El último día en la mina para honrar a la primera Santa Bárbara sin carbón

Fabero es uno de los municipios de la provincia que celebra Santa Bárbara.

César Fernández

Juan Manuel Rincón ya era a principios de los noventa vigilante de Antracitas del Bierzo el día en que su vida dio un vuelco. “Me faltaba un picador en una rampla”, dice al recordarse asumiendo aquella jornada en Lillo del Bierzo (Fabero) esa función, para nada ajena puesto que ya la había desempeñado con anterioridad. Una pieza de madera oculta entre el carbón y sobre un panzer provocó el accidente. De ahí pasó a una vagoneta, a una camilla, a una ambulancia de la época cuyo modelo agorero era idéntico al de los coches de la funeraria sin cruzar palabra con el conductor, a una mutua en la que el sanitario (bocadillo en mano) se lavó las manos, al Hospital de Ponferrada (entonces en el actual Campus del Bierzo), a la UCI entre máquinas y cables, a varios meses de convalecencia y rehabilitación. Pensó que aquel iba a ser su último día en la mina. Todavía tuvo que regresar hasta que al final de una jornada salió para no volver a entrar. “Es la primera vez que una persona que se retira no salta de alegría”, le dijo el abogado tras un rosario de pleitos.

“Yo amaba la mina”, dice Rincón, que en su día fue uno de los vigilantes más jóvenes de la provincia, un tipo escrupuloso (“estaba obsesionado con la seguridad”, apostilla) que regresaba de madrugada a la explotación si no estaba seguro de haberlo dejado todo en su sitio “Tenía 45 personas a mi cargo”, se justifica. Sin saberlo de antemano, tuvo dos últimos días en la mina, el del accidente y el del retiro. Por el medio vivió una reincorporación con “sensaciones contradictorias” y un susto al desprenderse un cable justo cuando estaba bajando a la maniobra.

“Parece mentira que al final fueras a accidentarte tú”, le dijeron sus compañeros. Juan Manuel Rincón, que de alguna manera ha prolongado su idilio con el subsuelo como presidente de la Asociación Mineralógica Aragoniito Azul en Bembibre, enfatiza, para poner en contexto esta primera Santa Bárbara sin mineros del carbón en la provincia de León, que ya a principios de los ochenta se cerraban explotaciones y se hablaba de reconversión. “Ya veíamos venir todo esto. Pero ha sido un cierre muy paulatino. Pero con las subvenciones se ha ido tapando todo”, lamenta.

Juan Manuel Rincón sufrió un grave accidente. Regresó hasta que al final de una jornada salió para no volver a entrar. Es la primera vez que una persona que se retira no salta de alegría, le dijo el abogado tras un rosario de pleitos

Juan Francisco Alegría también sufrió un accidente (al final todos los mineros tienen alguna 'herida de guerra') pocos meses antes de prejubilarse en Antracitas de Fabero, la única empresa de su vida desde que empezó de guaje en el lavadero el 1 de agosto de 1974, recuerda el propio día de Santa Bárbara, una fecha especial para quien ese mismo día, en una discoteca de Matarrosa del Sil, le pidió salir a la que luego sería su mujer. Su hija lleva el nombre de la patrona de los mineros, un oficio que todavía se vive con orgullo en las cuencas. “Yo siempre me sentí minero”, proclama.

“¡Para lo que te queda, que no te pase nada!”, le dijo el vigilante a la entrada al tajo el 1 de septiembre de 2001. Por entonces era tradición que el minero que se prejubilaba saliera un par de horas antes que sus compañeros. “Que vaya todo bien”, les dijo a los que quedaban, una frase que encierra “mucho significado” en una profesión en la que los siniestros estaban a la orden del día. Su primer pensamiento atravesando la bocamina para no volver fue para su padre, jubilado minero que falleció por la silicosis.

“Creo que es distinto a cualquier otro trabajo”, dice Alegría, uno de los “optimistas” que confiaban en que la liquidación del sector se prolongara en el tiempo mientras hubiera reservas de carbón pese a haber vivido en primera línea regulaciones de empleo, encierros y movilizaciones, también como prejubilado (“me duele mucho ver pasar camiones con carbón de fuera”, apostilla), condición desde la que participa con la Asociación de Mineros Cuenca de Fabero en la explotación turística del Pozo Julia. “Y en agosto tuvimos más de mil visitas”, destaca. ¿Qué dice una persona ajena al sector cuando ve cómo era una mina? “No sé lo que ganaríais, pero yo ahí no entraría” es una de las respuestas recurrentes. “Pero yo sigo siendo minero”, se reivindica.

¡Para lo que te queda, que no te pase nada!, le dijo el vigilante a la entrada al tajo el 1 de septiembre de 2001 a Juan Alegría. Que vaya todo bien, les dijo él a los que quedaban, una frase que encierra mucho significado en una profesión con alta siniestralidad

Moisés Martínez ya tenía tomada la decisión de dejar el sector hace tres años, en su último día de trabajo en el Grupo Tabliza de la Hullera Vasco Leonesa. Arrastraba varios ERE (Expedientes de Regulación de Empleo) y cinco meses sin cobrar (“se nos sigue debiendo dinero”, añade) cuando entró por última vez a la mina con la misma precaución que el primer día. “El día antes de entrar por primera vez mi padre estuvo hablando una hora conmigo”, recuerda.

Los recortes del Gobierno, el proceso concursal de la Vasco y la falta de disposición de las eléctricas a comprar carbón condenaban al sector a una muerte por inanición. Martínez ya se había desengañado con la firma del último Plan del carbón (“cuando se firmó salvar a Hunosa a costa de la muerte de Tineo, Laciana, El Bierzo y Bernesga”) y las movilizaciones infructuosas de la primavera y el verano de 2012 (“y vi pegarse a los de Hunosa entre ellos”). Volvió de la tercera Marcha Negra de Madrid y se dio de baja en la afiliación sindical. Comenzó a reciclarse con cursos de soldadura. Y cuando dejó la mina se matriculó en la Escuela de Formación Profesional Virgen del Buen Suceso de La Robla. “Yo he tenido suerte y estoy trabajando aquí. Pero otros compañeros se han tenido que marchar”, lamenta sin dejar de hacer notar que “la gente lo está pasando fatal” en La Robla.

A falta de garantías de cobro por parte de la empresa, Martínez se acogió a una baja incentivada procedente de Europa. “La sensación fue muy desagradable. Soy el último minero de mi familia. Sabía que la minería privada de este país se iba a pique. Y que se acababa una forma de vivir en las cuencas”, lamenta sin ocultar que esa visión realista no es incompatible con la épica y el orgullo. “Yo soy de cuenca minera. Y si pudiera volver, lo haría a ojos cerrados”, concluye. El día de Santa Bárbara le toca trabajar; el fin de semana celebrará la patrona con antiguos compañeros.

El día antes de entrar por primera vez mi padre estuvo hablando una hora conmigo, recuerda Moisés Martínez, que vio venir el cierre del sector y optó por formarse. Pero soy de cuenca minera. Y si pudiera volver, lo haría a ojos cerrados, reconoce

Borja Martínez Maceda todavía trabajaba en el sector en la Santa Bárbara de 2018. Su último día fue el 26 de diciembre en el lavadero de Alinos (Toreno). Pero no era ni mucho menos el primero para quien ya vio cerrar la línea de baldes de Tormaleo, Fabero o Santa Cruz. También vivió en primera fila todas las movilizaciones del sector desde sus comienzos en 1996 a golpe de continuas reconversiones, salpicadas de inversiones como la que hizo de Cerredo la explotación más moderna de Europa. “Y teníamos la idea de que el sector iba a durar más”, expone.

Borja Martínez Maceda vivió desde 1996 varios cierres y todas las movilizaciones en primera línea. Su último día fue el 26 de diciembre de 2018 en el lavadero de Alinos. Tenía más rabia que emoción, recuerda

Con “más rabia que emoción” se recuerda en su último día en Alinos junto a una treintena de compañeros. Él tuvo la “suerte” de poder acceder a una prejubilación. “Pero el problema es el día después, sobre todo para lo que se quedaban en el paro”, advierte sin obviar un sentimiento de “impotencia” por constatar que el “espíritu guerrero” característico del sector no sirvió esta vez para prolongar una historia centenaria.

“Yo me sentía el tipo más orgulloso del mundo por el trabajo que teníamos. El problema es que no sabíamos hacer otra cosa. El trabajo de minero engancha”, dice Borja Martínez Maceda, uno de los últimos eslabones de una cadena de desarrollo económico, de una forma de vida que tocó a su fin hace ahora un año.

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