Leitariegos, mucho más que una simple estación de esquí

La bella laguna de Arbas.

Luis Álvarez / Villablino

En la comarca leonesa de Laciana, el puerto de Leitariegos y sus alrededores, aunque sin nieve en su conocida estación de esquí, bien merece una visita, para pasear por ese lugar maravilloso, pleno de belleza natural, geológica, biológica y zoológica, rebosante de historia, de gestas y sucesos prodigiosos, de leyendas, de mitos; de una rica toponimia y de hombres recios y fuertes, que siguen siendo un modelo etnográfico peculiar. Para poder disfrutar de toda una lección de vida entre la magia y el genio de los puertos.

Cuando ascendemos por el lado leonés, desde Caboalles de Abajo, parece un puerto amable, sin pendientes abruptas, con unos peñascos sobre el puente de Las Condias que más parecen contrafuertes de una fortificación que refugio de miradas indiscretas para el oso pardo. A ambos lados, el tupido bosque o la pradería de Ferrera. La Casilla, La Coromina, luego casi llaneando hasta llegar a la Chanada del puerto y Fonsagrada, la fuente de agua fresca, de calidad para saciar la sed y con una temperatura excelente para enfriar los refrigerios de una buena merienda.

Las Miras, de origen inca

Al llegar aquí, de golpe a los lados de la carretera surgen las miras (cinco metros de circunferencia en la base y cuatro de altura), un sistema de orientación para los caminos en la nieve, que los españoles aprendimos de los incas en las sendas de Los Andes. “Las altas miras de labradas piedras, / en vértice gracioso hacia los cielos, / marcan simbólicas la ruta / del caminante luchador e intrépido. / Sube la senda blanca y laboriosa, / hasta la cumbre misma de los puertos / y allí ... unas casas solas y calladas / que llaman Leitarigos.” (Primeros versos del poema de Florentino A. Díez “Leitariegos”).

Antes del pueblo las instalaciones de la estación de esquí, edificios, casetas, columnas y el tendido aéreo de los remontes mecánicos, que ascienden por la ladera izquierda paralelos a la línea divisoria entre provincias. Este paraje del puerto de Leitariegos y sus alrededores constituyen un patrimonio geológico, biológico y cultural, intenso, hermoso y de una calidad merecedora de su calificación como lugar de interés geológico (LIG 0-95).

Tal es así, que ya desde que en 1.795 visitase el lugar Gaspar Melchor de Jovellanos, dejando constancia escrita de ella en el cuaderno VI de su Diario, siguió motivando la curiosidad de otros muchos personajes ilustres. Podemos citar entre otros al botánico y naturalista francés Durieude Maisonneuve (1835), para un estudio botánico; lo mismo que hicieron los botánicos suizos Louis Lereuche y Emile Levier (1878); en 1914 es el geólogo y paleontólogo Eduardo Hernández Pacheco; el Premio Nóbel de Medicina Santiago Ramón y Cajal, el botánico Blas Lázaro Ibiza, el físico Ignacio González Martí (Trabajo sobre el patrimonio territorial y artístico de Carmen Rodríguez y Juan Sevilla, publicado en el Boletín de la Asociación de Geógrafos nº 74).

También es muy recomendable el excelente libro, con las fotografías y el trabajo de campo del etnógrafo alemán Friz Krüger editado en 1999 por Ignasi Ros y Xuaco López, con el material recogido en la visita que en compañía de su esposa hizo en 1927 el alemán. En la última mitad del siglo XX y lo que va del XXI, raro es el mes en que algún estudioso de diferentes áreas científicas no visita el lugar en busca de un mejor conocimiento del mismo y sus peculiaridades.

Fauna y flora diferentes

A primera vista lo que sobresale es la suavidad del paisaje de La Chanada y hacia el sur la majestuosa imagen del Cueto de Arbas, vigilante de las alturas, a cuyos pies se agrupan las casas de Santa María del Puerto de Leitariegos en el cambio de cuencas fluviales, al este la del Sil, al oeste la del Narcea.

Frente al Cueto, al lado norte de la depresión del puerto El Miro y El Faro, más suaves en su apariencia cual pajes fieles del rey guardián; y entre la cumbre del Cueto y el pueblo, la Laguna de Arbas, de origen glaciar, que se convierte en un remanso de paz y sosiego en la ascensión hacia el Cueto. Con unas características biológicas y zoológicas que hacen de ella un lugar de protección especial (Reserva Natural parcial del Cueto de Arbas).

El naturalista Eduardo M. González destaca algunas de las especies más significativas, tanto animales como vegetales, que habitan estos parajes. Entre los primeros, rana bermeja, sapo partero, tritón alpino, milano negro, roquero rojo, águila real, lagartija de turbera, lagartija serrana, nutria europea, oso pardo, lobo y desmán de los pirineos. Y en la lista de la flora destaca la formación de turberas asociadas a los espacios lagunares, la vegetación de montaña como el enebro, la brecina y las arandaneras, un cardo endémico (eryngium duriaei) y el rarísimo helecho juncal (isoetes velatum asturiciense) o la carnívora atrapamoscas (drosera reotundifolia), así como la genciana.

Para conocer todo este patrimonio natural en una visita y paseo, existen multitud de guías de senderismo publicadas, y si queremos podemos acceder a varios blogs de amantes de la naturaleza, que nos detallan no solo las maravillas del paisaje con profusión de imágenes, si no que además incluyen en su información textos de difusión del otro 'paisaje, el cultural.

Especialmente recomendables los de Julio Alvarez Rubio, como lacianababia.blogspot.com; o la página de Xulio Concepción Suárez (www.xuliocs.com). Pero hasta incluso para los que lleguen sin haber preparado la visita, tienen detalladas en el pueblo tres rutas señaladas con paneles informativos, una a la Laguna y el Cueto de Arbas. Las otras dos, la una a Vallao hacia el oeste de media distancia y asequible, la otra larga hacia el norte hasta Genestosa, de dificultad media-alta. También se pueden realizar varias rutas en bicicleta o servir este punto como base para unas muy interesantes rutas largas.

Caminar por el medio del pueblo, entre las casas dando un paseo sosegado, es asequible para todas las edades y condiciones físicas, y nos ofrece la posibilidad de cerrar los ojos y soñar despiertos viendo pasar a los millones de hombres, que han hollado con sus pies en ambos sentidos esta ruta, una de las más transitadas de la Cordillera Cantábrica entre las dos vertientes. Desde los antiguos pésicos, pastores o guerreros, romanos, moros, cristianos, soldados, peregrinos, comerciantes, arrieros, músicos, saltimbanquis o simplemente viajeros sin rumbo fijo a la búsqueda de otra cosa diferente.

Historia extensa e intensa

La historia de este trayecto tras y cismontano, según del lado que provengamos, está llena de anécdotas curiosas, divertidas, pasajes épicos, guerras, decisiones políticas inteligentes, otras más bien torpes y estúpidas, mitos y la magia del entorno.

Juan Ignacio Ruiz de la Peña, autor del libro “Leitariegos, una comunidad de la montaña asturiana en la Edad Media” (editado por Cueto D´Árbas SA y Casa Basilio, 1992), dice en la advertencia inicial al texto que “la historia es un diálogo del presente con el pasado”, que no todo el mundo es capaz a comprender o desarrollar. Veremos los ejemplos más adelante.

A parte del libro mencionado en el párrafo anterior, existen numerosos trabajos de investigación histórica sobre el puerto y sus avatares a los largo de los últimos mil años, en la página web de la asociación cultural “Tous pa Tous” de Cangas del Nancea (www.touspatous.com) se encuentran numerosas referencias y artículos publicados, que pueden resultar de mucho interés para los curiosos.

Desde los tiempos prerromanos, ya era este camino de uso común de los habitantes de la zona, la tribu de los pésicos. Después los romanos la utilizaron para transportar el oro y los metales obtenidos en el Bierzo y León camino del mar para su traslado a la capital del imperio.

La creación en el año 1043 del monasterio benedictino de San Juan Bautista en Corias, a escasa distancia de Cangas del Nancea, hoy convertido en Parador Nacional, que acaparaba posesiones a uno y otro lado del puerto; convierte en habitual el camino, para que los monjes acarreen productos de uno a otro lado de la cordillera, madera, pescados, sal, mantequilla hacia el sur, cereales y vino hacia el norte. Además de otros de menor trasiego.

Sobre este ir y venir de los monjes hay un dato histórico que lo avala y es la paliza que algunos de ellos recibieron en Villablino en el año 1131 al negarse a pagar el portazgo del que el monasterio estaba exento, cuando dirigían quince recuas cargadas de trigo camino de Corias. Los apaleadores, los encargados del cobro del portazgo, que engordaba las arcas de su señor Suero Bermúdez.

El Privilegio regio de Leitariegos

A instancias y petición del abad de Corias, porque estos lugares “non se despoblasen y quedasen yermos”, el rey Alfonso XI, el 14 de abril de 1326 otorga a los habitantes de Leitariegos, Brañas, Trascastro “e otros lugares del puerto” una amplia carta de franquicia conocida como El Privilegio de Leitariegos.

En él, a cambio de prestar ayuda a los transeúntes, cobijo, orientación y ayudar a despejar los caminos, los eximía de todo tipo de impuestos a ellos y las mercancías que pudiesen transportar, además de todas las prestaciones militares de cualquier tipo. Ejemplo claro de decisión política sensata y sabia, que permitió que estas tierras duras y casi inhóspitas para el hombre permaneciesen habitadas hasta hoy. No como en las zonas vecinas donde la trashumancia de temporada de gentes y animales, la conocida por “alzada”, fue habitual hasta casi la actualidad.

Este privilegio se mantuvo durante cinco siglos, siendo ratificado posteriormente por los distintos reyes castellanos y españoles, hasta que se abolió en 1879, cuando quedó inaugurada la carretera Ponferrada-La Espina, creyendo que con ella estaban resueltas las dificultades del tránsito. Cesar Morán asegura en uno de sus libros que ante esta irrupción de las leyes igualitarias del XIX “los vecinos de Leitariegos, tiraron las trompetas a donde no se las encontrase jamás y dijeron ¿sí?, que venga el gobierno a tocarlas y hacer el oficio de perro de San Bernardo”.

Pero no fue así, porque desde esa abolición del privilegio hasta hoy en día los habitantes de estas tierras siguen acogiendo y auxiliando a cuantos viajeros son sorprendidos por las inclemencias meteorológicas. Hechos de los que muchos beneficiarios de esa ayuda pueden dar testimonio aún.

Los orígenes de la despoblación

Este pasaje de la abolición es un ejemplo claro de una medida política estúpida e insensata que ha llevado a estos cuatro pueblos Leitariegos, Trascastro, Brañas de Arriba y de Abajo a pasar de los 347 vecinos en 1898 a los 102 en 1981 y los apenas 47 de la actualidad. Ahora que debaten mucho sobre la despoblación rural, que ejemplo más magnífico, dejen de sangrar a impuestos a los vecinos, que ya ellos harán el resto.

Esto anterior es parte del diálogo entre el pasado y el presente del que hablaba Ruiz de la Peña en su libro sobre el Privilegio, y aún lo resaltó de forma más explícita en el acto de presentación del mismo frente a la capilla de San Juan de Leitariegos al afirmar lo siguiente: “El que haga ya 666 años de una sabia y programada política a favor de las comunidades rurales, cuya vida se desarrollaba en condiciones difíciles, no deja de ser un motivo de reflexión para nuestros políticos del presente; si para esto sirve, quizá el trabajo de los historiadores de oficio y de vocación no sea del todo inútil” (La Crónica de León, 25 de agosto de 1992).

La arriería

El privilegio motivó la iniciativa de los habitantes de estas tierras para convertirse en arrieros y trasegadores de mercancías de un lado a otro, un oficio que alcanzó un gran auge con el apoyo además de las cuatro hospederías u hospitales, que el convento de Corias creó en la zona, la de Santa María en Brañas de Arriba, la de Leitariegos y las de Ferrera y Cafrenale en la bajada hacia Caboalles de Abajo, donde se ofrecía cobijo, lugar donde dormir, comida y atención sanitaria a los caminantes además de orientarlos con el toque de cornetas o campanas en casos de necesidad.

Las rutas 'logísticas'

Las reatas circularon intensamente a lo largo de toda la edad media y hasta finales del siglo XIX, desplazadas con la irrupción de las diligencias. Las rutas de los arrieros llegaron desde Luarca hasta Madrid. Según se desprende de los caminos recogidos en los diferentes poblaciones que se mencionarán la siguiente lista, Pascual Madoz, en su diccionario (1845 – 1850) señala el siguiente itinerario: Luarca, Arganda, Puelo, Corias, Cangas, Leitariegos, Villablino, La Magdalena (puerto), Pandorado, Trascastro, Puente de Carrizo de la Rivera, Villadangos, Villamañán, Valencia de Don Juan, Gordoncillo, Medina de Rioseco, Madrid.

Además de mercancías, la arriería transportaba también personas, que podían viajar de dos modos según posibilidades económicas, viaje en montura o a media montura (la mitad del viaje a pie). Y generaron una cultura de la que nos han dejado señas imborrables en el acervo popular de la zona, como las siguientes coplas que aún hoy se cantan: “mociquinas del Valle, / ¿quién vos mantiene? / Los arrieros del Puerto / que van y vienen”, o estas otras: “Campanillas en los mulos, / montera en los arrieros, / y sobre gentes y bestias, / flotando en alegre enredo, / la gracia de unas canciones / de viejos sones vaqueiros” (El Valle de Laciana - F. Agustín Díez, editado por Alsa – Intercar, 1982).

Así nació la empresa Alsa

Los últimos años de la arriería, los supervivientes se unieron formado lo que se llamó 'La Compañía'. Entre los integrantes de la misma, la familia de José Cosmen, creador años más tarde de la empresa Alsa, que no necesita explicaciones sobre su importancia. Durante muchos años mantuvo una línea regular de viajeros diaria entre Luarca y Madrid (y viceversa), a pesar de no ser muy rentable por el nivel de usuarios, pero podría haberlo asumido como un lujo romántico que pudo permitirse en recuerdo y homenaje de los que fueron sus antecesores.

Los últimos arrieros, si así puede llamárseles fueron los integrantes de la empresa de transportes “Amago” de Cangas de Nancea, que durante casi medio siglo XX mantuvieron un servicio con dos o tres camiones semanales entre la localidad asturiana y Madrid, y en sentido inverso, Mantequerías Rubio fue uno de sus más importantes clientes en Laciana.

Mitos y leyendas

Las guerras no se hacen de forma estática en un lugar, necesitan de espacios y desplazamientos. No dejó el paso de Leitariegos de tener importancia en algunos de los acontecimientos bélicos, que perturbaron nuestra tierra a lo largo de los siglos.

Entre los mitos se incluyen las primeras noticias bélicas que encontramos, aportadas por el jesuita Luis Alfonso de Carballo en su libro “Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias” (1695), quién sitúa en las inmediaciones de Leitariegos una batalla entre vándalos y suevos, que obligó a los segundos a refugiarse en el Cueto de Arbas, ante la acometida de los vándalos que finalmente desistieron del acoso por lo difícil del acceso.

Pelayo estuvo aquí

La segunda noticia bélica también del mismo autor son los encuentros entre Don Pelayo y las tropas moras del rey de Toledo Abenramín que pretendía reconquistar Cangas del Nancea, de donde lo había expulsado Pelayo y a donde regreso para rechazar a sus huestes y perseguirlas valle arriba hasta las inmediaciones del Cueto obligándole a regresar a sus tierras manchegas, después de un descalabro grandioso, no por la fuerza de las armas, si no por una pestilencia, que dejó sus tropas de casi trece mil hombres en poco más de un millar.

Sobre este acontecimiento, la tradición popular mantuvo la creencia de que Pelayo, para agradecer la victoria, mandó construir una capilla en la zona de La Chanada en honor a San Cloyo (San Claudio), donde muchos años más tarde se encontró una imagen del santo en piedra (aunque algunos creen que no tiene los atributos del santo al que se la adjudica), y que se conserva en la capilla de San Juan en el pueblo.

Hay una leyenda muy extendida sobre Leitariegos, la “del cuélebre de la laguna”, que narra básicamente la maldición de un caminante al que no atendieron los vecinos en la nieve, y en los estertores de la muerte arrojó su bastón a la laguna convirtiéndose por ensalmo en una serpiente monstruosa, que cada San Juan (día de la fiesta del pueblo) salía de la laguna a cobrar su tributo en forma de doncella, bajo la amenaza de destruir y devorar todo a su paso. ¿Cómo se superó la maldición?, lo dejamos a la interpretación personal de los lectores o a la búsqueda de la leyenda, para los más curiosos.

Otra más enrevesada es la de “el mago gaitero”, creador del paraje, sus animales, sus gentes; buscando una arcadia feliz, que nunca fue capaz a visionar y permanece en letargo a la espera de mejores tiempos con el fuelle de su gaita perforado y sin nadie que cierre el agujero.

Entre estos mitos existen multitud de noticias o cuentos, que algunos con edades ya sobradas escuchamos de pequeños, contados por nuestros mayores. Sobre las vicisitudes de los viajeros en la nieve, uno como ejemplo, que aunque suenen a leyenda, F. Agustín Diez en el libro antes mencionado, lo narra como real.

La de un grupo de soldados, que disfrutando de un permiso navideño, anhelaban pasar la Nochebuena con los suyos en las aldeas del puerto. Pese a las advertencias de los vecinos de Caboalles y sus ofertas para que pasasen las fiestas navideñas en sus casas, el ímpetu y coraje insensato de la juventud, pudo más que el sentido común y emprendieron el viaje a pie, con unas condiciones muy adversas. Unos días más tarde los encontraron a todos congelados bajo la nieve abrazados entre si, para recibir a la muerte.

Un paseo por Leitariegos permite fijarse en la capilla de San Juan y en profunda hendidura que tienen las piedras de la base de la espadaña y las frontales de pequeño templo. Cuántos millones de toques de campana han hecho falta para que el roce de la cadena haya producido semejante erosión -que se puede ver perfectamente en la fotografía-, en los miles y miles de caminantes que escuchando su sonido pudieron orientarse y no perderse en la nieve o en la niebla.

Para salir de dudas, nadie mejor que el “vistor” (aquí llaman así al alcalde pedáneo), Jesús Matías, que de un plumazo deshizo el encanto: “No se fijo la fecha, ya me enteraré, pero la hendidura es de un rayo, luego el pulido de esa brecha si es de la cadena”. Eso sí, de lo del rayo tampoco hay constancia escrita, solo oral, así que aún da pie a debate.

Las gentes y la vida real

Algunos lacianiegos, como el que escribe, tienen vagos recuerdos, como imágenes entre la niebla de los años de niño, de un hombre que venía a caballo a la tienda de Caboalles de Abajo. Su nombre era Pedro Santor y venía del otro lado del puerto, aunque desconocía los motivos de sus visitas. El relato que hizo mi hermano mayor fue como un soplo de brisa que difuminó las neblinas del recuerdo: Venía todos los años una o dos veces cargado de mangos para las herramientas de los mineros (hachos, picas, picos, mazas) y al cambio se llevaba legumbres, azúcar, algo de vino y algún otro producto necesario para su familia.

Durante el invierno en su casa de la aldea de Corros elaboraba sus mercaderías y al despejarse los caminos hacía el viaje subiendo por Valdecuélebre al Collado de la Bobia, para iniciar el descenso hacia tierras leonesas por la Cabaña de la Vaquera, la Fuente de las Brujas, la Vega del Palo, Caboalles de Arriba y Caboalles de Abajo. Un hijo de Pedro, Pepe, vivió solo siendo el único vecino de Corros durante más de 22 años hasta que hace unos pocos se murió, quedando abandonada la aldea. Su aventura vital mereció 4 minutos de un reportaje de España Directo en TVE.

40 kilómetros para rondar al amor tras salir de la mina

Otro acontecimiento para contar, así mismo de poco más de mediado el siglo pasado, es el que narró en más de una ocasión Baltasar Busto, vecino y amigo, también ya fallecido. Quien en épocas de bonanza climatológica, después de salir de trabajar de la mina y los domingos especialmente, día de baile, cogía su bicicleta e iba a cortejar desde Caboalles de Arriba hasta Trascastro, en la vertiente asturiana de Leitariegos, casi 20 kilómetros en cada sentido, a la que finalmente fue su esposa Joaquina Agudín. Y ahora algunos y algunas piden pruebas de amor.

Sirvan de referencia, para que podamos entender, que no hace mucho tiempo, las gentes de estos lugares superaban las dificultades para relacionarse. Porque el puerto además de divisoria entre provincias fue y sigue siendo un lugar de comunicación y de intercambio entre las gentes de las cabeceras del Narcea y del Sil. Matrimonios, fiestas, comercio, médicos y amistades trajinaron y trajinan por estas tierras, ásperas, duras y difíciles, que han forjado el carácter de sus gentes. Trabajadoras, recias, constantes, emprendedoras, amantes y celosas de lo suyo.

Un precioso librito, “Leitariegos en 1898”, editado por la asociación “Tous pa Tous” (2015), recoge el relato, que sobre el coto de Leitariegos preparó José Rodríguez Riesco, apodado el 'Marqués de Brañas', a petición de Octavio Bellmunt y Fermín Canella, para utilizar en su obra casi enciclopédica 'Asturias'. Finalmente solo se incluyó una pequeña parte y ahora han recuperado de los archivos históricos el texto completo para su edición.

Los relatos del Marqués de Brañas

Ese relato es el mejor cuaderno de campo que puede desear cualquier etnógrafo. En él, el Marqués de Brañas narra las formas de vida de sus convecinos del coto, con toda crudeza, sin ocultar detalle y hace un pequeño repaso histórico a sus vicisitudes más notables.

Desde los numerosos pleitos que mantuvieron con comunidades vecinas y señores por el dominio de sus tierras hasta la aventura de la reina Urraca en el S XII al paso del Puerto y como fue acogida y albergada por la única familia que por aquel entonces habitaba la localidad de Leitariegos, a los que recompensó con una renta vitalicia para ellos y sus descendientes en carneros y grano, que asignó a localidades de Babia en León y vecinas de Leitariegos en Asturias. Hacer un resumen es tarea imposible.

Solo un cuento, que de forma muy similar me narraron hace años en otro pueblo de León, La Cueta. Este es el asunto. En uno de los pleitos por la posesión de los montes de Leitariegos frente a un noble, un escribano llenó las botas con tierra de las posesiones de su amo y una vez sobre los terrenos en disputa juró pisar tierra de su señor. En el caso de Leitariegos, no le sirvió el ardid de pícaro, pues los tribunales fallaron finalmente a favor de los legítimos propietarios.

Otro litigio ocurrió en la misma localidad: La Cueta disputaba con Torre de Babia la posesión de un puerto pirenaico, el de Los Caldeirones, no intervinieron en él los tribunales y se fió la solución a la bondad del cura. Quién utilizando la misma treta juró pisar tierra de Torre y las gentes aceptaron su juramento como válido. Dicen los de La Cueta, que el cura era de Torre o tenía intereses en el pueblo. Seguro que en Torre lo cuentan de otra manera.

El nombre de Los Caldeirones

Por cierto, el puerto se llama Los Caldeirones, porque antes del episodio del cura trataron de resolver la disputa por otra vía pacífica, tocando las campanas de las iglesias de cada pueblo y las que mejor se oyesen en el puerto darían la propiedad del mismo. Los de Torre escondieron en una cueva a un mozo con unos caldeirones de cobre y en su turno los tocó, pero les descubrieron la treta y esa vez no sirvió.

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