'Reunión de todo un pueblo'

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Leyre Álvarez da Silva

Si algún dios existe, hoy le preguntaría el porqué de este momento. Un café bastaría para que pudiese explicarlo todo, allí sentado en su trono o donde sea que se sientan los dioses. Le ofrecería hasta acompañar con unas pastas, la ocasión lo merece. Quizás fuera esa la cita más importante de su vida. De la de ambos.

Es lo que se pregunta cada mañana cuando su propio cuerpo, que le conoce mejor que él mismo, le da la señal de que es la hora de levantarse. Y para qué. Ya ha desistido en sus intentos de poner el despertador, aparato que parece que te dice las horas que tienes ese día, aparato regalador de tiempo que te sobra, cuando lo que más te sobra aún es el propio tiempo. Estado de alarma sin alarma. Podría pensar en ducharse, por eso de que dicen que revitaliza. Pero de nuevo el para qué. Para qué todo cuando no vale nada. Tiempo detenido.

Decide preparar ese café que nunca tomará con ningún dios (ellos parece que también están en pausa) y sale al único sitio de la casa capaz de proporcionarle una sensación de respiro en todo esto. La ventana del patio se ha convertido en refugio ajeno a los nuevos seres surgidos del confinamiento, que se piensan que tienen poderes para juzgar en la sociedad encerrada. Veía desde la otra ventana, la que daba a la calle y a la que ya ni se acerca, que algunos vecinos se convertían en justicieros de balcón de los transeúntes. Qué saben ellos quiénes son. Y quiénes son ellos para juzgar a nadie.

Siendo así, entenderás que la ventana del patio es mucho más interesante. Volvemos a ella y allí está, café en mano, tratando de buscar algo que pueda mitigar esa sensación de bruma que le invade la cabeza. Pantalones tendidos en las cuerdas. La gente todavía se viste. Latas de cerveza acumuladas en una bolsa a punto de desbordarse. Puede que reflejen ese intento del bebedor de darle normalidad a lo extraño. Aunque se decanta más por pensar que la basura lleva días sin ser atendida. Persianas bajadas que no dejan que se filtre un sol que sigue resplandeciendo más limpio que nunca.

Sale de su ensimismamiento al ver al gato que pasea por una terraza y que no parece preocupado. Mira a los lados y se relame la pata para pasarla después por su cabeza, frotando varias veces. Ahora encorva la espalda erizándose a la vez y termina por estirarse hacia delante, como salido de una clase de yoga para felinos. Tranquilidad en estado puro. Se le cae la cucharilla a la que daba vueltas mecánicamente, llamando la atención del minino, que rápidamente dirige sus misteriosos ojos a ese personaje que le observa sin hacer movimiento alguno. Cruce de miradas detenidas en el tiempo detenido. Quién pudiera saber lo que piensa el gato.

Desde ese día y, como si estuviesen sincronizados, gato y humano salen a la misma hora respetando sus rituales (ese café al que dios nunca llega y las posiciones de yoga felino al sol todavía iluminado). Siempre se puede aprender más de gatos de terraza que de humanos juzgadores. Y esto le da una nueva idea.

A partir de ahora, en vez de citarse con los lejanos dioses que nunca aparecen, prefiere cambiar de compañía. Estaría bien una tertulia con esa parte del mundo que, según parece, se está mostrando más optimista que nunca. Porque, si algo ha quedado claro es que la naturaleza está respirando su propio aire, más puro desde que las casas se han convertido en jaulas improvisadas. Esa naturaleza, que se le representa a través del gato vecino, le dice que el planeta necesitaba un parón. Y que los humanos han sido tan inútiles que el parón les ha tenido que llegar de esta manera que nadie entiende.

Uno se puede preguntar a ver dónde está el equilibrio. Algo a lo que llaman pandemia (del griego πανδημία, de παν (pan, todo) y de δήμος (demos, pueblo), expresión que significa reunión de todo un pueblo), de repente pone a todos los seres humanos en “igualdad” por una vez en la vida. Juez asesino pero “justo”, que no hace diferencias entre ninguna persona.

R e u n i ó n d e t o d o u n p u e b l o.

(Cada uno reunido en su propia casa)

La ventana del patio y la compañía del gato son ahora el epicentro de nuevas teorías. Se está replanteando todos esos porqués y para qués que le rondaban la cabeza. Las horas ya no parecen eternas y el día se convierte en un devenir de pensamientos mientras los vecinos siguen viviendo sus vidas en las ventanas, asumiendo la anormalidad de una situación que peligrosamente empieza a volverse rutinaria.

Hoy siente la necesidad de gritar a los cuatro vientos que hace falta escuchar al tiempo, convertido en compañero inseparable. Que tenemos nuevos maestros que nos dicen que el planeta todavía está a tiempo de no morir y llevarnos con él. La escala de valores se le representa hoy como un gato saludando al sol. La perspectiva está cambiando.

Suena el despertador. ¿Suena el despertador? ¿Por fin la alarma sin estado de alarma? No recuerda haberlo puesto. Está descolocado. Piensa que todo ha sido un extraño sueño. Cómo se va a congelar la vida. Cómo va un simple virus a parar el mundo. De nuevo, un discurrir de preguntas en su cabeza. Podría escribir el guion de una película. Se ducha e inmediatamente siente esa sensación revitalizadora que dicen. Con el desayuno preparado, se asoma por la ventana del patio antes de irse a trabajar. Pero...

Hoy el café lo pone el gato. No ha sido un sueño.

Ojalá en todas las ventanas aparezca ese mismo gato cada mañana.

Tened preparada la taza.

* 'Reunión de todo un pueblo' es un relato publicado dentro de la iniciativa lanzada por la asociación cultural El Pentágrafo e ILEÓN.COM para recoger escritos con temática relacionada con la actual crisis ocasionada por el coronavirus Covid-19.

Leyre Álvarez da Silva es librera de profesión y lectora de vocación. Apasionada de la palabra y temerosa de la pluma, cree hoy más que nunca en el poder sanador de la literatura.

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