El virus que rompió la rutina y aparcó la cháchara en los pueblos

Pepe cuida de sus caballos en Castro de Cepeda./ Peio García / ICAL

Elena F. Gordón / ICAL

Quintana del Castillo, en la comarca de La Cepeda, es un municipio que suma unos 780 habitantes en sus 13 localidades, repartidas en 155,71 kilómetros cuadrados de superficie; exactamente la centésima parte de la provincia leonesa. La crisis del coronavirus ha quebrado la tranquila rutina de sus vecinos, entre los que hay algunos agricultores y ganaderos, aunque la mayoría son jubilados.

Emilio Cabeza es su alcalde desde hace tres décadas y vive, como el resto, una situación novedosa y extraña. “El Ayuntamiento está cerrado, pero el secretario y la auxiliar que tenemos hacer algún trabajo y yo me acerco a veces”, explica. En el municipio cuentan ahora con un médico y una enfermera “para urgencias y recetas” en un único consultorio, porque “tenemos en todos los pueblos pero ahora solamente se atiende por teléfono y el que está abierto es el de Quintana y tenemos farmacia”.

Los panaderos acuden a los pueblos ataviados con mascarillas y guantes y un trabajador del Consistorio se encarga de acudir a las casas de personas que han requerido ayuda para recados como la compra de alimentos. Otro se encarga de labores de desinfección en distintos puntos; por eso el alcalde cree que, de momento, no necesitan la presencia de la Unidad Militar de Emergencias, que se desplaza a los pueblos que lo solicitan. “Lo hacemos lo mejor que sabemos y que siga así”, apunta.

Entre todos los pueblos de Quintana del Castillo contabilizan una decena de niños y no tienen escuelas; la última se cerró hace cuatro años en Ferreras y los chavales acuden a Villamejil. “Gente joven no hay demasiada, la mayoría son por encima de los 65 años” comenta y detalla que tampoco tienen residencias de mayores.

Al inicio del confinamiento la llegada de “alguna gente” incomodó a los residentes habituales. “Lo que no puedes permitir es ir al pueblo y volver y marchar. Hubo algún caso que a la gente le molestó un poco, se les llamó la atención y fuera”, resumió evitando la crítica directa. En el municipio no hay ningún caso de Covid-19 y así quieren seguir, en la medida de lo posible.

“El que tiene sus fincas y sus cosas sale con los tractores y a preparar el terreno; van a la parcela, se meten en casa y se acabó. La gente que tiene jardín o huerta sale, pero normalmente la gente está en casa”, resume sobre la actividad de estos días. Emilio considera que el confinamiento se cumple. “Evitamos el contacto unos con otros. Cháchara no se puede hacer. Ahora mismo, viendo que hay tanta muerte y tanta cosa, se ha retirado”, relata.

Los habitantes de pueblos pequeños, libres de momento de contagios, se sienten algo más seguros que los de las ciudades. Emilio reconoce que “la gente está muy preocupada por lo que está pasando, pero no porque les pueda pasar a ellos. Tienen conciencia de que aquí es más difícil. Si no viene alguien de fuera que haya estado de viaje y no hay, creo que no debería de llegar. Pero no se puede bajar la guardia”, reflexiona y para concluir sentencia que viven “tranquilos, pero lo justo”.

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