonar un timbre para que los fogoneros echaran mano del almacén donde se guardaba una partida de carbón seleccionado de buena calidad. Roturas en el eje de las calderas o turbinas que se quedaban sin carga constituían el día a día de estos operarios que velaban por el buen funcionamiento de la central. “Era un trabajo muy sujeto, había que esperar a que subiera el contramaestre para poder ir al servicio”, pone como ejemplo Adonis, que recuerda con humor alguna de las 'novatadas' que los trabajadores se permitían con los compañeros que caían víctimas de “alguna cabezada” durante el turno de noche.

En cuanto a las condiciones laborales, Adonis recuerda que, tras casarse, pasó a vivir en una pequeña vivienda del poblado de la empresa, por la que pagaba un alquiler de apenas 100 pesetas, cuando el sueldo de un ayudante era de 1.800 pesetas al mes. “Eran sueldos muy bajos pero era una cosa fija y la empresa tenía un economato con productos de primera calidad”, recuerda el antiguo empleado de la central, que abandonó la empresa cuando ésta cerró las instalaciones de Ponferrada, a partir de la década de los 80.

El último tren de vapor de Europa

Si Adonis trabajaba en el cerebro de la central de la MSP, Roberto Alonso recorría el sistema nervioso de la compañía a bordo del ferrocarril minero, en el que entró a trabajar en 1957, primero como encendedor de locomotoras y más tarde como fogonero y maquinista. Durante casi 40 años, recorrió en infinidad de ocasiones el trayecto entre Ponferrada y Villablino, así como los diversos ramales que llevaban la vía hasta las explotaciones de la cuenca lacianega. “¡Apañabas más grasa y más carbón!”, recuerda divertido, como si se viera aún hoy las manos tiznadas por el mineral.

Hijo y nieto de empleados de Renfe -“el que es ferroviario, lo es de los pies a la cabeza”-, Roberto estudió en el colegio de huérfanos ferroviarios de la compañía pública en Madrid y pudo entrar en la MSP, donde su madre trabajaba como limpiadora, porque su abuelo tenía buena amistad con 'el Belga', el director de la empresa. En aquellos tiempos, el tren minero llevaba a cabo 24 viajes al día, uno cada hora, aunque Roberto recuerda que “con el apogeo del carbón, había cargaderos que te pedían cuatro o cinco trenes, de la producción que había”. En aquellos tiempos, la MSP llegó a producir más de dos millones de toneladas al año, un tercio del total de la producción de carbón del país, y empleaba a casi uno de cada diez mineros que había entonces en España. “En el año 60, éramos 5.000 obreros. Sólo en el ferrocarril éramos cerca de 600”, recuerda.

Aunque el tren minero no sólo transportó carbón sino que se convirtió en un medio de transporte imprescindible para la zona, ya que “no había carreteras ni casi coches”. “En la década de los 60 iban cinco coches de viajeros en el correo, otros cinco en el mixto y aún así había días que no había billete. La gente que venía desde la cuenca de Laciana tenía que venir en el tren”, recuerda Roberto. Sin embargo, a partir de los 80, con la decadencia del carbón, estos transportes mixtos, de pasajeros y mercancías, empezaron a desaparecer y los pocos interesados en comprar billete eran los turistas europeos que querían montar en el último tren accionado por vapor del continente.

La llegada de las máquinas diésel a principios de los 90 puso punto final a ese periodo y convirtió el trabajo de los fogoneros en prescindible. “Unos fuimos a talleres generales de mantenimiento y otros de guardias jurados”, rememora Roberto, que se convirtió en uno de los cuatro primeros empleados en beneficiarse del decreto ley que en 1994 reformó el sistema de prejubilaciones. Dos años más tarde, el tren dejó de hacer parada en Ponferrada y desde entonces hasta 2012, fecha del último viaje, el descenso desde Villablino terminaba en Cubillos del Sil, junto a la central de Compostilla II.

Una vez retirado, la vida de este antiguo ferroviario continúa ligada a los trenes, ya que es una de las personas implicadas en la conservación de las antiguas máquinas de vapor de la MSP que hoy se exponen en el Museo del Ferrocarril. Además, su pasión por los trenes le ha llevado a fabricar cientos de maquetas que también se exhiben en la antigua estación de la empresa en la ciudad. “A veces por la noche, recuerdo aquellos tiempos y se me cae el alma a los pies”, asegura Roberto, que revive con emoción las tardes de domingo en las que los obreros encargados de las pequeñas reparaciones se reunían alrededor de una “chambomba” para asar unas sardinas. “Éramos una gran familia”, recuerda.

Los últimos años

En 1993, la MSP se declaró en quiebra y pasó a manos de Caja España, que un año más tarde la vendió al empresario minero Victorino Alonso por más de 2.000 millones de pesetas. El plan de viabilidad puesto en marcha para evitar la desaparición culminó en 2008 con la absorción de la empresa asturiana Hullas del Coto Cortés, también del grupo de empresas de Alonso, lo que supuso la creación de Coto Minero Cantábrico (CMC). Sin embargo, esta compañía, legítima propietaria de la herencia centenaria de la MSP, se encuentra en liquidación judicial desde septiembre de 2013.

Más allá del desenlace de la aventura empresarial, la MSP transformó por completo la fisonomía y la vida de los habitantes de estas dos comarcas leonesas, hasta entonces centradas en la agricultura, y cuyo despegue industrial llegó de la mano de la actividad minera y de la industria energética. Con el cambio de milenio y las nuevas prioridades ambientales, estos sectores pierden relevancia, lo que obliga a bercianos y lacianegos, que los habían convertido en su modo de vida principal durante el siglo XX, a buscar nuevas alternativas a la espera de encontrar un nuevo filón económico como el que encontraron los fundadores de esta histórica compañía hace ahora cien años.

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