'El abrazo virtual'

Foto: Óscar García Bárcena

Máximo Soto Calvo

Desde su encierro, sí, sí, porque muy a su pesar eso suponía el triste mirar por aquella ventana de una habitación que, no siendo suya, debía agradecer aunque estuviera llamada a ser su último refugio.

Daba a un patio compartido con casas vecinas, de paredes desconchadas a grandes manchones. El enfoscado ya no pugnaba por permanecer intacto, se caía inexorable como se van declinando las fuerzas en quien ha decidido dejar de luchar, sin importarle que las huellas del tiempo vayan marcando la edad, como en la pared, en forma de ladrillos que emergen.

Cuando regresó a Legio, solo y desarraigado, los Reyes Magos acababan de recorrer la senda anual de 2020. Tal circunstancia era una data, pues en su vivir ya no contaban los misterios infantiles, ni como sorpresa controlada en el adulto. Sin más, ahíto de recuerdos, habían recalado en su barrio: El Húmedo.

¿Por qué allí? No había ningún misterio: Legio era su ciudad, y la Plaza de las Tiendas, el lugar de sus primeras andanzas infantiles. La casa de ahora era una perfecta desconocida hasta que se la señaló desde la puerta de La Bicha un parroquiano, quien, con la mano que sostenía un vaso de vino, que trasegó sin pudor, señaló...

—¡Aquélla!... en el número tres, en el primero, —añadió.

—Hacia allá voy, gracias.

“Habitaciones. Pase sin llamar”, rezaba un viejo letrero. Empujó la puerta, mas hubo de llamar, no se abría. Una mujer entrada en años lo recibió con mirada inquisidora, pero no molesta.

—¿Qué desea?», —fue el saludo y acogida.

—Alojamiento, —dijo al pronto— voy a estar unos días, puede hasta que pase Semana Santa.

Enhiesto, como quien quiere mostrar firmeza, avanzó. Sostenía con su mano derecha un pequeño maletín. Su única pertenencia.

Así, de modo tan sencillo encontró acomodo. No puso ningún pero a la sencilla alcoba que le mostró. Para qué. Y continuó el rito...ante la puerta, el ama en tono suave preguntó.

—¿Cómo se llama?

—Soy Eliseo Ruíz.

—A mí me llaman señora Paca... ¿Piensa comer con nosotros?

—¡Pues sí!

¡Más sencilla comunicación, imposible! Y con un compartido ¡hasta mañana!, pusieron fin al trámite.

Su saber estar y buen comportar, a tenor de cómo le iba acogiendo la señora Paca, se comparecía con un trato deferente, al que él contestaba con un riguroso pagar de cada semana transcurrida.

Siguieron días de paseo y reconocimiento; refrescando recuerdos en lento proceder, pues el peso de los años resultaba un gran condicionante. Lo que había anhelado en la distancia, allá por las Américas, no era fácil de encontrar. Todo es mutable. Mas, sí hallaba un mínimo de integración anímica con el entorno al contraponer imágenes... algo estupendo para escribir sus memorias.

Poco sospechaba Eliseo que un virus procedente de, ¡vaya usted a saber de dónde!, sí que lo debutaron los chinos, vendría a chafarle la Semana Santa leonesa. Bueno, a él y a todos. Pero no quedaba ahí la cosa, a mediados de marzo, la “patrona” le anunció: «Voy a tener que cerrar, nos obligan, el que llaman coronavirus es ¡tan contagioso!...», la siguiente palabra tardó en llegar..., «que he de cumplir el mandato. Pero tengo para usted una propuesta de acomodo, se apresuró a decir, si no tiene otro sitio donde ir...».

Esto último le abrió una vía de esperanza.

—¡No tengo otro sitio!, —soltó presto— y le muestro mi agradecimiento por ayudarme.

—Venga, —le dijo— está un poco alto. Dos pisos más arriba tengo una habitación donde dormía una sobrina que hace años me ayudaba, precisamente con la que voy a pasar la cuarentena.

Era un altozano aboardillado. «La habitación verá que está limpia, la arreglé ayer». Al decirlo parecía enorgullecerse de su previsión la señora Paca.

Una cama, un armario no muy grande, mesa y sillón de madera bien emplazados al lado de la ventana componían la dotación. «El aseo está ahí, tras la puerta», anunció Paca, «y al otro lado hay un viejo trinchero, tosco y robusto, con un hornillo eléctrico. Será su cocina, tendrá que arreglarse solo».

La cuarentena le fue favorable para la escritura. La ventana le aportaba luz suficiente. El sillón provisto de una almohadilla le resultaba cómodo... y escribió... escribió. Había quietud durante el día, pero al atardecer, a las ocho, los aplausos para los sanitarios, venían a marcarle un tempo... reflexivo. A veces, al tender la vista por la ventana, los manchones parecían tomar distintas formas, puede que acompasadas con sus pensamientos.

No era un día cualquiera el que había elegido la señora Paca para visitar a su huésped. Era Viernes de Dolores. En esta ocasión muy atípico, a causa de la pandemia, los vecinos del Mercado no podrían sacar en procesión a la Virgen, La Antigua del Camino.

Portando una bolsa de compra, como excusa para estar en la calle, llegó a su casa. Al subir despacio la escalera, más por temerosa premonición que por fatiga, se fue colocando mascarilla y guantes, no fuera ser que...Llamó a la puerta con los nudillos en tanto decía: «Eliseo... Eliseo». Como no obtuvo respuesta, manejo la manecilla y abrió. Su inquilino parecía descansar sobre la mesa, dormir.

Sentado, con el pecho apoyado en el tablero, vestido, ambos brazos descansaban también sobre él, como en un extraño abrazo, quizás a su vida que se escapaba. La cabeza ladeada, de cara a la ventana, reposaba sobre papeles manuscritos. Seguro, sus memorias, pensó Paca.

Lo tocó levemente, estaba rígido, ¡muerto! En la hoja más próxima a la mano derecha de Eliseo pudo leer: Semana Santa 2020. El abrazo virtual...

* 'El abrazo virtual' es un relato publicado dentro de la iniciativa lanzada por la asociación cultural El Pentágrafo e ILEÓN.COM para recoger escritos con temática relacionada con la actual crisis ocasionada por el coronavirus Covid-19.

Su autor es Máximo Soto Calvo, leonés y autor de más de cuatrocientos artículos de opinión publicados y tres libros de contenido leonesista. El último en 2019, se titula 'En busca de un sentimiento llamado leonesismo'. Además en el propio ileón tiene publicados algún relato y artículos de opinión.

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