El esforzado arte de acarrear como hace siglos la siega en Picos de Europa, donde no entra un tractor

Fidel Sánchez hijo acarreando la siega en Caín al estilo tradicional. / Foto Diana Malvar Tortajada

C.J.D.

En las cumbres de Picos de Europa el tiempo siempre se detiene. El mundo rural leonés por lo general está en constante cambio. En no pocas latitudes se imponen los grandes regadíos, los tractores con todo tipo de comodidades, se vigila con drones la cosecha y hasta se riega a través de una aplicación en el móvil. Pero la modernidad todavía cohabita también con las tradiciones más inalterables, rudas y hermosas.

Lo saben, a la fuerza, en Caín de Valdeón. No en vano, el pueblo conocido por ser principio y/o final de la Ruta del Cares es la cuna del esforzado escalador y guía Gregorio Pérez Demaría 'El Cainejo', que entro en la historia cuando en 1904 porteó la gesta conjunta con el marqués de Villaviciosa, Pedro Pidal, para convertir los suyos en los primeros pies en conquistar el mítico Naranjo de Bulnes.

Allí, en los altos de Caín, dejando el pueblo tan a los pies que se ve pequeñín del todo, el paisaje es tan escabroso y de escasa finca que las labores más simples son una auténtica heroicidad. Lo sabe bien Fidel Sánchez hijo.

Él, como hicieran sus ancestros quién sabe desde cuántos siglos atrás, ha de usar cada verano su fuerza bruta y sentido del equilibrio como solo los cainejos saben hacerlo. De otro modo no sería posible hacer la siega, a mano y sin ayuda animal siquiera, arrancar las hierbas del prao y pujar sobre sus espaldas, a pulso, el pasto que ha de guardarse para el ganado.

“Trelinjiesta” es el nombre de este terruño escaso y difícil. Allí sube verano tras verano Sánchez con la guadaña en la mano, buscando un momento en el que el calor no asfixie tanto para dar el certero corte a pulso de toda la hierba disponible. Amontonarla, aunque de esa tierra pequeña entre las peñas no salga mucha, ya suma un esfuerzo enorme. Pero lo peor está por venir cuando hay que bajarla al pueblo.

Es entonces cuando se produce una estampa que se convierte casi en un cuadro, sobre todo si la fotografía una mano experta, en este caso la de Diana Malvar Tortajada. Transmite a la perfección el vértigo y la dureza de la labor que bien podría haberse retratado siglos atrás, sin apenas cambios.

Así es como Fidel, como los habitantes de Caín y de todos los pueblos de los Picos de Europa, mantienen con el dolor de su espalda un ecosistema único, adaptándose a los impedimentos y las ventajas de la montaña, haciendo sostenible un paisaje que aman y permitiendo que nada lo altere. Así es como el ganadero acarrea el alimento para sus animales, fundamentalmente las cabras que dieron fama a Caín y a sus habitantes, quién sabe si porque son capaces de apartarse a estos valles y cumbres como los propios vecinos.

Basta ver las imágenes del inicio de su maniobra de descenso para comprobar lo peligroso del tránsito desde los praos y majadas hasta las cuadras del pueblo, atrevesando en el camino trechorios y pasos colgados en la vertical de las montañas de Picos de Europa. Bien se nota que son herederos orgullosos de 'El Cainejo' y de su nieta y su prima, Isabel Pérez y Teófila Gao, que se convirtieron en las primeras mujeres en ascender al Pico Urriellu, “con faldas y sin cuerdas” la última de ellas, según destacan las crónicas.

Viendo la estampa de cada verano, la que protagoniza Fidel Sánchez en su lugar en el mundo que es el prao “Trelinjiesta”, queda evidencia de que los cainejos están hechos de otra pasta, una pasta de antaño, digna de verdadera admiración. Ojalá el ocaso de los pueblos de este siglo XXI no llegue nunca a afectar a estas labores atávicas.

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