'Víctimas'

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Lleva varios días un poco extraño.

Siempre se levanta a las seis. Es de esos que salta como un resorte al escuchar la alarma. A tientas se da una ducha, absorbe un café por todos los poros de su piel y se va a trabajar a la fábrica. No vuelve hasta pasadas las tres, momento en el que remolonea en el sofá hasta quedarse dormido con el teléfono encima. De nuevo el pitido (¡Siempre el pitido!) hace que se levante y vuelva a salir, esta vez al gimnasio. Llega tarde y cena. Es muy simple, pero cocina bien. No tiene ni un solo libro en casa, es buena gente y pinta cuadros de tortugas. Tiene un acento asturiano bien marcado que le va bien a su barba pelirroja de varios años que hace que sus amigos le llamen “el Vikingo”. La camisa a cuadros ayuda. Lleva un reloj enorme que le regalaron sus padres a los veintiséis años. Ahora no tiene más de treinta. A menudo, aparece con una chica, una distinta cada vez. Hablan poco. Se desnudan enseguida y follan en el sofá o en la cama a ritmo de “chunda chunda”. Mañana, si te he visto, no me acuerdo.

Un día de febrero apareció alguien diferente. Llamó a la puerta y llevaba un vestido de flores largo hasta los pies. Era un poco más alta que él, poco, pero ambos se sorprendieron. Es lo que tiene conocerse a través de una aplicación. En realidad, no importaba. Casi sin saludarse estaban besándose y ella se movía rítmicamente encima de él en el sofá. Tenía el culo grande y bonito. No fue muy largo, pero sí intenso. Ella cogió su mano y se lo llevo a la cama donde, después de una charla insustancial, volvieron a entrelazarse en posturas imposibles con las que alcanzar el clímax. Una hora después llegó el tercero y, a juzgar por los gemidos de placer de ambos, fue el mejor. Decidieron conocerse un poco más. Error. No tenían nada que ver el uno con el otro. En el salón apuraban una cerveza y ella le pidió darse una ducha antes de irse. Él la acerco a su cuerpo, aún desnudo, y no la dejó marchar. Se entendían mejor a base de sexo que de palabras. Ese era el trato. Después de ese día no se volvieron a ver. Él pronunció las palabras no mágicas: «Podíamos ver una peli o cenar por ahí» y ella desapareció del mapa.

El pelirrojo llevaba unos días un poco extraño, decía. Ahora se pasa el día en casa. Parece que hay una crisis a nivel mundial. Una pandemia. Yo estoy harta, no tengo espacio para mí y este hombre me roba el aire. Me ahoga. Literalmente. Me riega tres veces por semana y aunque soy una planta, no necesito tanta agua. El coronavirus se va a cobrar su primera víctima no humana.

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Y varias más, amiga. Mis compañeros y yo no podemos ahogarnos, pero verás.

Es una familia normal. Tienen una casa de cuatro habitaciones y dos baños con dos terrazas. La nevera es enorme y Marisa, que viene varias veces por semana, se encarga de tenerla llena y quitar el polvo y los telares de en medio. Tiene todo muy cuidado. El padre regenta una farmacia en el centro de la ciudad, una de las que está abierta 24 horas. Como es el dueño tiene turnos buenos, pero la gestión de sus empleados y lidiar con la asesoría le traen de cabeza muy a menudo. Gana dinero, parece que mucho. La madre trabaja en un laboratorio y no tengo muy claro cuál es su labor, tiene que ver con la genética y se dedica a publicar en revistas científicas. Tienen dos hijos que se sacan poco más de dos años. Discuten todo el tiempo, pero se llevan bien y están todo el día jugando. Van a tenis, a inglés y estudian piano y guitarra clásica. Parecen la familia perfecta y, en realidad, lo son. A nosotros nos gustaría que hubiera algo más de actividad para entretenernos.

El matrimonio se conoció a comienzos de los noventa en una fiesta universitaria en casa de algún amigo común. Nunca lo van a reconocer, pero ambos habían probado el éxtasis que circulaba por ahí. Solo un poco. Lo justo para desinhibirse y acabar magreándose en un sofá como si fueran adolescentes. No fue un comienzo romántico ni de película. Al día siguiente, la ahora madre no recordaba nada, aunque solo se lo reconoció a su mejor amiga de aquel entonces, hoy perdida en la capital en medio de oficinas de abogados prestigiosos, yendo de hombre en hombre y de viaje en viaje, dejándose llevar. Al padre ella le gustaba desde hace tiempo y tuvo valor para pedirle el teléfono y volver a quedar en circunstancias más propicias. Así comenzó un noviazgo cuyo final ya os he contado. El día antes de la boda la madre pensó en reconocer el mayor secreto de su aburrida vida. Seguía sin acordarse de un solo minuto de aquella noche que su prometido-casi-ya-marido comentaba de vez en cuando con brillo en los ojos. No lo hizo y, con ello, tiempo después, empezó a pasar por alto algunos detalles que no le gustaban. Ya no es que él no la besara cuando los niños pasaron de los cuatro años, es que incluso se apartaba. Pensaba que era el karma. ¿Estaría con otra? No, eso sería darle mucha emoción a la historia y sus vidas, modélicas, parecían sacadas de un catálogo de El Corte Inglés. Solo les faltaba el perro, pero a pesar de los intentos de sus hijos por conseguirlo, no hubo manera. Sí que lograron que los Reyes Magos trajeran uno de los mayores tesoros de la casa, que pasó a un segundo plano pocos meses después: un acuario. Ahora ocupa un lugar privilegiado en el salón y le da el toque de sofisticación perfecto. Tiene muchas plantas, un pecio y varios peces de los caros y difíciles de mantener. ¡Menos mal que está Marisa para ello!

Yo soy uno de ellos, un pez disco ligeramente anaranjado. Y con esto de la cuarentena no se ponen de acuerdo y nos están dando de comer tres veces al día. ¡Los peces no sabemos controlarnos y si seguimos así vamos a morir todos!

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¡Y tanto que vamos a morir! A mí ni me ahogan ni me ceban, os cuento.

Se criaron en una aldea grande cerca de una ciudad pequeña. La música tradicional era la banda sonora de los fríos inviernos de la montaña. Empezaron a tocar bodhrans, buzukis y flautas. Se juntaban con más chavales que, por extraño que parezca, recogían las coplas que cantaban las abuelas al son de la pandereta. Crearon un vínculo que no se ha roto con el paso de los años. Los trabajos hacen que cada uno pare en un sitio distinto y que hayan diversificado sus amistades. El mayor de todos es maestro, de música, ¡Cómo no! Y es cuentacuentos. Una vez, en medio de una función, hablando de Xuan y Maruxiña, lobo y raposa de las historias de su comarca, la chica de la falda de girasoles se fijó en él. En pocos meses habían coincidido varias veces. Se movían por ambientes parecidos y compartían conocidos. Una tarde de noviembre, en una jam session de folk, se atrevieron a hablar compartiendo cervezas y charla que se alargó hasta la mañana siguiente. Él amaneció en cama ajena y ella compartió desayuno después de mucho tiempo. De esto hace ya más de cinco años.

Cada verano hacen un viaje largo. Han estado en varios continentes, en montañas y en mares, pero también visitan sus pueblos y sienten sus raíces. A él le enamoró cómo es capaz de comunicarse en varias lenguas no importa con quién. A ella que la música viva dentro de sí. En cierta medida se envidian, o se admiran, o las dos cosas. Encajan.

Sin embargo, viven separados entre semana porque él es interino y ella profesora en la ciudad. La cuarentena le pilló en un pueblín y no ha podido moverse, así que ella ha visto su oportunidad. Quiere aprender a tocar, pero le da vergüenza hacerlo con él, que tiene una capacidad innata y muchas horas de práctica a sus espaldas. Se siente ridícula e incapaz, pero estando sola puede frustrarse a gusto.

Y ahí es donde entro yo, su ukelele. Como siga encerrada más tiempo creo que me va a estampar contra la pared.

3* 'Víctimas' es un cuento publicado dentro de la iniciativa lanzada por la asociación cultural El Pentágrafo e ILEÓN.COM para recoger relatos con temática relacionada con la actual crisis ocasionada por el coronavirus Covid-19.

Noemi es profesora de secundaria de Geografía e Historia, si bien su disciplina es la Historia del Arte. Ha escrito varios artículos y un libro, siempre vinculados con el mundo académico y de la investigación, pero ahora quiere ir un paso más allá y hace la prueba con relatos.

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