'La abadía en treinta metros cuadrados'

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Mariana Añez Mancebo

Imagine there's no countries

it's easy if you try

El día que se promulgó el estado de alarma no había salido de casa, y tampoco había salido de casa el día anterior ni al anterior a ese, y el número de países afectados por el virus era cuarenta y dos. Me siento afortunada de tener veintiséis años y no compartir vivienda, de no vivir con mi familia y de poder pasar la cuarentena en mi piso alquilado de treinta metros cuadrados.

Tres días después de que se promulgue el estado de alarma llevo cinco días sin salir de casa y un puñado de celebrities hacen un directo en Instagram cantando Imagine, de John Lennon. Riego mis plantas mientras Hulk, Wonder Woman y la princesa Amidala cantan a coro el estribillo y pienso en que mis dos plantas de interior se van a morir de sobreriego y me lamento de que la sección de jardinería de Carrefour esté cerrada porque las plantas no son un bien de primera necesidad.

Imagine no possessions

I wonder if you can

En el fondo del vídeo de la princesa Amidala hay una palmera altísima (las palmas fuera de plano) en un jardín. Empiezo una edición vieja y sobada de Relatos extraordinarios y cuando acabo “El pozo y el péndulo” siento que el salón es más estrecho, la cocina más oscura y el baño más húmedo, y me pregunto cuántas palmeras caben en treinta metros cuadrados.

No need for greed or hunger

A brotherhood of man

Cuatro días después de que se promulgue el estado de alarma leo en Instagram que es bueno para la salud mental compartimentalizar espacios y el Rey Felipe dice en su discurso “tenemos que adaptar nuestros modos de vida y nuestros comportamientos” y lo dice en plural, así que me doy por aludida. Sigo los consejos que me concede el universo, me pongo una esterilla de yoga junto a la cama y lo declaro gimnasio. Me pregunto si Letizia tiene esterilla de yoga en su habitación de cuarentena.

Imagine there's no heaven

It's easy if you try

Seis días después de que se promulgue el estado de alarma, me quedo sin luz porque vivo en una casa muy barata con una instalación eléctrica muy vieja y el casero no me coge el teléfono. Empieza a llover y rezo por que pare pronto porque no puedo arreglar la luz con goteras en treinta metros cuadrados.

Una semana después de que se declare el estado de alarma, me paso el día con treinta y ocho coma cinco de fiebre y pierdo el sentido del gusto. Madonna hace un directo en su cuenta de Instagram desde una bañera llena de pétalos de rosa y dice “The virus is the great equalizer” y Bill Gates escribe una carta abierta en la que afirma que “compared to viruses, we are all equal” y pienso en Edgar Allan Poe, en la tuberculosis y en desde el centro de salud me comunican por teléfono que solo se realizan pruebas diagnósticas en casos muy graves.

Una semana y un día después de que se declare el estado de alarma tengo que salir a hacer la compra porque me he quedado sin champú ni pan de molde ni Paracetamol. Pienso en Próspero encerrado en su abadía con mil invitados en un banquete perpetuo. Pienso en quién abastecería el banquete de comida, si vasallos de Próspero o un repartidor de Glovo. Pienso en si Tom Hanks va al Carrefour a comprar. Pienso en Próspero persiguiendo a un enmascarado a lo largo de las siete alas de la abadía, la carrera frenética cuchillo en mano para darle muerte a la muerte.

Una abadía debe tener algo más de treinta metros cuadrados y en mi piso no hay siete salas de siete colores en las que esconderse.

* 'La abadía en treinta metros cuadrados' es un relato publicado dentro de la iniciativa lanzada por la asociación cultural El Pentágrafo e ILEÓN.COM para recoger escritos con temática relacionada con la actual crisis ocasionada por el coronavirus Covid-19.

Mariana Añez Mancebo tiene veintiséis años y es venezolana de nacimiento y española por afición. Ha trabajado como cajera de Burger King, reparteflyers en la Gran Vía, cantante de orquesta y profesora de secundaria, pero su verdadera vocación es juntar letras. Actualmente trabaja con escaso éxito como traductora freelance para financiar vicios como comer o dormir bajo un techo.

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