'Hola'

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Yolanda Casado Galán

─Hola ─le dije.

Ella me miró con los ojos muy abiertos y la cara desencajada. Si la hubiera sorprendido de noche en el portal con un cuchillo, no se hubiera asustado tanto.

Esperé a que se recuperada mostrando mi sonrisa más inocente, la que le pongo a los profesores cuando no llevo los deberes.

─Hola ─repetí─. Soy Jose.

─Lo sé ─contestó al fin, supongo que después de calcular que nuestras terrazas estaban a más de un metro─. Lo he visto en el buzón. Yo soy Mari.

Ya sabía su nombre. Sabía muchas cosas de ella. Después de todo, llevábamos siendo vecinos varios años.

Se llamaba María, Mari para los amigos. Era alta, delgada, de pelo rubio y ondulado y profundos ojos castaños. Le gustaban los Jumpers y las manzanas, la música indie y el color verde. No solía usar el ascensor, pero cuando lo hacía yo lo sabía porque quedaba en el ambiente un olor juguetón a vainilla. Coleccionaba pulseras de plata. Llevaba varias en ambas muñecas y su tintineo cantarín siempre me anunciaba su llegada. Estudiaba primero de bachillerato en mi instituto, pero en otra clase. Era buena estudiante (no como yo), pero, a tenor de lo que había oído algunas noches, sus notas habían empezado a bajar, al menos, hasta el parón por el coronavirus, posiblemente por las malas compañías, y es que últimamente había empezado a salir con un mamarracho, el típico chulo que no tiene más méritos que los de calzarse la gorra haciendo juego con las zapatillas de marca que mamá le ha comprado. ¿Por qué las tías sois así? ¿Por qué en vez de fijaros en el vecino simpático os vais a encoñar del malote de turno?

─¿Cómo llevas el encierro? ─le pregunté.

─Bueno, intento llevar una rutina: estudio un poco, hago ejercicio, leo... ─suspiró y, lo juró: el aire se llenó de color.

─Mi rutina es mucho más simple ─dije saliendo de mi ensoñación─ duermo, juego con la consola, intento ligar con chicas guapas...

Ella se sonrojó y sonrió.

─¿Y qué tal te va?

─Pues... como no estoy realmente cansado, en realidad aprovecho para leer un montón. Me he aburrido de videojuegos y he desmontado mis legos para volver a empezar y en lo último...

─¡Mari, te suena el móvil! ─atronó la voz de su madre desde casa ─¿dónde estás? ¡Ven y cógelo de una vez!

─Me tengo que ir─dijo ella─. Ciao.

Y se fue.

Pero el patio era ahora más bonito.

Desde aquel “hola”, hablábamos varias veces todos los días. Charlábamos del instituto, de los compañeros, de los profesores, de los deberes... me explicó algunas cosas que me vinieron bien.

Hablábamos de los libros que nos gustaban. Resultó que conocía a Lovecraft, no hay mucha gente qué sepa quién es. Me sorprendió gratamente, la verdad. Y también comentamos las series que veíamos. Ahí sí que no coincidimos para nada.

Yo le enseñé mis dibujos (dibujo un poco, ¿sabéis?) y ella dijo que estaban chulos. Y lo dijo en serio, no solo por cumplir, porque se le notaba en la cara. Tenía ese brillo sorprendido que me pone la gente que los ve sin demasiadas expectativas y luego se quedan sin palabras.

─Deberías publicarlos ─me dijo días después.

─¿El qué?

─Los dibujos. Son realmente buenos. Al menos, a mí me lo parecen─dijo bajando levemente la voz ─Podrías abrir un canal en Youtube o escribir un blog. ¡Hay cada truño en internet que lo tuyo sería refrescante!

Me dejó sin palabras. Y mira que eso es difícil.

Algunas veces hablábamos de relaciones. Eso no me molaba nada. Por nada del mundo quería convertirme en “el amigo majo”, pero tampoco quería ser descortés, así que le di mi opinión sincera sobre su (impresentable, gilipollas, imbécil) novio y esperé que captara mis sutiles indirectas.

Nos veíamos a todas horas.

Y no necesitábamos gritarnos ni nada para avisarnos. Yo oía el tintineo y salía raudo para decirle: “hola”.

Era genial, sobre todo al atardecer, cuando el sol se le enredaba entre los bucles y los hacía brillar; o cuando después de comer se asomaba mordisqueando una manzana; o cuando simplemente salía al balcón sin darse cuenta de mi presencia y se estiraba satisfecha. Estaba preciosa. Era preciosa siempre.

Pero entonces todo se fue a la mierda.

Su madre se enteró de nuestras charlas en el balcón y montó la de Dios.

Entre gritos y aspavientos le prohibió salir a la terraza. Me acusó de poner en peligro la vida de su hija, de su familia y del planeta entero. Discutió con mi madre que salió al oír las voces sobre la importancia de la distancia de seguridad que al parecer no me habían enseñado o yo era demasiado tonto para comprender... En fin, imaginaos, incluso algún que otro vecino aburrido se metió en la discusión, unos a favor y otros en contra de las charlas vecinales. Puede que lo hayáis visto en redes: vi a uno grabando la escenita con el móvil. Un papelón.

Llevamos ya tres días sin hablar. Algunas veces, sin que mi madre se entere, abro la ventana del balcón y me asomo, pero nunca ha habido suerte más allá de oír su tintineo moverse por la casa o de percibir el delicado perfume a vainilla que a veces flota por el patio.

Nada más.

Lo curioso es que después de tantos días de charla nunca nos dimos los teléfonos o los correos. Supongo que cuando vives en un mundo tan loco como el de estos tiempos, te quedas con lo más cercano, y ninguno pensó que se acabarían nuestras conversaciones. Así que ahora estoy aquí, subiendo a mi nuevo blog este dibujo suyo y explicándoos a vosotros, mis nuevos amigos desconocidos, el porqué de esta página y de estos primeros dibujos y, por si os lo preguntabais, sí, he intentado localizar su número de teléfono o su correo, pero ninguno de mis contactos los conocen así que... esperad, me llega un whatsap...

─Hola :)

* 'Hola' es un cuento publicado dentro de la iniciativa lanzada por la asociación cultural El Pentágrafo e ILEÓN.COM para recoger relatos con temática relacionada con la actual crisis ocasionada por el coronavirus Covid-19.

Yolanda Casado Galán, leonesa, trabaja como maestra en un colegio de la capital. Cuando puede, se dedica a escribir y ha publicado tres libros en colaboración con otros autores y ha ganado o quedado finalista en varios certámenes literarios.

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