El álbum minero de los fotoperiodistas que retrataron la esencia de las cuencas y el final del carbón

De izquierda a derecha y de arriba abajo, Mauricio Peña, Carlos Sánchez Campillo, Ana Fernández Barredo, Peña durante una Marcha Negra, Javier Casares y César Sánchez.

César Fernández

Denoy estaba llamando a las puertas de la vida mientras su madre retrataba la antepenúltima batalla de un sector ya condenado a muerte. La fotoperiodista Ana Fernández Barredo vivió parte de la recta final de su embarazo en un fuego cruzado entre antidisturbios y mineros, que salieron a cortar carreteras para forzar a finales de 2005 la firma del segundo Plan del carbón. Otros se habían encerrado por idéntico motivo en el Pozo Malabá de Torre del Bierzo. Casi de ocho meses y con ciática estaba cuando Diario de León le dio la baja. Pero todavía tuvo arrestos (“me llevó mi padre”, concede) para cubrir la salida del encierro para la Agencia EFE, para la que en noviembre de 2018 fotografió en el mismo municipio al último minero del último relevo del último pozo de una comarca tan carbonera como la berciana.

La muerte de la minería se había empezado a hacer carne a finales de 1991 con el cierre de Hulleras de Sabero. Unos le pusieron la letra; Mauricio Peña la inmortalizó (valga la paradoja) con una imagen: la de un minero saliendo de la ducha. El fotoperiodista, que había empezado ya a principios de los ochenta a retratar las primeras reconversiones, accidentes y funerales para Diario de León, se metió aquel día en que ya trabajaba para La Crónica de León hasta los vestuarios, lo que da idea de la importancia de un sector que fue durante décadas motor económico de la provincia. La foto de aquel minero sin ropa era la síntesis de una cuenca que quedaba desnuda. “No sólo cerraba una empresa; lo hacía un valle entero”, ilustra.

La muerte de un minero, la de José Joaquín Quiterio en el pozo de San Antonio de Torre del Bierzo en mayo de 2008, dejó una estampa recurrente de un sector que se cobró muchas vidas mientras generaba dividendos. El cuerpo inerte de este trabajador de nacionalidad portuguesa y vecino de Bembibre, que tenía 48 años de edad cuando un derrabe de carbón se lo llevó por delante, sale sobre una vagoneta empujada por cuatro compañeros con un quinto que los secunda unos pasos por detrás. “Lo que más recuerdo es el silencio; un silencio que te encogía y que no era normal. Sólo se oía el ruido del obturador de las cámaras”, rescata el fotoperiodista de la Agencia ICAL César Sánchez, que ganó un Premio Cossío en 2009 por aquella instantánea.

Javier Casares se estaba duchando para ir al funeral de un tío suyo cuando otra noticia trágica se cruzó por el camino. “Y tuve que cambiar de rumbo”, cuenta este fotoperiodista de la Agencia EFE que aquel día cogió dirección hacia el Pozo Emilio del Valle de la Hullera Vasco-Leonesa en Llombera de Gordón (La Pola de Gordón), donde un escape de grisú acabó con la vida de seis trabajadores en octubre de 2013. “Son momentos desagradables. Te afectan, pero tienes que tirar para adelante”, cuenta el autor de una foto que al día siguiente fue portada de ABC. Y eso que a la dificultad emocional se unió la técnica aquella jornada en que también falló la cobertura y tuvo que refugiarse en un bar.

Lo que más recuerdo es el silencio; un silencio que te encogía y que no era normal. Sólo se oía el ruido del obturador de las cámaras, dice César Sánchez sobre la imagen de un minero muerto en Torre del Bierzo que le valió un Premio Cossío

Precisamente por esa incidencia técnica Carlos Sánchez Campillo tuvo aquel día que prestar una asistencia a su compañero Peio García en la Agencia ICAL. Mucho antes de salir ileso de la última gran batalla de un sector ya sentenciado a muerte en 2012 en Ciñera de Gordón (La Pola de Gordón), Campillo cargaba al hombro una cámara de la por entonces Televisión de León para grabar la salida de un encierro en el Pozo María de Caboalles de Abajo (Villablino) en 1999. “Fue lo más emocionante que he vivido”, reconoce. Y un par de años más tarde bajó a la mina del Feixolín (antes de que este topónimo se convirtiera en paradigma de los destrozos de los cielos abiertos) con la cámara de Canal 4. “De aquí a veinte años no va a haber minería”, les dijo un minero. Ni la intercesión de Santa Bárbara, la patrona que este sábado viste de fiesta a unas cuencas que sufren un apagón económico, contradijo aquel augurio para salvar al sector de la muerte.

En primera línea de la movilización

La proverbial conflictividad minera, que reporteros gráficos y corresponsales de las cuencas vivieron en primera línea, se le presentó de repente una tarde de mediados de los ochenta a Mauricio Peña en Bembibre, adonde llegó “a pecho descubierto” hasta que comprobó que los trabajadores estaban cortando las vías del tren con volquetes de acero. Resulta, además, que él mismo era un elemento sospechoso por ser el fotógrafo de un periódico que estaba en manos del mismo patrono minero, Antonio Rey, contra el que protestaban. Así que le empezaron a llover piedras hasta que se pegó como una lapa a un dirigente sindical nacional del sector para ver otra escena inaudita al paso de la manifestación por el cuartel de la Guardia Civil: “Fueron los mineros los que cargaron contra los antidisturbios; era el mundo al revés”. Dadas las circunstancias, dejó el coche donde lo había dejado y regresó a por él de noche.

Mauricio Peña se estrenó en una manifestación en Bembibre. Fueron los mineros los que cargaron contra los antidisturbios; era el mundo al revés, cuenta quien luego cubrió completas las tres Marchas Negras: La primera fue la de verdad; la última fue un espectáculo mediático

A Ana Barredo la primera experiencia le pilló a mediados de los noventa también en Bembibre, donde de improviso se cortaba la Nacional VI (todavía no había llegado la A-6) “con leña y neumáticos ardiendo” para protestar contra el protocolo eléctrico que amenazaba con asfixiar a un sector que encontró oxígeno con la firma del primer Plan del carbón (1998-2005). A mediados de los 2000 le tocó estrenarse a César Sánchez con las movilizaciones en forma también de cortes, así como del encierro en Malabá, que apuraron el segundo Plan del carbón (2006-2012). “Te das cuenta de que es una cosa seria, más conociendo lo que significa aquí la minería. Quería hacerlo, pero no sabía cómo afrontarlo”, admite. “Y, al final, te fijas en lo que hace la gente con experiencia”, añade para rememorar la imagen de Barredo “corriendo con ciática” y un bebé gestándose en su interior, ahora ya sí, en la A-6.

Lo primero es pensar dónde ponerse; o, casi mejor, saber dónde no ponerse. “Nunca hay que quedarse en el medio”, responde Campillo al citar las batallas campales de Ciñera en 2012 en las que había vecinos que les abrían las puertas de sus casas para refugiarse. Un simple vistazo a la hemeroteca deja instantáneas tomadas detrás de los dos bandos, si bien los fotoperiodistas solían preferir el de los mineros primero por una cuestión irrebatible: “Hacen menos daño las pelotas de goma que las bolas de acero”. Casares, que recuerda el impacto de las primeras manifestaciones en León donde a toque de silbato se repartía “lo que no está escrito”, contrapone uno de los hándicaps de elegir el lado de los trabajadores: “Todo va bien hasta que te comes el primer 'bocadillo' de gases lacrimógenos”. “Las fotos guapas”, tercia Peña, “se sacan cuando estás del lado de los mineros”. Aunque todavía resuenan en sus oídos el silbido de las pelotas, ninguno tiene heridas de guerra. Por entonces Santa Bárbara todavía hacía milagros.

Para entender lo que pasaba fuera quizá convenía saber lo que se cocía dentro. Mauricio Peña entró un día de 1993 con un por entonces todavía desconocido Victorino Alonso a una mina de Antracitas de Gaiztarro, donde comprobó de primera mano la dureza del trabajo. “Tras nueve horas allí yo ya no daba más de mí. Y había que subir dos kilómetros por una escalera...”, rescata con otro recuerdo imborrable: “Impresionaba el crujir de la montaña”. Al día siguiente le 'robó' una foto a Alonso en la Gran Corta de Fabero con el compromiso de no publicarla... hasta que La Crónica fue la única en contar con imágenes de archivo del empresario cuando al año siguiente se hizo con la Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP). En los estertores del sector, César Sánchez bajó un día cualquiera al Pozo Casares de Tremor de Arriba (Igüeña). Tras una hora para llegar al tajo, todavía tuvo que esperar un rato para empezar a disparar. Las condiciones “penosas” de los trabajadores también las pagaba su cámara, que sufrió una condensación por el cambio de ambiente del exterior al interior.

El juego gráfico de un sector que es parte de la tierra

El caso es que las cámaras de fotos parecen 'amigas' de los mineros. El sector da mucho juego visual a los reporteros gráficos, que encuentran imágenes de portada de trabajadores que visten con una indumentaria especial (algunos lo comparan, valga el paralelismo, con la vistosidad de una corrida de toros) y que salen de trabajar en unas condiciones muy fotografiables que hablan por sí mismas. “Hay una foto muy típica”, apunta Mauricio Peña, “que no te la da ningún otro trabajo: una foto cuando salen por la jaula. Sólo la cara ya lo dice todo: salen negros y los ojos es lo único blanco”.

¿Dónde no debía uno ponerse en un corte de carretera con mineros? Nunca quedarse en el medio, responde Carlos Sánchez Campillo al citar las batallas campales de Ciñera en 2012 en las que había vecinos que les abrían las puertas de sus casas para refugiarse

“Hasta resulta fácil sacar partido de ese tipo de imágenes. Es una pasada. A mí me gustaba particularmente”, cuenta Ana Barredo. No sólo de primeros planos con la cara ennegrecida de los mineros vivieron los fotoperiodistas, que pudieron aprovechar gráficamente otras secuencias típicas del sector como las movilizaciones. “Todo lo que rodeaba a la minería daba mucho juego gráficamente hablando; por ejemplo, en los cortes de carretera, los neumáticos ardiendo o las barricadas”, coincide César Sánchez, que de aquel impacto inicial pasó a vivir las movilizaciones también como parte de un proceso de aprendizaje personal y profesional en muchas jornadas compartidas con Ana Barredo y Luis de la Mata.

Mauricio Peña ya sabía de la conflictividad del sector tras aquella experiencia de Bembibre, pero desconocía la magnitud de lo que se estaba fraguando cuando un día de 1992 el periódico lo mandó a Villablino y acabó llegando hasta Madrid con la primera Marcha Negra. Fue el único fotoperiodista, además del recordado Norberto Cabezas, que cubrió al completo las tres (las otras dos tuvieron lugar en 2010 y 2012). “La primera fue la de verdad; las demás resultaron sucedáneos. Y la última ya fue un espectáculo mediático”, sentencia el reportero gráfico al recordar cómo la entrada en algunas localidades a golpe de petardos disuadía a vecinos preparados para recibir la movilización o la deriva final con el enfrentamiento entre mineros de distintas zonas.

Y es que fuera de las cuencas no siempre se bailó al particular compás de las movilizaciones mineras, que a veces no fueron bien entendidas. Hubo un año en que en León por San Juan y San Pedro los manifestantes compensaron con flores el “rechazo” que habían generado el día anterior otra vez con petardos. Barredo cita aquella jornada en la que las persianas de los comercios de Ponferrada se iban bajando al paso de los mineros sin evitar que se le ponga la carne de gallina al recordarlo. “Te ves formando parte de aquello y te implicas”, dice. “Es imposible no implicarte porque también forma parte de la vida de la tierra”, coincide César Sánchez, quien, no obstante, admite que, con el paso del tiempo, afloraron “cierto tipo de intereses” que “tampoco beneficiaron” al sector.

En el mundo de la fotografía, donde ahora parece que todo el mundo es reportero, a alguno lo llevaría yo a hacer alguna foto de algún funeral, dice Javier Casares, que recuerda cuando se colocaba detrás de los mineros en los cortes: Todo va bien hasta que te comes el primer 'bocadillo' de gases lacrimógenos

Los fotógrafos de prensa, que suelen ser gente de una pieza, han estado durante décadas en primera línea de la batalla, a veces expuestos por la línea editorial de sus medios de comunicación. Han vivido movilizaciones, huelgas, accidentes y entierros. “Y cuando en un funeral se cantaba 'Santa Bárbara bendita' sabías que se te ibas a emocionar sí o sí”, reconoce Peña, que compara sus comienzos con los tiempos actuales en los que a veces se cruzan líneas rojas con un simple teléfono móvil en la mano. “Antes éramos dos o tres, todos profesionales, y sabías dónde te tenías que poner. Hay que saber estar en los sitios”, enfatiza. “En el mundo de la fotografía, donde ahora parece que todo el mundo es reportero, a alguno lo llevaría yo a hacer alguna foto de algún funeral. Porque, desgraciadamente, también hay que hacer fotos de funerales”, abunda Casares.

A Ana Barredo, que a mediados de los noventa tenía que regresar a Ponferrada y revelar las fotografías de aquellos cortes de carretera en la N-VI, le sonó el teléfono móvil a las seis de la madrugada muchos días de la primavera y el verano de 2012 para avisar de otras secuencias similares ya en la A-6, cuando el sector plantó su última batalla ante los recortes del Gobierno de Mariano Rajoy que asfixiaban su viabilidad ya con la fecha de caducidad a las ayudas a la producción puesta en 2018. Las movilizaciones se prolongaron durante más de tres meses en el canto del cisne de un sector cuya capacidad de presión Campillo apenas acierta a comparar con la de las jornadas de huelga general. Cuando ya se vislumbraba que aquella última lucha no daría frutos, ni los fotoperiodistas se libraron de algún reproche, lamenta César Sánchez, que certificó el final amargo de la movilización con fotos de enfrentamientos entre mineros de interior y de cielos abiertos.

Ana Barredo vivió parte de la recta final de su embarazo en medio de una movilización minera. Y lo volvería a hacer; estaba embarazada, no enferma, cuenta al recordar cuando Denoy llamaba a las puertas de la vida mientras ella retrataba la antepenúltima batalla de un sector condenado a muerte

La reconversión minera, que como dice Casares “fue la crónica de una muerte anunciada por capítulos”, tuvo su final. En una comarca tan carbonera como la berciana, la fecha de defunción se puso el 16 de noviembre de 2018 en el Pozo Salgueiro de Santa Cruz de Montes (Torre del Bierzo). Seis mineros entraron al último turno. “Y esa imagen ya lo dice todo”, subraya Sánchez tras reconocer que aquel día “no podía haber sensación de traición”. Los seis trabajadores en la bocamina era la foto de portada de una jornada en la que el fotoperiodista de ICAL dejó otra imagen definitiva, en este caso metafórica, retratando una vagoneta abandonada en la explotación en la que se puso el colofón a una forma de vida.

Aquel día de entierro del sector Ana Barredo se recuerda nerviosa porque la Agencia EFE, la misma para la que había cubierto la salida del encierro de Malabá en 2005, se había olvidado de encargarle las fotos de la entrada del último turno en Salgueiro de madrugada. “Y me fui para allá por iniciativa propia a la salida”, cuenta. Ella, a la que le decían que su hijo Denoy “había salido tan movido” de niño por gestarse a ritmo de movilización minera (“y lo volvería a hacer; estaba embarazada, no enferma”, apostilla), puso la firma a la imagen del último minero en los vestuarios, el 'gemelo' de aquel que retrató Mauricio Peña en 1991 en Hulleras de Sabero.

Con el sector finiquitado apenas unas semanas después con el cierre en diciembre de 2018 de La Escondida (Caboalles de Arriba, Villablino), ¿qué fotos quedan por hacer en unas cuencas ya sin carbón ni caras ennegrecidas ni neumáticos ardiendo por el medio? El patrimonio minero ya está siendo pasto de la degradación, advierte Campillo, que años después de que un minero lo confundiera con un guardia civil infiltrado volvió a Ciñera, esta vez para fotografiar el Pozo Ibarra. Parecido proceso es el que han vivido los poblados, que Barredo ha recorrido en parte tras la serie de reportajes 'Las cuencas vacías' que le valió un Premio Cossío al periodista Carlos Fidalgo y con ejemplos como El Escobio, en Páramo del Sil, uno de los iconos del final del sector. Sobrevive el paisanaje. “Quedan los viejos mineros. Todos tienen unas caras especiales”, destaca Peña. “La minería”, tercia Casares, “está impresa en los sitios”. “La foto pendiente”, concluye Sánchez, “es la de la regeneración de esas zonas”. Y así Santa Bárbara, que no pudo salvar al carbón de la muerte, está llamada a la causa de la resurrección.

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