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Una carta desde la nada

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Me escribe Susana sobre sus tristezas presentes. Ha llorado infinito por Paul Auster, aunque me confiesa, de nuevo, que nunca consiguió leer nada de él, se aburría con las primeras páginas y lo dejaba. Pero llora mucho por su ausencia: “Es un comportamiento de replicante”, le digo, pero es inútil porque tampoco aguantó entera Blade Runner a pesar de que su amor por Harrison Ford le desboca. Y a mí. Casi igual que con Paul Newman.

¿Cuándo empezó todo esto? ¿Empezó o es una exageración de las redes sociales? Susana, llorosa, me pregunta quién era ese Francisco Rico que también ha aparecido en las necrológicas. Qué le puedo decir: léelo. Muchas personas piensan que las actuales adaptaciones al español contemporáneo son necesarias para disfrutar de El Quijote, sobre todo si te pagan bien por una de ellas (hay unos cuantos sicarios y no todos se llaman Trapiello). Ninguna de esas necesitadas conoce y, muchos menos, ha leído a Rico. Para gozar de la literatura, le confieso a Susana, hay que escuchar primero la música que las letras portan, según la sabia conseja de Juan de Mairena. Después habrá comprensiones, explicaciones, motivaciones e incluso glosas, reseñas y críticas. Nada. Ni caso. 

¿Cuándo empezó este matarile? Para otras, la televisión es el gran mal, el origen de todos los males. Recuerdo mi alegría juvenil con la llegada de las televisiones privadas a este país: la pluralidad y esas cosas. Con asombro y piedad, mi amigo porteño y maduro y periodista huido de Videla, me dijo: “Solo traerán mierda”. Todavía no existían etiquetas como “telebasura” et alia. Vaya lo que trajeron. Hubo un remate en 2015 o así que consistió en llevar los sones de los programas de chascarrillo y vísceras a los debates de la política. Empezó la Sexta con éxito y siguieron las demás, hasta las públicas. Es el presente de todas. ¿Eso significa algo más allá de la anécdota?, pregunta Susana. Y yo qué sé: si la gente se considera informada por los tertulianos y las analistas que aparecen en ellas, no habrá suficientes psiquiatras para atenderles.

Quién le iba a contar a don Antonio Machado que en el Hotel Majestic de Barcelona, una de sus últimas moradas en España, iban a firmarse casi sesenta años después unos pactos entre un tal López y un tal Soley, ambos muy sonrientes en la portada del ABC de entonces. Por eso el actual líder de la derecha española reivindica a Felipe González en un pueblo catalán: “Cosas veredes”, todo está en El Quijote. Incluso lo que no se dice.

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