'La parábola del capturado'

Manos pintura cuentos de cuarentena

María Paloma Fernández González

Riiiiiiiing

― Sí, dígame.

― Hola abuelito.

― Ohhh, mi nieto querido, ¡qué alegría escucharte!

― ¿Cómo estás abuelito?

― Muy bien, querido nieto, y ¿tú?

― Bien, bueno, un poco aburrido por tener que estar aquí encerrado, aunque mamá dice que estamos confinados por orden, pero también porque entendemos que es lo mejor para todos, y que lo haríamos de propia voluntad. ¿Y tú, abuelito?

― Yo estoy bien... tengo salud... y tenéis salud, que es lo importante. No olvides que la salud y la vida es el bien más preciado que posees... y en cuanto a lo de no salir... no me importa estar en casa, soy libre en cualquier sitio que esté, la libertad es algo que llevo dentro.

―¿Qué quieres decir, abuelito, con eso de la libertad? No lo entiendo... es raro.

―Verás... deja que te cuente un cuento, que, aunque es distinto a la situación que estamos viviendo, te mostrará algunas cosas... y tal vez sea ahora el momento en el que podría servir...

«Hubo una vez un hombre que había sido secuestrado en su propia casa.

»Una vez liberado de sus captores, era incapaz de salir de ella... había estado tanto tiempo capturado que seguía teniendo la misma sensación, y su mente aún le decía que “seguía preso”.

»Pasado un tiempo, fue capaz de salir, pero entonces ya no quería volver a entrar por temor a no poder salir una vez estuviera dentro, como cuando estaba capturado... por lo que aún 'seguía preso'.

»Un día tuvo el suficiente valor para volver, pero ocurrió entonces que se pasó un largo tiempo entrando y saliendo sin parar, para comprobar una y otra vez y demostrarse a sí mismo que podía hacerlo y que nada se lo impedía... por lo que 'seguía preso'.

»Así que pensó que la mejor idea para ser libre, era morir, y planeó entonces poner fin a su propia vida. Se fijó una fecha para ello, y decidió hacer hasta ese día, a modo de despedida, todo aquello que realmente siempre había deseado hacer y nunca había podido. Así que salió en busca de ello.

»Lo primero que hizo fue montar en globo. Todo era impresionante desde ahí y al planear por encima de su casa, empezó a verla como un trozo más de tierra y una casa más al lado de las otras y no la cárcel que él mantenía en su mente... así, empezó a ser un poco más libre.

»Eso le dio fuerza para dedicarse aún con más ahínco en su empeño de hacer aquello que realmente quería. Quiso disfrutar, al menos este tiempo, de su verdadera vocación, así que se dedicó a ello con gran ilusión. Comprobó, para su asombro, que todo ocurría tal como siempre lo había soñado, empleó todos sus recursos y no escatimó un ápice, ya que, total, en una semana estaría muerto, así que empezó a trabajar dando lo mejor de sí mismo y a disfrutar de cada momento, fuese este bueno o malo a sus ojos.

»Recordó entonces con ternura a todos sus familiares, incluso a los que no veía o no prestaba atención. Y fue a ver a mamá. Le llevó un gran ramo de flores y cada uno de sus pétalos era un «¡gracias mamá!» por cada noche sin dormir, por cada nana que le cantaba medio dormida a los pies de la cama, por cada sabroso postre que horneó para él, por cada herida que le curó, por cada caricia sobre el cabello, por cada mirada de confianza ciega cuando todo iba a peor y nadie le respaldaba. Fue al cementerio a ver a papá, que yacía hace años, al que nunca visitaba, y lloró arrodillado mientras recordaba cada chute de balón a sus pies, cada tarde de frio helador en el parque, lluvia o sol candente, cada grito de victoria por sus triunfos, cada lágrima que papá escondió cuando se fue, por última vez, enfadado- Ahora ya estaban unidos. Abrazó también a cada uno de sus hermanos, y les dio las gracias por el tiempo que permanecieron junto a él en las literas, escuchando sus batallas, soportando sus berrinches, volviendo a casa despacio para que no les oyeran... Y, por primera vez, miró intensamente a los ojos a cada uno de sus tres hijos, esta vez como traspasando su mirada, y ellos lo miraron también, y los besó con amor y en un solo beso surgió cada uno de los besos que, reprimidos durante años, habían quedado escondidos y esperaban en la trastienda de sus labios. Y se fue despacio, despacio y tranquilo...

»Visitó a sus amigos, a sus enemigos, a su antiguo jefe, a su ex, a su competencia, al panadero, a aquél vecino insoportable... y a todos ellos les dio las gracias en silencio por cada cosa que a su lado había vivido y aprendido, le pareciese esta buena o mala.

Así, una tarde, volvió con su imaginación al tiempo de su secuestro, imaginándose en ese tiempo a sí mismo, dentro de la casa, y siendo libre decisor de permanecer dentro o no. Aquél triste hecho le había enseñado a descubrir rincones de la vida que no hubiera descubierto de otro modo y entonces sí, por fin, fue libre, libre de verdad.

Y su casa era un hogar; y tenía una familia que amar; un talento que ofrecer; y una vida que disfrutar... “

― Ohhh, pero, ¿no habría sido mejor no haber sido secuestrado?

― Pues claro que sí, fue algo horrible.

― Entonces, ¿para qué me lo cuentas, abuelo?

― Para que puedas también darte cuenta de que hasta las cosas malas también pueden enseñarnos algo bueno...

― Vale, abuelito ―dijo el niño bostezando y cerrando los ojos dormido al tiempo.

― Y porque ese hombre... era yo.

* 'La parábola del capturado' es un relato escrito por María Paloma Fernández González, Psicóloga General Sanitaria, formadora de inteligencia emocional y coaching, y escritora de relatos para el desarrollo emocional. “”... Afortunada en el juego de la vida... y en el amor... y mamá orgullosa de una niña y un niño... Vivir esta aventura apasionante de crear una familia es el regalo más grande que quiso darme el Cielo...eso, y el privilegio de contribuir a crear un mundo mejor y a que las personas vivan su vida y cumplan sus sueños...“

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