Julio Llamazares en las Tardes Literarias de Bembibre

Julio Llamazares

Manuel Cuenya

Recuerdo la profunda huella que me dejó su poema 'Fresas': 'Entre las truchas muertas y la herrumbre, fresas...', que el propio autor recitaba en voz en off en aquel relato suyo, 'Retrato de un bañista', ambientado en el pantano del Porma, entre la alucinación y la noche azulada de una aldea en ruinas, su pueblo natal, impregnado con aromas a 'Pedro Páramo'. Aquel relato, perteneciente a la película 'El Filandón', del cineasta berciano Chema Sarmiento, me removió las entrañas.

En aquella época uno era estudiante en el Instituto Señor de Bembibre, entusiasta del cine y de las joyas literarias de Verne, Salgari y tantos otros creadores de aventuras. Y Julio Llamazares ya

había comenzado como guionista de cine –luego llegarían otros guiones suyos para Felipe Vega o Icíar Bollaín– y se había revelado como un extraordinario poeta con 'La lentitud de los bueyes'y 'Memoria de la nieve', que marcarían de un modo definitivo su obra posterior, hilvanada con reflexión emotiva o emoción reflexiva, hasta lograr escribir La lluvia amarilla, sublime poema en prosa sobre el olvido y la locura, el vacío y la muerte, la soledad y la herrumbre, el aullido del silencio y la luz fría del invierno.

En realidad, me entusiasma toda la obra de Llamazares, incluidos sus ensayos como 'El entierro de Genarín' o sus artículos periodísticos, tal vez porque uno se siente identificado con lo que cuenta y cómo lo cuenta, con sus paisajes y paisanajes, que son en verdad memoria afectiva. Y con toda esa literatura de viajes, desde 'El río del olvido' hasta 'Trás-os-Montes', que me invita a recorrer otros mundos, y a confrontarme en definitiva con la realidad, con la propia literatura, que es o debería ser siempre vida, y que en manos de Julio se convierte en tal.

Su narrativa poética (“toda novela es autobiográfica y toda autobiografía es ficción”) envuelve y engancha con la magia de un alquimista que te hiciera vivir y aun revivir en esta y en otra dimensión espacio-temporal, porque “la pregunta no es si hay vida después de la muerte; la pregunta es si hay vida antes de la muerte” ('Escenas de cine mudo'), ese espacio que él recorre con alma, y ese tiempo que “se deshiela como un montón de nieve atravesado por un rayo”, siempre presente en toda su obra, acaso como una obsesión, léase de un modo significativo sus 'Lágrimas de San Lorenzo', genuino tratado filosófico sobre la fugacidad del tiempo. Tiempo, vida/muerte: los grandes temas en la obra de Llamazares, que estará el próximo martes en Bembibre para que sigamos fluyendo con sus vivencias y recuerdos.

Las lágrimas de San Lorenzo

-¡El tiempo!... ¡El tiempo!... -vuelvo a escuchar mientras me adormezco contemplando las estrellas que señalan la situación de Constanza en la oscuridad del mundo (Julio Llamazares, Las lágrimas de San Lorenzo)

'Las lágrimas de San Lorenzo' es el hermoso título de la última novela de Julio Llamazares, que dedica a sus amigos de Ibiza (los que están y los que ya nos están) e introduce con dos citas, una de ellas perteneciente al gran poeta José Antonio Llamas: '¡Dichosa edad en la que vuelan las estrellas!'

'Las lágrimas de San Lorenzo' son una metáfora del tiempo y hacen referencia a las estrellas fugaces, a la lluvia de estrellas que suele tener lugar por estas fechas, con mayor intensidad en la noche de mañana.

Ayer mismo tuve la ocasión de contemplar, bajo un cielo protector, tachonado de estrellas y blanquecino en su vía láctea, una de esas perlas que surca veloz el firmamento y se pierde en la lejanía de los tiempos. El tiempo, siempre el tiempo, como tema esencial de esta novela que a alguien, muy muy especial para mí, se le antoja un auténtico tratado filosófico sobre la fugacidad del tiempo, una reflexión poderosa y a la vez escalofriante acerca del inexorable paso del tiempo, de la imposibilidad de detenerlo, de la toma de conciencia del tiempo como algo que pasa y no volverá jamás. “Como decía John Lennon, la vida es eso que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes”.

Todo ello narrado con una prosa envolvente, tocada por la magia de la lírica hecha belleza. Contada en primera persona por un nómada o trotamundos en un brillante monólogo (en realidad en diálogo del protagonista con su hijo Pedro).

Podríamos intuir que se trata de una novela con un marcado toque autobiográfico, aunque lo autobiográfico quede diluido y/o transfigurado por el hechizo de la ficción y una memoria, que a veces “traiciona”. El personaje principal (y narrador) es un profesor y escritor nacido en Bilbao, aunque con orígenes en un pueblo de León, “que olía a lúpulo y a tomillo”, el cual nos cuenta sus andanzas, como lector, por diferentes ciudades europeas, entre ellas, Aix-en-Provence, Constanza, Liubliana, Bari, Utrecht, Iasi, Uppsala, Coímbra... mientras recuerda con afecto y morriña sus mejores años de juventud en Ibiza.

A partir de determinada edad -ya lo escribió Julio en aquella novela imprescindible y conmovedora que es 'La lluvia amarilla'- uno se da cuenta de la finitud. «Llega siempre un momento -el mío coincidió con la muerte de mi madre- en el que, de repente, la juventud se acaba y el tiempo se deshiela como un montón de nieve atravesado por un rayo».

...¡Oh, flor del tiempo!

De nuevo Llamazares, veinticinco años después de 'La lluvia amarilla', vuelve con esta novela, 'Las lágrimas de San Lorenzo', que nos sumerge en las heladas aguas del océano-tiempo y nos remueve y sacude todas las entrañas con sus reflexiones, con recuerdos teñidos por la melancolía sobre los abuelos y los padres, un hermano muerto (Ángel), un tío desaparecido en la posguerra incivil (Pedro), novias, mujeres y amigos del personaje principal.

“Lo único que no desaparecerá es el tiempo”.

Martes 20 de abril. 20 h.

Casa de las Culturas de Bembibre. Entrada libre.

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