La manera de proteger la huella de la edad de oro ferroviaria de un pueblo de la Cepeda

Victorino Álvarez Carrera 'Nino', en su casa, con los depósitos de fondo./ astorgaredaccion.com

M.A. Reinares / astorgaredaccion.com

La Asociación Peñafita está dando los primeros pasos administrativos con el fin de conservar los depósitos, el edificio al lado del río Porcos que albergaba las bombas de agua para alimentarlos y el muelle, tres elementos cruciales del patrimonio ferroviario de Porqueros que volverán a la vida transformados en un albergue de peregrinos del Camino de Santiago, trazado en el siglo XV por el monje Künig, y en un museo etnográfico. “Sería bueno que se recuperasen, son patrimonio ferroviario y es la historia viva del ferrocarril”, señala el presidente de la Asociación Peñafita, Matías Álvarez.

El proyecto del colectivo cultural tiene un calado social e histórico profundo que hunde sus raíces en la memoria de los habitantes de Porqueros, sobre todo de los más veteranos, porque el progreso y el bullir de la economía y la sociedad que provocó la llegada del tren al pueblo cepedano fue espectacular a mediados del siglo XX. Los depósitos donde repostaban agua las máquinas de vapor Santa Fe, La Montaña y La Mikado, construidos en 1945, son la viva señal de la importancia estratégica que tuvo la estación de Porqueros en el ir y venir de mercancías y viajeros del noroeste de España. Y todo, porque el río Porcos siempre tenía agua, hasta en el verano.

Nino, la memoria de la estación

Victorino Álvarez Carrera, Nino, vecino del barrio de la estación, a sus 92 años recuerda cómo la Guardia Civil vigilaba con ahínco que el agua del Porcos fluyera todo el año hacia los depósitos. Era clave para que los vagones cargados de carbón en Brañuelas llegaran a su destino en los hornos de las industrias del norte de España, o las magníficas patatas de La Cepeda alimentaran a la población en la postguerra. “En Brañuelas el río en verano se secaba y a Astorga le pasaba lo mismo porque el pantano de Villameca se utilizaba para la agricultura. Aquí la Guardia Civil controlaba para no dejar regar, teníamos muchas presas, seis o siete entre Valbuena y Porqueros, para regar las patatas”, recuerda Nino.

La estación de Porqueros fue un punto estratégico desde su concepción. El profesor e investigador cepedano Antonio Natal, también secretario de la Asociación Cultural Peñafita, asegura que el tren llegó a la localidad para ser el punto donde se descargaron los materiales de construcción del embalse de Villameca, que llegaban a su destino a través de la carretera que se trazó expresamente para el transporte de todo lo necesario para levantar la presa. La estación también fue donde los habitantes de Oliegos, la localidad que quedó bajo las aguas del pantano, en 1945 fueron obligados a subir al tren que los convirtió en desterrados camino de su nueva vida en Foncastín.

Las aguas del pantano de Villameca regaron las hectáreas y hectáreas de patatas que los agricultores de Murias de Paredes, Ponjos, Villagatón, Culebros, Corús, Requejo, Sueros... “venían a cargar en los carros, en vez de vagones eran carros”, recuerda Nino. El muelle de la estación de Porqueros “se llenaba de sacos de 80, 90 hasta de 100 kilos de patatas, llegaban hasta el techo. Los pesaban en la báscula y allí los almacenaban, también en naves y casas particulares como la de Avelina, Ángel y Basilio”, sigue rememorando el anciano.

El ir y venir de mercancías legales.... o no tanto fluye en la memoria de Victorino donde están procesados los recuerdos del estraperlo, la época que agudizó el ingenio de los cepedanos de la postguerra civil para no morirse de hambre. “Cuando el estraperlo, [los guardias civiles] tiraban tiros al aire”, dice con mucha sorna el vecino de la estación. “Nos pagaban por cargar saquetes de harina en los tambores de los frenos que los trenes tenían por debajo. Cargué muchos en el Exprés, si cargabas dos te daban 10 pesetas”, una fortuna como afirma Nino. La harina del estraperlo viajaba dirección Benavente pero los sacos de patatas fuera del control gubernamental iban en sentido inverso, hacia Sobradelo, La Rúa y Monforte de Lemos.

Con Nino se podría estar hablando horas y horas porque aunque fue pastor y agricultor, su vida la marcaban los pitidos de los trenes que iban y venían en la estación. Aquel niño que en la escuela fue compañero de Germán, el hijo de 'Canalín' el 'manitas' que “produjo la primera luz en el pueblo, era un hombre muy inteligente” que soñaba con inventar un sistema “para llover cuando él quisiera, yo qué sé lo que pensaba, tuvo sierra, molino, fragua..., le llamaban 'Canalín”, dejó de aprender las letras y las cuentas con 14 años cuando faltaban tres para que comenzara la construcción de los depósitos de la estación. No le dejaron trabajar en levantarlos pero recuerda con minuciosidad el cemento y la madera del encofrado que se utilizaron. Se tuvo que conformar con observar el trabajo de otros, pero sí le cogieron años después para pintar las columnas de las catenarias cuando los trenes dejaron de ser impulsados con las máquinas de vapor para utilizar la energía eléctrica. “Pinté las columnas de aquí a León, la primera mano era de minio y la segunda de purpurina”, explica.

El aumento de la demanda de carbón

“El Jaimito, el Changay, el Mixto y el Correo, marcaban el discurrir de la vida del Valle, igual que las campanas marcaban las horas en los antiguos monasterios”, escribió en 2018 Francisco Pérez Baldó en la revista 'Paserela' para celebrar el 150 aniversario de la llegada del tren a La Cepeda. En la publicación editada en Vega de Magaz relataba Cristóbal García Cara que el 17 de enero de 1868 entró en servicio el tramo de ferrocarril Astorga-Brañuelas, gestionado por la Compañía de los Ferrocarriles de Asturias, Galicia y León.

Unas páginas más adelante de la revista, José María García Álvarez, contextualizaba la construcción de la estación de Porqueros: La explotación de los tramos de acceso a Brañuelas, tanto desde la meseta como desde el Bierzo, se hizo muy difícil a medida que aumentaban los tonelajes a transportar. Los problemas aparecieron en 1919, ante el aumento de la demanda de carbón y se agudizaron en la década de los 40 por el mismo motivo, al incrementarse la producción, después de construir el ferrocarril de Ponferrada a Villablino. En dirección Brañuelas, las pendientes de las vías aumentan y los radios de las curvas disminuyen. Por esta razón entre Vega y Brañuelas, las 15 milésimas de pendiente impedían a las locomotoras arrastrar más de 350 toneladas, cuando en la dirección contraria conseguían 1.200. Además de reducir vagones para subir, y de añadir una locomotora más, el recorrido entre Vega y Brañuelas era largo y ocasionaba problemas de cruzamientos y estacionamientos de vagones. Por aminorar estos inconvenientes, en esa época, se construyó la nueva estación de Porqueros.

Los ecos del trajín ferroviario

Aquel ajetreo incesante de mercancías y obreros en la estación de Porqueros se fue acallando cuando La Cepeda comenzó a vaciarse con la marcha de los emigrantes a Cataluña o el País Vasco. Los depósitos ya no se necesitaban y el muelle dejó de pesar y almacenar sacos de patatas. Pero los ecos de aquel trajín resuenan en la Asociación Peñafita que no renuncian a que las instalaciones ferroviarias “las puedan disfrutar el pueblo y la asociación”, subraya el presidente del colectivo, quien repite una y otra vez que tienen que salvar los depósitos para que no les ocurra lo que a los de la estación de Monforte que “les metieron Goma-2 y los volaron”.

Para conservar las infraestructuras de la estación, desde Peñafita trabajan para llegar un acuerdo con Adif, el Administrador de Infraestructuras Ferroviarias, con el fin de que ceda por un período de tiempo las instalaciones. Una vez lograda la cesión comenzarán a picar en las puertas de las instituciones para las obras de rehabilitación. De momento ya se han puesto en contacto con la eurodiputada Iratxe García, portavoz de temas rurales del grupo socialista del Parlamento Europeo, para ir abriendo camino.

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