La maestría de la tradición churrera se sigue amasando en León

Churros

Marta Cuervo @martaileon

Para ellos el paso del tiempo no ha marcado diferencias. Antes de que salga el sol, preparan la masa con esmero y agilidad y, tan pronto como está lista, comienzan la elaboración en cadena de esta fruta de sartén, que tanto frío ha quitado en las mañanas más duras del invierno. Como cada amanecer, los maestros churreros de León se levantan al alba para comenzar con su oficio, elaboración de churros para unos pocos, y delicia para los paladares de una ciudad entera. Llevan más de 30 años dando vida a un arte que se somete a examen diario por los degustadores más exigentes.

Churrería Anayka

Ángel Presa recuerda como desde niño tomaba chocolate con churros en Anayka -Álvaro López Núñez-. Cierra los ojos y aún siente el aroma del chocolate caliente y de los churros recién horneados.

Ahora, desde hace 18 meses, se ha convertido en el regente de la churrería que abastece a todo el barrio de San Mamés y alrededores.

“Aquí se empezaron a elaborar churros en el año 1977. Somos los terceros dueños, el anterior estuvo 32 años, una vida con los churros”, explica Ángel orgulloso, con la primera y antigua licencia entre las manos.

“Nunca me había dedicado a la elaboración de churros. Pero Miguel Ángel Cañón, anterior propietario, me enseñó todos los secretos”, se sincera el joven leonés. “El señor Miguel Ángel quería traspasar su negocio, pero sólo si se conservaba la actividad churrera. A mi me pareció bien. Me enseñó, y en 5 días me quedé al frente, al cabo de muchas horas diarias para aprender: 10, 12 14”, explica.

Pero lo imprescindible, es la materia prima: “Una buena harina de calidad, un buen aceite, con cambio muy frecuente, y mucho amor, cariño y paciencia”, confiesa Ángel.

El churrero de Anayka reconoce que es difícil recoger el testigo de una de las churrerías típicas de León. “Eres la punta de lanza del barrio en la elaboración de churros, hay muchas personas que lo testean cada mañana, y que lo llevan haciendo desde hace 30 años. Se trata de un examen continuo para los clientes de los bares, para quienes recogen churros para llevar, para las familias que desayunan aquí; pero los más veteranos son los más críticos, porque llevan comiéndolos toda la vida”.

Productos de la tierra

“Harina agua y sal, no hay más secreto, luego cada maestrillo tiene su librillo, cada uno depende de la tradición, puede añadir alguna cosa. Pero si cambias la materia prima de calidad, no sale bien”.

Anayka produce cada mañana entre 800 y 1.200 churros. Los fines de semana esta cantidad puede triplicarse o, incluso, se cuadriplica, pero cuando llega la época estival la producción se reduce a la mitad.

Los fines de semana los churros superan las 1.500 unidades.

Otro de los puntos fuertes de Anayka es el chocolate. “Yo entiendo que el chocolate tiene que ser con churros, como jardín con flores. No hay nada mejor para acompañar un buen churro, que el chocolate”, explica Ángel que ha mantenido los mismos proveedores que su antecesor, y trae el chocolate de Astorga. La harina también es de la provincia leonesa.

“Las máquinas tienen más de 30 años, están hechas a conciencia, se pueden renovar los motores seguir adelante, hay muy pocas cosas que que duren tanto”, comenta el joven churrero.

El horario de Anayka en invierno de 6.30 a 11.00; y de 17.00 a 21.00 horas.

En verano, entre semana, cierra las tardes. En junio domingos abiertos por la tarde.

'Rojo y Negro', la churrería de Pinilla

Rufo lleva 33 años en el oficio. “Siempre he trabajado haciendo churros. ¿El secreto para que esté bueno?, en la masa: agua, sal y harina, con sus medidas determinadas, buenos ingredientes y mucha dedicación”, confiesa el propietario de la churrería de Pinilla, que cada mañana fabrica la masa a mano, sin la ayuda de ninguna maquinaria industrial.

“Antes hubo otra en la glorieta, 'Churreria La Glorieta', en la que estuve 7 años. Aquí, en Rojo y Negro llevo 25 años”, recuerda.

Rufo agradece la visita diaria de muchos clientes, que acuden cada mañana “desde hace muchísimos años, y continúan con la tradición”. “Yo vendo más chocolate que café, pero mucha gente combina mis churros con café”, apunta.

En Rojo y Negro hay chocolate para llevar, “todo siempre recién hecho”.

Rufo aprendió la elaboración de churros por su suegro, que tenía la otra churrería. “Al casarme tuve que aprender el oficio”. Según valora el veterano churrero, se trata de u trabajo muy duro porque “hay que madrugar mucho y aguantar la clientela de la madrugada”. “Yo vengo de lunes a domingo, no cierro ningún día. Lo mejor de la profesión es el dinero que se ganó en su día, a pesar de que hoy en día la crisis hace mella también en este mercado”.

La harina que utiliza Rufo es de la provincia. “Siempre he gastado el mismo proveedor”.

Horario de Rojo y Negro, situado en la avenida San Andrés: de 5.00 a 12.00 y de 17.00 a 21.00. En verano solo mañanas.

Santa Ana, la más antigua de León

Todas las mañanas, desde al año 1962, uno de los extremos de la avenida José Aguado comienza a desprender un denso humo blanco proveniente de un pequeño quiosco. Dentro de esta pequeñísima churrería comienza la actividad, y el frenesí para atender a la larga fila que se extiende por la calle se convierte en un no parar. Alberto, Elena y Óscar son la tercera generación de churreros de la tradicional churrería de Santa Ana, que se inauguró en el año 1953 en la plaza del mismo nombre.

Aprendieron de sus padres, y estos a su vez de sus abuelos. Los secretos que confiesa: “la dedicación, aunque cada uno tiene su manera”, explica Elena. “Nosotros no sabemos la medida exacta, lo hacemos a ojo”, apunta Alberto mientras no deja de preparar paquetes con el dulce.

Al día, preparan unos 2.000 churros, entre los que abastecen a las cafeterías de la zona y los encargos de clientes. “Los más ricos de León”, señala uno de sus clientes que acompaña sus churros con un vasito de mistela.

Abren todos los días a partir de las 6.20 horas.

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