La conquista del Mera Peak (6.470 m.): la montaña de hielo (y IV)

Foto: V. Costo. Foto de familia de la expedición al Mera Peak.

V. Costo

*Puedes leer las tres primeras partes de este relato, en el valle del Langtang, 'Un viaje al pasado (I)' y 'Un viaje al pasado (II)', y 'Mera Peak (6.470 m.), la Montaña de Hielo (III)'.

Nuestra jornada de hoy no ofrece muchas dificultades, sólo tenemos que ascender 800 m. de desnivel por buenos caminos, rodeados de glaciares y lagos. El día amaneció bueno con un azul intenso en el cielo. Nuestra aclimatación a la altura era muy buena y ninguno de nosotros tenía síntomas del mal de altura. Seguíamos al lado del río y por un valle glaciar casi plano, llegamos a Dig Kharka, una simple casa con tejado de plástico donde una chica nos hizo un té. Estábamos a una altura de 4.700 m.

Foto: V. Costo. Montañas de 'merengue' en Nepal.

Afrontamos la última subida y por el borde de una morrena glaciar, llegamos a Khare a 5.000 m. de altura. Este es el verdadero campamento base de nuestra montaña y último punto “civilizado” antes de adentrarnos en el mundo del hielo.

Aquí estaríamos dos días para preparar nuestra aclimatación. Por la tarde y como proceso de adaptación a la altura, subimos una pequeña montaña que nos quedaba enfrente, de unos 5.300 m. En su cumbre estuvimos mucho rato porque el paisaje que nos rodeaba merecía la pena. Desde allí veíamos el Ama Dablam y sus imponentes glaciares, el Pico 41, muchas montañas que no sabemos su nombre y por supuesto nuestra montaña y su importante glaciar que ya pronto pisaríamos.

En el pueblo había unas pequeñas tiendas en una de las cuales compré unas manoplas de pluma porque pensaba que iba algo escaso de guantes para lo que nos esperaba, y como pude comprobar días más tarde, estas manoplas hicieron muy bien su cometido.

En el refugio hacía mucho frío. Intentaron encender la estufa de leña, pero no fue posible, estaba totalmente atascada. Para la cena, nos llamaron los nepalíes y alrededor de una gran mesa cenamos todos al calor de una estufa de gas. En la noche cerrada salimos a ver las estrellas. Los glaciares brillaban a la luz de la luna, que estaba casi llena. El frío era intenso, pero merecía la pena estar allí. Estos momentos son los que nos hacen ir a sitios tan remotos y nuestra razón de vivir. Y todavía hay quien pregunta:¿por qué vais a las montañas? ¿qué os dan allí?...allí nos dan...la vida, pero esto, no todo el mundo puede comprenderlo.

En esta época del año el tiempo es bastante estable, todos los días amanece despejado y hacia el mediodía las nieblas van cubriéndolo todo hasta que llega la noche. Hoy no es una excepción, la mañana es fría pero con mucho sol.

Hoy es día de aclimatación, haremos una subida y volveremos a dormir al mismo sitio. Iremos a visitar el frente del glaciar del Mera muy cerca del campamento base de esta montaña, este camino lo repetiremos mañana en nuestra subida definitiva. Tenemos que calzarnos los crampones, pues la nieve está helada.

Foto: V. Costo. A 6.300 metros ya se ve la cumbre... momentos antes de amanecer.

Subimos despacio, se nota la falta de oxígeno, y en unas dos horas estamos justo enfrente de esta impresionante masa de hielo a unos 5.400 m. de altura. Allí estuvimos mucho tiempo-al sol que calentaba- resguardados detrás de unas piedras. Desde aquí se ve casi en su totalidad el camino que tendremos que recorrer por el glaciar hasta la cumbre del Mera. En unas rocas que afloran en el medio, nos dicen que está la pequeña plataforma para instalar el campo de altura, pero todavía vemos esta meta muy lejana. También vemos el collado por el que pasaremos mañana, el Mera-La pass a más de 5.400 m. Este paso es algo peligroso porque está helado, se trata de pasar por un lateral del glaciar casi donde se junta con la roca y todos pensamos cómo pasarán los porteadores si no tienen crampones y con todo ese peso a sus espaldas, pero esto lo descubriremos pronto.

A lo lejos, en el glaciar, se ven pequeños puntitos oscuros, gente que vuelve de la montaña y así nos damos cuenta de las dimensiones de esta masa de hielo. Ahora tenemos la certeza de que queremos subir a esta cumbre.

Bajamos al refugio y nos tomamos la tarde de descanso paseando por los alrededores. Encontramos un porteador que hablaba bastante bien español, según nos contó estuvo tres meses en Santander y un día le llevaron a conocer León, quedamos asombrados cuando nos contó que le gustó mucho nuestra ciudad y sobre todo sus casas y su catedral. A mi me pareció alucinante que en solo tres meses en nuestro país hablase así de bien nuestro idioma.

Nos fuimos a dormir pensando en el día siguiente. Sabíamos que nos esperaba mucho frío allá arriba y esperábamos que el tiempo siguiera estable. En la habitación había 1 º C.

4 de noviembre. Dejamos lo que no íbamos a necesitar en el refugio. Sin pensarlo mucho nos pusimos en marcha, subimos por el mismo sitio de ayer. El tiempo era bueno. Llegamos al punto desde donde nos bajamos ayer y empezamos a subir por el hielo hacia el collado. A veces caían piedras y había que subir con cuidado. A veces había nieve y otras hielo vivo y allí estaban los porteadores con sus grandes cargas e increíblemente subían en zapatillas, yo esperaba verles caer en cualquier momento pero contra todo pronóstico pasaron por allí como si nada.

Estábamos en lo alto del collado y nos internamos en el glaciar. Estábamos felices de estar allí. Hoy tendríamos que llegar al campo de altura, nos saltamos el campo base pues íbamos bien aclimatados y así nos evitábamos otra noche más en esas alturas. Las grietas en el hielo nos rodeaban y había que ir con mucho cuidado ya que muchas de ellas estaban tapadas por nieve recién caída. El caminar por un glaciar siempre es un ejercicio peligroso. Alguien dijo una vez: “Hay dos clases de alpinistas, los que se han caído a una grieta y los que se van a caer” por eso conviene ir siempre encordados, por supuesto nosotros íbamos... Desencordados!!

Foto: V. Costo. Escalando el último tramo del Mera Peak.

Cerca del campo base, adelantamos a un ruso que ya habíamos hablado con él días antes, resultó ser un personaje bastante agradable y subió a la cumbre el mismo día que nosotros. Seguimos subiendo durante varias horas, cada vez veíamos más cerca las rocas donde poner el campo de altura. Subimos un desnivel de unos 1.300 m. y a esa altura cansa bastante y a 5.800 m plantamos las tiendas en una pequeña plataforma de rocas y hielo justo al borde del precipicio. Allí estaban los dos italianos y el ruso. Este campo de altura es un verdadero nido de águilas rodeado de glaciares. Desde nuestra tienda se podía ver el Makalu de 8.481 m. y otras montañas de siete mil metros y al asomarse detrás de las rocas veíamos el Everest, el Lhotse, el Cho Oyu, los colosos de la tierra. Ni que decir tiene, que los porteadores llegaron hasta aquí con su atuendo habitual, zapatillas y ropa de calle. Montaron una tienda-cocina en la cual cocinaban y dormían todos juntos.

A las 5 de la tarde nos metimos en la tienda puesto que el frío empezaba a apretar, nos trajeron té y unas pastas y después arroz blanco con alubias y lentejas. Es de agradecer el esfuerzo que hacían para cocinar todo esto en esas condiciones y después de subir a sus espaldas un gran infiernillo de queroseno.

A esta hora ya hacía –11º C. Nos metimos en el saco vestidos con casi toda la ropa que teníamos. El frío entraba sobre todo por el suelo, ya que notábamos el hielo bajo nuestras espaldas y nos dispusimos a pasar la noche. Sobre las siete de la tarde era ya plena noche y hubo que salir a hacer nuestras necesidades, un verdadero sacrificio con aquel frío, pero no quedaba más remedio. Al salir de la tienda la visión nos dejó maravillados. La luna estaba llena en lo alto del cielo e iluminaba todas las montañas y glaciares en una noche completamente despejada y con nieblas en los valles. La temperatura rondaba los –20º C, pero saqué la cámara y empecé a hacer fotos nocturnas del campamento, el momento lo merecía. Rápidamente, otra vez al saco y a intentar dormir algo, pero creo que no lo conseguimos. La noche fue una especie de duermevela con más frío que vergüenza. El termómetro se estropeó y la temperatura andaba ya por los –25º C. En el saco de dormir, con la transpiración se formó una costra de hielo por encima. La cámara de video la metí dentro del saco por miedo a que se congelara, con lo cual casi no podía ni darme la vuelta y para colmo, nuestros sacos, sobre todo el de Goyo olían a queroseno que casi no podíamos ni respirar: resultó que subieron el infiernillo dentro del petate y se derramó parte de este líquido en nuestra ropa.

En la tienda de al lado, los “dos Julios” vivían una situación parecida.

Sobre las 11 de la noche se levantó un viento fuerte que nos preocupaba pues con esto, la sensación de frío era mucho mayor. Sabíamos que la subida iba a ser dura.

Una de las peores noches que he vivido en la montaña, pero seguramente la más bella de cuantas recuerdo.

5 de octubre, una fecha para recordar.

A la 1 de la mañana ya se oye revuelo en la tienda-cocina y el ronroneo del infiernillo ya nos indica que estamos a punto de prepararnos para nuestra pequeña aventura. Casi agradecemos que ya sea la hora de levantarnos. Nos llevaron un té y una sopa. El frío era intenso y después de ponernos toda la ropa salimos de la tienda para acabar de prepararnos. Nos pusimos el arnés y los crampones y sobre las 2,30 h. de la mañana y con las frontales en nuestra cabeza empezamos a andar, esta vez, sí, todos encordados.

Foto: V. Costo. Cumbre en el Mera Peak, a 6.470 metros.

Subir por este glaciar en plena noche, con la luna llena y rodeados de las montañas más altas de la tierra es una situación difícil de describir. Subíamos despacio. El viento era fuerte, pero nuestra mente estaba allá arriba en la cumbre,

ya nada nos podía detener. Julio subía muy despacio pues tuvo un fuerte catarro durante toda la expedición y decidió desatarse para no retrasar al grupo. Nos pareció bien porque el camino, con la huella bien marcada casi no ofrecía pérdida, solo el peligro de caer a una grieta, pero era un peligro relativo. Así seguimos subiendo durante varias horas, a veces teníamos que parar porque casi nos tiraba el viento, con lo cual el frío era intenso. Los pies se quedaban helados y mis manoplas de pluma hicieron muy bien su trabajo.

Siempre la misma rutina: subir, subir, parar unos segundos, seguir subiendo, la altura se hacía notar pero nos encontrábamos bien, ni siquiera nos dolía la cabeza.

Sobre las 6 de la mañana, los glaciares empezaron a cubrirse de colores imposibles, pasaron del gris al naranja y de este al amarillo justo en el momento en que el primer rayo de sol rozó nuestros cuerpos, un sol engañoso que asomaba por detrás del Kachenjunga, la tercera montaña más alta de la tierra, porque este es el momento más frío del día.

En este punto saqué la cámara de video de la mochila y empecé a filmar todo lo que pude. La verdad es que ponerse a grabar en esas condiciones resultó muy duro. En un momento dado, me quité la manopla para filmar y aunque tenía otros guantes finos debajo, dejé de sentir los dedos de mi mano derecha. Me asusté pues se me quedaron helados completamente y después de frotarlos y volver a ponerme la manopla empezaron a entrar en reacción...el dolor era intenso pero así supe que no había pasado nada. Después seguí filmando como pude. El optimismo reinaba en nosotros porque ya veíamos la cumbre a tiro de piedra, solo nos quedaba el último resalte de unos 40 metros en el cual instalamos una cuerda fija anclada con una estaca de nieve y por ella subimos hasta la arista final.

Llegamos a la cumbre (6.470 m.). El clímax de nuestra expedición, el motivo por el cual venimos a estas tierras remotas, aunque yo siempre digo que la cima es la meta, pero el camino para llegar a ella es lo verdaderamente interesante donde se conocen otras culturas y otra forma de ver la vida.

Hicimos las fotos reglamentarias, el viento y el frío eran intensos, pero lucía el sol y disfrutábamos de nuestra montaña, ahora más nuestra que nunca. Desde aquí se ven 5 ochomiles, las montañas más altas de la tierra, imposibles, por ahora, para nosotros, tal vez algún día...

Nos hubiera gustado estar más tiempo en aquella cima, pero el viento nos hizo bajar a toda prisa. Hicimos un rapel para bajar y enseguida estábamos otra vez en el collado. Allí sacamos más fotos porque resguardados detrás de un bloque de hielo no soplaba tanto el aire. A lo lejos apareció Julio que venía a su ritmo, pero que llegó hasta nosotros. El sol calentaba algo e incluso me tiré en el suelo para filmar el Everest que lo teníamos justo enfrente de nosotros. Muy contentos, iniciamos la bajada, casi corriendo, saltando por el hielo confiando en nuestros crampones. Estábamos exultantes.

Nos cruzamos con los dos italianos, que después nos contaron que no llegaron a la cumbre, en el collado, el aire y el frío les hizo desistir de subir esos últimos metros. Más abajo, nos encontramos subiendo al ruso, este sí consiguió subir. No había nadie más en la montaña.

En dos horas bajamos lo que nos había costado subir toda la noche y llegamos nuevamente al campo de altura. Después de tomar un té y descansar algo, los porteadores empezaron a desmontar el campamento y rápidamente empezamos a bajar. Descendimos todo el glaciar y llegamos otra vez al collado donde tuvimos que extremar las precauciones porque para bajar estaba más complicado que para subir, pero ya nada nos podía detener. La bajada se hizo larga y cansada, pero a mediodía estábamos otra vez en el refugio. Fueron más de 12 horas sin apenas parar. Habíamos subido un desnivel de 700 m. y bajado 1.700 en unos 11 kms., todo esto en alturas superiores a 6.000 m. pues es un poco cansado.

En el refugio seguimos pasando frío, la estufa no funcionaba, y después de cenar, Julio sacó como por arte de magia una botella de chupito de café que había traído no se dónde, pero que nos supo a gloria. Después, al saco. Dormimos profundamente luego de todo el cansancio acumulado y la noche anterior sin dormir y seguramente todos pensando en lo que habíamos vivido ese día.

A partir de este día nos toca desandar el camino. Volver por los mismos sitios, ahora ya conocidos y casi todo el camino de bajada. El tiempo seguía estable y disfrutábamos a cada paso, parando a hacer fotos o a filmar, ya no había prisa. Volvimos a pasar por el monasterio del Mera. Goyo volvió a dejar otras 100 rupias para dar gracias porque todo había salido bien. Y todo los días siguientes estuvo diciéndonos que se quería hacer budista y ya nos trataba como a infieles...Creo que le afectó el mal de altura...

Seguimos al lado del río Inkhu Kola, volvimos a atravesar los pasos peligrosos, pero increíblemente no se desprendió ninguna piedra de las que colgaban sobre nuestras cabezas. Llegamos a Kote, allí comimos carne de yak y nos aseamos un poco, ya hacía más de una semana que nos habíamos duchado por última vez, pero la verdad, esto no supone ningún problema.

Amanece un nuevo día y otra vez en camino, hoy nos toca subir bastante, pero estamos ya tan en forma, que casi no llegamos a cansarnos. Se metió la niebla y llegamos a otro refugio para pasar la noche. Allí contamos a unos alemanes que iban al Mera nuestra experiencia y les animamos porque el estado de ánimo que tengas, influye mucho para hacer estas actividades.

A la mañana siguiente seguimos subiendo hasta un collado a 4.610 m. en el cual había bastante nieve y al pasar a la otra vertiente, estaba todo helado. Nos pusimos los crampones y bajamos por una ladera que no se acababa nunca, por supuesto los porteadores iban “

Foto: V. Costo. Montañas de 'merengue' en Nepal.

a pelo“. Bajamos más de dos mil metros hasta llegar nuevamente a Lukla con su pequeño aeropuerto, esto nos llevó todo el día y en este pueblo nos duchamos por fin. Aquí hay muy buen ambiente montañero. Mucha gente de vuelta de sus expediciones y otros que las inician se mezclan en su calle principal llena de tiendas donde venden toda clase de material de montaña de primeras marcas a unos precios irrisorios, son marcas ”auténticamente falsificadas“, suponemos, pero que no se distinguen de las que valen cien veces más.

Hemos bajado tres días antes de lo previsto porque nos salió todo muy bien y no tuvimos que gastar ninguno de los días que teníamos de reserva, por lo tanto toca cambiar los billetes del vuelo y al día siguiente, si hay suerte, volaremos a Katmandú. Pero antes hay que pasar un trámite. Nos llevan a una oficina estatal y los porteadores tienen que entregar la basura generada en la montaña, esto está muy bien, pero creo que ellos no traían basura para entregar y recogieron la de las papeleras de esta población. Hecha la ley, hecha la trampa...

El día 9 de noviembre amaneció con el ruido de las avionetas ya que nuestro albergue estaba justo al lado del aeropuerto. El ir y venir de estos aparatos era constante y en uno de ellos nos iríamos nosotros. Tuvimos suerte y después de estar varias horas en la sala de espera conseguimos embarcar no sin antes pagar algo de dinero porque nos pasábamos de peso.

El viaje en estos aparatos es siempre emocionante. La pista se acaba a los pocos segundos de iniciar la marcha y cuando ya crees que no va a remontar el vuelo, a pocos metros del final y con un precipicio de 600 m., el avión toma vuelo y nos encontramos en el aire entre montañas, collados, valles. Un impresionante viaje hasta la capital de este maravilloso país.

Foto: V. Costo. Imagen de Katmandú.

Todavía estuvimos en Katmandú 5 días más. Conocimos sitios muy bellos. Ciudades alucinantes como Patán y Bhaktapur, vimos como quemaban a los muertos, discutimos y regateamos con los vendedores y taxistas, fueron días inolvidables que quedan para nuestro recuerdo, pero esto forma parte de otra historia y tendrá que ser contada en otro momento...

Al acabar de escribir estas líneas, me pregunto si todo esto no sería un sueño o formará parte de mi imaginación...¿Quién sabe?

Un proverbio tibetano dice: “Quien ha escuchado alguna vez la voz de las montañas, ya nunca la podrá olvidar”.

FIN.

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