Los otros antivacunas

Los magufos también son parte de los antivacunas. // Película Señales de M. Night Shyamalan

Javier Pérez

El zoo humano siempre tuvo variedad, pero como ahora la variedad, además, es campo de batalla publicitario por el triunfo en el relato, cada pequeña idiotez tiene su minuto de gloria. El tema de las vacunas no es una excepción, porque no existen excepciones a esta regla, y menos aún en temas donde puede decidirse la lucha sobre materias tan cruciales como “quien carajo manda aquí”, o “quien mierda eres tú para decirme nada”, cuestiones ambas, como sabemos, centrales en toda civilización.

Hay un grupo de gente que está contra las vacunas por razones variopintas y a veces nunca aclaradas: porque no se han probado correctamente, porque van a resetear nuestro sistema inmune, porque son una trampa del Gobierno para convertirnos en perritos obedientes y temerosos, porque contienen un chip que nos dominará mentalmente, porque no sabemos cómo interactúan con otros medicamentos, porque su efectividad es muy limitada, porque no se han descrito sus efectos secundarios completamente, porque las farmacéuticas se forran y antes me muero que permitir que ganen dinero a esos cabrones, etcétera...

Todas las razones que acabo de escribir, y digo todas, las he escuchado o leído alguna vez en el último año y pico. Aún así, me dejo algunas de las más majaderas, por aquello de no perder la compostura cuando uno escribe en un medio serio.

Pero en fin: que hay gente así ya lo sabíamos todos. Esta gente es muy útil, precisamente, para el relato que apoya la vacunación general obligatoria. Oponerse a este grupo es facilísimo, y aumentarlo artificialmente, utilizarlo para ridiculizar a cualquiera que tenga una opinión contraria a la oficial, es una tentación que ningún propagandista podría evitar. Y de hecho, ninguno lo hace.

Pero lo realmente llamativo, y peligroso desde el punto de vista del relato, es lo del otro grupo: los que se vacunan una, dos y tres veces, y mantienen la narrativa de la necesidad de las mascarillas. Los que se vacunan y se hacen pruebas de antígenos y PCR como si comieran pipas. Los que se vacunan y te dicen que todo eso es prudencia añadida. Esa gente, aunque no lo crea, mantiene en realidad un discurso antivacunas realmente nocivo y peligroso. ¿Si la vacuna no nos acerca a la vida normal y a la inmunidad, personal o de rebaño, qué es lo que estamos haciendo? ¿Si después de pincharme tres veces me impones las mismas limitaciones que antes, sea por prudencia añadida o por miedo rampante, no me estarás tomando el pelo? ¿No tendrán razón los que dicen que hay motivos ocultos y que asistimos a un teatrillo?

Fomentar ese tipo de dudas es justo lo contrario de lo que se pretende. Fomentar esas reticencias es en sí un acto imprudente, al menos desde el punto de vista de la comunicación.

Hay preguntas cuya única respuesta correcta, a nivel científico, es una horquilla de probabilidad, porque no es serio afirmar que esto funciona, o aquello no funciona, que esto es seguro o aquello es letal. Todo es seguro o no con un nivel de probabilidad, y hay un riesgo que es necesario asumir.

Que todos los vacunados se hagan pruebas para las reuniones sociales o se les exija seguir con mascarilla al aire libre es un plus de seguridad, sí, no hay duda. ¿Pero cuántos airbags debería tener un coche para que se le permitiese salir al mercado? ¿Uno? ¿Dos? Bueno, chicos, con tres, se evitarían muertes. Y con cuatro, se evitarían también algunas muertes. El quinto evitaría mucho sufrimiento y lesiones graves en caso de accidentes. El sexto airbag hubiese salvado a Fulanito, ya lo sabes. El séptimo podría haber salvado a Mengana. Ocho airbags es mejor que siete...

¿Donde nos detenemos?

Eso mismo nos tenemos que preguntar con las vacunas y la precaución. O nos detenemos en alguna parte, o el relato está perdido. Y no nos conviene perder ese relato.

___Javier Pérez Fernández fue director durante diez años de la revista Campus, en la Universidad de León, y es un escritor leonés multipremiado en varios concursos literarios españoles, entre ellos el Azorín con su obra La crin de Damocles, ambientada en los años de la gran inflación, durante la República de Weimar. En 2009 ganó el Premio Fungible, de Alcobendas, con la obra No malgastes las flores, a medio camino entre el costumbrismo y el relato fantástico. Esta obra fue calificada como uno de los más originales relatos de fantasmas españoles de las última décadas. Su última publicación es Catálogo informal de todos los Papas, publicada en 2021.

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