'¿Encendemos ya, o aguantamos unos días?'

Cocina bilbaína de carbón o leña

Luis Álvarez

Este año no se ha cumplido el refrán tan utilizado en estas tierras de la montaña, que señala el cambio de ciclo climático con un simple, “en agosto el frío al rostro”, y nos ha llegado el frescor facial un mes posterior. El cambió de estación con el equinoccio de septiembre anuncia el inicio del ciclo anual de las calefacciones.

En estos días, uno de los temas más importantes de debate en los domicilios de la montaña leonesa, discurre poco más o menos en estos términos: “¿encendemos ya, que se nota el fresco?”, que argumenta la parte más friolera de la familia, a la que responde la otra parte más ahorradora y sufrida, “no, aguantamos unos días más, hasta La Feriona, por lo menos y si podemos hasta Los Santos”.

Quién vencerá en el debate y se llevará el gato al agua está por ver. La climatología forzará el límite de aguante de unos y otros, aunque por medio nos queda el veranillo de San Miguel, que nos dará un respiro cálido antes de la llegada del frío persistente premonitorio del tiempo invernal.

Este año además hay que añadir el encarecimiento generalizado de los productos que alimentan todos los sistemas de calefacción domestica (carbón, electricidad, gas de varios tipos, gasoil, pellets), los más utilizados por nuestra tierra, donde los más nuevos sistemas de geotermia y aereotermia están mínimamente implantados. Circunstancia económica que sin duda tendrá repercusiones en los consumos de los domicilios.

En la consulta que hemos hecho al Instituto Nacional de Estadística, sobre la variación de precios de estos combustibles, nos han dado “la desagregación de los productos energéticos”, disponibles en los IPC. Para un periodo de variación anual desde agosto de 2020 a agosto de 2021. Y son estos:“ electricidad + 34,9 %, gas natural y gas ciudad + 4,2 %, hidrocarburos licuados (propano, butano, etc) + 20,8 %, combustibles líquidos + 32,0 %”.

El carbón se ha incrementado en un 12 % (según estimación propia) y el coste de los pellets no lo incluimos pues existe una gran variación de precios según los distribuidores. Todos ellos excepto la electricidad con un 21% euros de IVA, sin que se haya siquiera planteado por parte de ningún responsable político la reducción de este impuesto, para estos combustibles domésticos de consumo necesario y obligado, para sobrevivir al invierno.

Algunos recuerdos históricos

Desde que los humanos aprendieron a controlar con eficiencia el fuego, dicen los historiadores que hace ya de esto unos 125.000 años. Además de la utilización para la elaboración de alimentos más digeribles y menos duros y correosos, lo empezaron a utilizar para iluminarse, calentarse, o en procesos industriales en la elaboración de armas y utensilios.

Mientras los combustibles fueron básicamente naturales, maderas o residuos animales, los hombres quemaron multitud de extensiones de bosque para alimentar sus fuegos. Las zonas más pobladas en la antigüedad, como las riberas del Mediterráneo, sufrieron la deforestación casi total de sus bosques.

El descubrimiento de los combustibles fósiles (carbón, gas, petróleo) significó un alivio para los bosques y generó otro tipo de problemas medioambientales, hoy tan debatidos y argumentados.

El fuego como fuente de calor, permitió al hombre habitar áreas de climas más o menos inhóspitos, que sin ese elemento indispensable difícilmente el hombre hubiese ocupado. Las condiciones de una organización mínima del sistema calefactor, fue una realidad sin apenas variaciones durante miles de años. Los grandes cambios no llegaron hasta finales del siglo XIX.

Los fuegos en el suelo y las chimeneas fueron durante siglos los elementos casi exclusivos para proporcionar calor en las residencias humanas, exceptuando situaciones concretas de algunas civilizaciones que utilizaron la distribución de aire calentado con fuego, como sistema calefactor.

A lo que el ingenio humano añadió la convivencia con los animales domésticos o la ubicación de los mismos en lugares donde poder utilizar su calor corporal como fuente calefactora. Hasta que a finales del siglo XIX aparecieron los primeros radiadores y con ellos las calefacciones.

La generalización del sistema de calefacción con radiadores fue muy lenta y selectiva en las comarcas norte de nuestra provincia, porque además de poder contar con el abastecimiento de agua domiciliaria, su instalación era muy cara e inalcanzable para la mayoría de las economías familiares.

La cultura popular añadió algunas mejoras a esas fuentes caloríficas, tratando de aprovechar los elementos naturales a su alcance. Las casas tradicionales de la montaña se construían, siempre que era posible, con una clara orientación hacia el este y sur. Hacia donde se abrían los huecos principales, puertas, balcones, ventanas y galerías, tratando de aprovechar las máximas horas de sol. Por el contrario, las partes norte y este se cerraban dejando solo pequeños ventanucos, a modo de claraboyas, para dejar entrar la luz y conseguir iluminación, con la menor perdida de calor. Eran lo que hoy calificaríamos de casas de alta eficiencia energética.

Hasta algo más de mediado el pasado siglo, las casas tenían una cocina de carbón o leña, como única fuente de calor, a veces una estufa. Y estaba muy extendido el uso de braseros en las mesas, bolsas o botellas de agua caliente y ladrillos refractarios para calentar las camas, y en algunas casas de señorío un utensilio que se llamaba calentador de camas (como una fiambrera metálica con un mango largo, en la que se introducían brasas del fuego para con él, por contacto calentar las camas) elementos todos ellos hoy de museos etnográficos. Y en las casas de labranza se ubicaban las cuadras justo debajo de las habitaciones, para aprovechar el calor de los animales como fuente calefactora.

Porque el frío durante el día era llevadero con la actividad física normal. El problema llegaba al ir a acostarse a dormir, donde esos elementos y la acumulación de mantas o prendas de abrigo era la única alternativa. De ahí la utilización de esos aditamentos antes mencionados para tratar de hacer la cama algo más acogedora.

Algunos aún recordamos un viejo truco de niños, para calentar un poco el ambiente de cama, embozarse bajo las mantas y respirar rápido con la boca abierta, para que nuestro propio aliento hiciese la función que hoy hace un moderno calentador de aire por electricidad.

El confort de los domicilios actuales era impensable para nuestros abuelos, que conocieron como en los inviernos más duros, el frío nocturno hacía que el contenido del orinal situado bajo de la cama se congelase. Sin llegar a esos extremos, quizá este año el invierno traiga temperaturas dos o tres grados más bajas en los domicilios de la montaña leonesa, tratando de ajustar con ello un poco el gasto económico.

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