Respuestas en la tierra leonesa como germen de la ‘amargura’ del lúpulo

Amargura. Lupuleras Gavilanes

Marta Cuervo

Un homenaje al lúpulo con los pies en la tierra y la vista en la memoria. Susana Leret, artista madrileña, convencida de que “es difícil hablar de futuro sin memoria”, se interesa por el cultivo de esta especie trepadora. “Mi interés por el lúpulo surge del acercamiento a la cultura agraria, a sus ecologías y al cultivo de lo amargo”, explica Leret.

Bajo un sentimiento de búsqueda de respuestas, quizás encarnando las historias de “muchos lupuleros y lupuleras que desconocen el paradero final del material que cosechan” en León, Susana Cámara Leret traza distintas relaciones que interpelan el cultivo del lúpulo. La exposición consiste en una instalación dividida en dos partes bicéfalas, de paredes y estructuras dispuestas en torno a dos altavoces enfrentados que reproducen la pieza sonora.

La muestra se podrá visitar en el Centro de Recursos Medio Ambientales Cristina Enea, en San Sebastián hasta el 1 de diciembre.

— La mayor producción del lúpulo del país se da en León pero, ¿por qué una artista madrileña se interesa por esta planta?

— El cultivo del lúpulo en León, tal y como lo conocemos hoy en día, responde a una estrategia nacional para abastecer la demanda de la industria cervecera, sobre todo a raíz del bloqueo de la importación de lúpulo alemán durante la segunda guerra mundial. Responde a unas políticas de cultivo y consumo que transformaron el territorio y su memoria. La decisión de instalarme y trabajar desde León, surge de un interés por acercarme al paisaje local e industrializado del sector primario, desde donde se articulan también otros saberes y formas de entender la relación con la tierra y su cuidado. Mi interés por la planta, por lo tanto, surge de ese acercamiento a la cultura agraria, a sus ecologías y al cultivo de lo amargo.

'Amargura. Ecologías del lúpulo'. ¿Qué tratas de expresar con esta exposición? ¿Cómo la definirías?

La exposición traza distintas relaciones e historias que interpelan el cultivo del lúpulo. Consiste en una instalación dividida en dos partes bicéfalas, de paredes y estructuras dispuestas en torno a dos altavoces enfrentados que reproducen la pieza sonora Geofonías del lúpulo, realizada con el apoyo de Rafael Martinez del Pozo. Esta pieza presenta un diálogo entre el paisaje industrializado del lúpulo y las vivencias cantadas y narradas de Lina, Leni, Maruja y Jovita, lupuleras del pueblo de Gavilanes. De ambos lados de la instalación cuelga la serie Oro verde, compuesta por unos rollos de papel que remiten a las paredes vegetales de las plantaciones de lúpulo y al material vegetal como “motivo” decorativo de la industria, en un guiño al papel pintado de pared. Estos elementos se complementan con unas reproducciones de materiales de archivo, como documentos, vídeos y fotografías, procedentes de las bibliotecas de la Real Academia Nacional de Farmacia, del Ministerio de Agricultura Pesca y Alimentación y del Archivo de la Fundación Zuloaga, que sirven como hilo conductor de un recorrido entre el pasado medicinal de la planta, los inicios de su cultivo en España y el papel de la mujer en su producción. Un cruce de narrativas entre la magia y la industria que, en su conjunto, funciona a modo de un libro expandido de artista.

— Además, no sólo hablas del pasado, de la tradición del lúpulo en pueblos leoneses, sino también del futuro de las personas conectadas a esta labor...

— Es difícil hablar de futuro sin memoria. Un primer esfuerzo del proyecto ha estado relacionado con el recuerdo, para registrar las historias vivas de quienes han convivido con la planta antes de que se pierda su relato, como las lupuleras que llegaron a pelar la flor a mano antes de que su labor se viese reemplazada por máquinas. Ojalá organismos como la Diputación de León así como Administraciones locales y regionales puedan apoyar este tipo de investigaciones interdisciplinarias que parten del arte y ponen en valor otras sensibilidades y aspectos tan significativos de la cultura agraria, de cuyo bienestar y procesos digestivos depende el futuro compartido con el resto del territorio.

— ¿Cómo ha afectado al mundo del lúpulo la proliferación de las cervezas artesanales?

— Al condicionar, por ejemplo, las variedades cultivadas ya que las cervezas artesanas suelen usar lúpulos más aromáticos como el americano, frente a las variedades amargas o superamargas que tradicionalmente se han cultivado en León. La industria también promueve sabores más dulces, modificando a su vez la demanda y el gusto del consumidor. Esto es fácil ya que tenemos una preferencia innata hacia los sabores dulces frente a los amargos; lo dulce suele suponer una fuente de energía mientras que la mayoría de las sustancias amargas de las plantas suelen ser venenosas, por lo que su rechazo inicial es un mecanismo de protección. El sabor amargo por lo tanto es un gusto adquirido, al que cada vez dedicamos menos tiempo. Sin embargo, durante la investigación conocí el proyecto Euskal lúpulo que se resiste a esta tendencia del mercado, cultivando lúpulo en ecológico en distintos caseríos de Guipúzcoa según las cualidades de cada terreno, para producir variedades locales que a largo plazo inviertan este modelo motivando a la industria a elaborar bebidas y productos en función de las cualidades de cada lúpulo, de cada localidad, en vez de condicionar el cultivo a sus preferencias.

— ¿Con esta 'moda' de las cervezas artesanales se respetan realmente los procesos tradicionales de cultivo y producción de la cerveza? ¿Aunque se trata de reflejar y potenciar una imagen tradicional, cómo se resuelve su elaboración?

— Alrededor del 97% del lúpulo cultivado en España se destina a la industria cervecera y, aún así, no se cubre la demanda nacional teniendo que importar lúpulo de países como Alemania. La distribución del lúpulo cultivado en León está mayoritariamente regulado por la multinacional Hopsteiner, que en 2015 se hizo con el 80% del capital de la Sociedad de Fomento del Lúpulo de León (Saefl), previamente en manos de cerveceras españolas como Heineken España, Mahou-San Miguel o Grupo Damm. Por lo tanto, supongo que habría que contrastar la complejidad actual de sus políticas de cultivo y consumo con la definición de lo que entendemos por un proceso “tradicional” de cultivo y de producción de la cerveza, preferiblemente escuchando las necesidades de quienes están involucrados en su producción y elaboración.

— Aunque el lúpulo es mucho más que cerveza...

— Las flores femeninas de la planta se utilizan en la elaboración de la cerveza, para equilibrar el dulzor de la malta de cebada, estabilizar la espuma y facilitar su conservación mediante el efecto antibiótico de los ácidos alfa de su lupulina; una mezcla de aceites esenciales y resinas de color ámbar, aroma especial y sabor amargo. Sin embargo, la planta tiene también propiedades medicinales y su olor induce el sueño. Esa propiedad narcoléptica fue utilizada por Yolanda y Lourdes del pueblo de Carrizo de la Ribera para fabricar unas almohadas con lúpulo, cuyo olor ayudaba a conciliar el sueño. Desafortunadamente, la iniciativa no contó con el apoyo necesario para su desarrollo. La industria de la cerveza ha hecho de la flor del lúpulo su logotipo y, en general, sólo se habla de lúpulo en relación a la elaboración de la cerveza.

— Tu trabajo parte de una investigación en curso sobre diversos procesos y escenarios asociados a las políticas, estéticas, economías y modos de consumo de esta planta. ¿Cuáles son tus conclusiones al respecto?

— Tras una época con un fuerte retroceso, el cultivo del lúpulo se ha estabilizado en torno a unas 550 hectáreas para el conjunto del territorio nacional pero aún así, es un cultivo que se encuentra en riesgo de abandono, como reitera el real decreto 284/2019 sobre el sector del lúpulo. En León, muchos lupuleros y lupuleras desconocen el paradero final del material que cosechan como contaba Javier, hijo de lupuleros del pueblo de Benavides. En la ribera del Órbigo, preocupa que cada vez queda menos gente dedicada a su cultivo y que los más jóvenes no quieren continuarlo, una pérdida progresiva que se vuelve palpable en la anosmia o pérdida del olor generalizada de su paisaje industrializado; antiguamente, contaban, los pueblos de la zona se inundaban del olor de lúpulo durante la cosecha, con el desfile constante de carros que transportaban las flores a las fábricas. Por lo tanto, la investigación reforzó la necesidad de continuar la búsqueda del rastro (en algunos casos del fin) cultural de la planta.

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