'Mitologías de cuarentena'

Flores de cuarentena

Mª Azucena Nieto García

DIONYSOS:

Sé juiciosa, Ariadna

Tienes orejas pequeñas, tienes mis orejas

¡Mete en ellas una palabra juiciosa!

¿No hay que odiarse primero, si se ha de amarse...?

Yo soy tu laberinto.

Fragmento de “Lamento de Ariadna” de F. Nietzshe

1.-El escritor.

Era el raro de su comunidad de vecinos. No salía apenas de casa salvo para ir al supermercado, bajar la basura y, tres veces por semana, para correr por la senda junto al río.

Los sábados echaba algún polvo ocasional con alguna desconocida del Tinder y bebía hasta quedarse dormido.

Su aislamiento era voluntario y solo se permitía un día de descanso.

Tenía solo seis meses para escribir la novela que reptaba por su cabeza como una culebra escurridiza.

Seis meses de excedencia para escribir y salir de su laberinto.

Seis meses para cambiar el bucle de su historia programada por un dios en el que no creía.

Amanecía y se sentaba a escribir frente a su ordenador con una disciplina casi militar.

Anochecía y seguía escribiendo, pero sus ideas no fluían en el papel como las escuchaba en su cabeza. Fallaba el ritmo. Y pasaban los días

Por eso cuando se declaró el estado de alarma, el 13 de marzo de 2020, apenas notó el confinamiento.

Se acabaron los polvos con desconocidas los sábados por la noche y el running junto al rio.

2.- La Señora que soñaba con ser astronauta.

María era muy despistada. Podía estar buscando las gafas de ver de cerca por toda la casa y encontrárselas en el congelador.

O preguntar en la Farmacia por esas cajas de caramelos para la tos del escaparate.

―Son profilácticos, señora.

―No me importa la marca, guapa.

María está jubilada desde hace años. Trabajó como enfermera en varios hospitales por toda la geografía española y ahora con mucho tiempo libre y un ansia inagotable de actividad se ocupa de colaborar con diferentes ONG's. Vive sola. No tiene hijos. Ya no tiene padres.

No es madre, ya no es hija.

Los huecos vacíos de su día los combate llenándolos de cosas nuevas por aprender y sobre todo en su mayor afición. María es una adicta a todo tipo de documentales, artículos y publicaciones sobre astrofísica.

Le hubiera gustado ser astronauta desde que siendo muy pequeñita vio por la televisión la llegada del hombre a la Luna. El cielo era su pasión.

La declaración del estado de alarma la pilló por sorpresa en el supermercado comprando “Coca-Cola sin cocaína”. A María le gusta dormir del tirón toda la noche.

3.-La chica de la ventana que baila al anochecer.

Ariadna ahora vive sola en la ciudad, lejos del mar.

Dejó atrás su isla, su trabajo y a ella misma, deslumbrada por un Teseo encantador y embaucador, que mató al monstruo, se agarró egoístamente de su hilo y después la abandonó para continuar su viaje del héroe, pero sin ella.

Sólo que no era un héroe, que no se llamaba Teseo y que nunca hubo tal monstruo. Todo lo había idealizado en su cabeza.

Cuando se quedó sola pensó en volver, pero le aterrorizaba desandar sus pasos, mirar hacia atrás y convertirse en una estatua de sal. Así que se quedó.

Muy en el fondo todavía confiaba en que él volviera a buscarla.

Ahora trabaja en una librería a jornada completa. Le gusta rodearse de personas que buscan sus respuestas en los libros.

Confía en las personas que buscan respuestas en los libros.

Y le gusta hacer listas antes de dormir. Y bailar al anochecer.

Se enteró de la declaración del estado de alarma mientras desembalaba una caja de ejemplares de La Odisea.

1.- El escritor confinado.

De un día para otro se suspendió el tiempo, se aplazó la vida y el escritor se relajó un poco.

Un sábado, sus vecinos empezaron a salir a las ventanas a aplaudir a los que luchaban por la vida y a gritar que seguían vivos.

Días después, él también se asomó a la ventana.

Ese día vio a la chica que bailaba al anochecer y se sorprendió mirándola y tratando de imaginarle una historia.

La señora que vivía en el piso de abajo le habló por primera vez.

- ¡Buenas noches, joven! He hecho un montón de croquetas, así que le he dejado un tupper en la puerta. Me da mucha pena tirar comida y mis croquetas rozan la perfección.

El escritor la miró sorprendida. Hacía meses que había perdido la capacidad de relacionarse socialmente.

―Muchas Gracias –acertó a decir, sorprendido.

―Me llamo María, 2º D, ¿cómo llevas el confinamiento?

―No lo he notado demasiado, soy escritor o al menos pretendo serlo, así que mi obligación es aislarme y escribir. Nada nuevo.

―Entonces haremos un trato. Si prometes incluirme en uno de tus libros con una buena historia, yo cocinaré para ti. No necesito ser la protagonista, pero si me gustaría que me convirtieras en científica o astronauta. Me haría mucha ilusión.

―Me parece un buen trato ―hizo una pausa mientras pensaba lo siguiente que iba a decir― Siempre que me permita hacerle la compra.

La señora asintió con la cabeza.

―Me parece justo.

***

Cada tarde la señora del 2º D se asomaba al balcón y le contaba las historias del resto del vecindario. Al principio le incomodaba su parloteo continuo. Poco a poco se fue acostumbrando. Finalmente, comenzó a necesitarlo.

María le hablaba del vecino del 3º, que tocaba el saxofón y que tenía a toda su familia en Colombia.

De la enfermera que vivía en el quinto y que estaba doblando turnos.

De la pareja del cuarto que tenía dos hijos pequeños, uno de ellos con autismo.

El escritor escuchaba y se empapaba de vida real.

La Comunidad se había convertido en un Libro de relatos , en una isla de vida.

La chica que bailaba al anochecer se llamaba Ariadna y María decía de ella que había nacido para ser la musa de algún artista.

2.- La señora que repartía croquetas en el vecindario.

María ocupaba muy bien sus días de confinamiento.

Cocinaba para sus vecinos, cosía batas y pijamas que entregaba a su vecina, la enfermera. Y por la noche miraba las estrellas. Conocía todos los nombres.

Aunque le hubiera gustado hacer más.

Allá por el año 1957, vivió otra pandemia, siendo muy niña.

Aquella vez se llamó “gripe asiática” y golpeó especialmente a los más pequeños. Ella estaba interna en un colegio de monjas y compartía habitación con otras niñas.

Su mejor amiga dormía en la litera de arriba, habían echado a suertes donde dormir y a ella le tocó en la de abajo.

Enfermaron varias niñas del colegio y las enviaron de vuelta a casa. Ella también enfermó y estuvo varios días con una fiebre muy alta. Cuando finalmente superó la enfermedad le contaron que su mejor amiga había muerto.

Siempre tuvo la sensación de que había burlado a la muerte, cambiándose de litera.

Ahora la epidemia atacaba a los viejos, caían doblegados por el virus que destruía sus defensas cansadas. Y ahora ella era vieja.

3.- La chica que bailaba al anochecer y hacia listas de cosas.

Ariadna imaginaba listas de cosas que haría después del confinamiento y por primera vez en mucho tiempo no incluían a su Teseo perdido. Lo estaba olvidando.

Leía novelas para personas que vivían solas, escribía cartas a personas desconocidas que enfermaban y morían solos, repartía comida entre personas que la necesitaban y trataba así de acortar las distancias que imponía el confinamiento tejiendo un hilo invisible que los uniera.

Y esperaba a que dieran las ocho de la tarde y salir a su ventana.

Se sentía observada y admirada como una Julieta de balcón clásico.

Cada mañana había en su puerta un capítulo de la novela que él escribía y cada tarde, a las ocho, el escritor se impregnaba desde la distancia de la inspiración que irradiaba de su musa. Y al anochecer, ella bailaba.

Epílogo.

El escritor conocía el mito de Ariadna.

Esa Ariadna que ayudó a salir del laberinto a Teseo con su hilo mágico después de matar al monstruo.

Esa Ariadna abandonada por Teseo mientras dormía y de la que el Dios Dionisios se enamoró a primera vista cuando la encontró recostada en la playa, llorando por su pérdida.

María le mostró en el cielo al escritor la “coronaborealis”, la constelación que llevaba el nombre de la corona que el dios Dionisio le regaló a Ariadna, en prueba de su amor. No todas las coronas eran sinónimo de muerte.

María decidió acudir a ayudar de una manera más activa, cuando pidieron enfermeras jubiladas. También sabía que esta vez ya no podría burlar más a la muerte. No había litera que intercambiar y ya había vivido muchos años.

El escritor se hizo famoso muchos años después y dedicó su novela “La astronauta y el laberinto” a su Ariadna confinada, la que bailaba al anochecer.

* 'Mitologías de cuarentena' es un relato publicado dentro de la iniciativa lanzada por la asociación cultural El Pentágrafo e ILEÓN.COM para recoger escritos con temática relacionada con la actual crisis ocasionada por el coronavirus Covid-19.

Mª Azucena Nieto García, su autora, es leonesa por parte de padre y berciana por parte de madre. Lectora obsesiva y obsesionada por escribir, aunque sea la lista de la compra. “Si fuera un libro sería uno de tapa blandita, con muchos capítulos y con un final inesperado”, explica.

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