Juan Carlos Ramos: “Cunqueiro y Pereira son dos grandes fabuladores de este noroeste mágico”

Juan Carlos Ramos

Manuel Cuenya

Apasionado de la literatura de Cunqueiro y Pereira, “dos grandes fabuladores de este noroeste mágico”, el narrador berciano Juan Carlos Ramos ha orquestado un libro de relatos extraordinario.

Orquestado en el sentido preciso del término porque sus palabras suenan y resuenan como las olas de la Mariña lucense, donde están ambientados sus cuentos, escritos con economía narrativa y presión lingüística, como sugieren o mandan los cánones de la narrativa breve.

En todo caso, resuenan como las palabras con las que compone su 'Nazario', personaje que tocaba el acordeón de cabeza, “lo suyo era más bien una cosa mental”. O esos trescientos treinta y tres mil trescientos treinta y tres gaiteros, “ni uno más ni uno menos... levitando una o dos cuartas por encima de la cresta de las olas”, que anuncian el fin del mundo en su cuento 'Agonías', cuyo “mote suena a nombre de profeta”.

Con destreza, buenas dosis de retranca galaica y el influjo del realismo mágico, que, como alguna vez he señalado, es un invento gallego, en concreto de Cunqueiro, Ramos nos obsequia con su 'Inventario de ánimas', un condensado y sustancioso libro, porque lo breve si bueno dos veces bueno.

Un inventario conformado por “personajes que se pasean por el filo de lo imposible... seres desvalidos, soñadores y fascinados por las cosas de un mundo en el que lo cotidiano esconde la naturalidad de lo asombroso...biografías apócrifas de personajes comunes, visionarios afanados en fantasear. Seres que tienen la mirada del niño curioso, callado, asombrado ante los misterios por descubrir, confundido entre lo onírico y las brumas de lo que suponemos real... seres que... existen cuando se deja de vivir la vida en prosa”, como bien escribe el prologuista, Miguel Ángel Varela, “el auténtico responsable de que este 'Inventario de ánimas' exista”, nos aclara Ramos, quien reconoce asimismo que todos los personajes que deambulan por sus cuentos viven y sueñan en la Mariña de Lugo. Y hasta sueñan en argentino como el gallego Jacinto Varela, que en el libro figura como algo pariente de otro tal Varela (singular guiño), “dedicado a no sé qué cosas de la farándula, allá por la provincia del Bierzo”.

Cuenta que conoció la Mariña lucense porque fue a visitar al escritor y director del Teatro Bergidum Miguel Varela a un pueblo en el que éste solía pasar las vacaciones. “Volví varias veces desde entonces y me ocurría algo muy curioso –relata el creador de 'Inventario de ánimas'–. En el viaje de vuelta, sin saber cómo ni de dónde, se me venía a la cabeza una primera frase. Venía conduciendo y repitiéndome, por ejemplo, que Jacinto Varela soñaba en argentino... Sólo quedaba llegar a Ponferrada y añadir todo lo demás. El caso es que fui componiendo estos relatos a lo largo del tiempo y se los iba enviando a Miguel. Él era mi único lector y yo era feliz siendo algo así como el 'escritor de culto' por excelencia, hasta que un día me dijo que se los pasara todos juntos y me habló de la posibilidad de publicarlos en la colección 'Encuentros Antonio Pereira'. Me pareció que no hacía ninguna falta añadir nada a los millones de cosas que se publican cada año en el mundo. Pero en el fondo me hacía ilusión, aunque esto no lo admitiré nunca públicamente. Puedo decir que este es un libro mío en toda la extensión de la palabra –yo escribí los relatos, yo hice la portada, yo hice la maquetación–, pero la culpa, insisto, es de Miguel. Nunca se lo agradeceré lo suficiente. A él y, por supuesto, a la Fundación, que ha hecho posible que estas historias mías anden por ahí en forma de libro”.

El realismo mágico de Cunqueiro

Puedo decir que este es un libro mío en toda la extensión de la palabra –yo escribí los relatos, yo hice la portada, yo hice la maquetación–, pero la culpa, insisto, es de Varela

Por tanto, los personajes de su libro tienen padre y madre, “son adoptados. El padre es el maestro Cunqueiro y la madre la Mariña de Lugo –apostilla–. De esa estirpe sólo podían salir unos seres como estos, absolutamente normales y absolutamente maravillosos a la vez. Gente que se toma un café con leche o una copa de anís en el bar del pueblo y que luego sueñan por encargo o trabajan, a ratos perdidos, en una teoría de los sueños que deja en pañales a la del mismísimo don Sigmundo Freud. En fin, la vida misma. La vida misma contada con sencillez, como deben contarse las historias. Y con ternura, con mucha ternura”.

Con sencillez y emoción deberían contarse las historias para que los lectores (lectoras) pudieran adentrarse en esos mundos. Y acaso se identificaran con esos personajes.

Me apetece señalar que cuando leí 'Cien años de soledad', del Premio Nobel Gabo, tuve la impresión de que los personajes que desfilaban por sus páginas estuvieran literalmente sacados de mi pueblo, el útero de Gistredo, que bien pudiera ser otra especie de Macondo de tierra adentro. Y ahora, después de leer y aun releer este 'Inventario de ánimas', que por cierto también me hace recordar 'Mazurca para dos muertos', de otro Nobel, en este caso Cela, tengo esa misma sensación.

Rememora Juan Carlos Ramos Cunqueiro fue para él un descubrimiento de la puerta de entrada a la literatura como pasión, pues en su casa, como en tantas otras, no había más libros que los de texto, así que su primer contacto con la literatura fueron las lecturas obligatorias del Bachillerato. “Allí te inoculaban, sin anestesia, cosas como 'El conde Lucanor' o 'Las cartas marruecas' y eso, a los catorce o quince años, constituye un antídoto infalible contra el vicio de leer”.

La enseñanza, ay, cuánto debiera cambiar, haciendo que la lectura fuera la apropiada, en función de la edad, y se explicara el porqué de las cosas de modo adecuado. “Pero un día, en la biblioteca municipal, por el tiempo en el que estaba situada en los bajos del instituto Álvaro de Mendaña, cogí un libro al azar. El autor resultó ser un señor que se llamaba Álvaro Cunqueiro, del que yo no había oído hablar jamás, y se titulaba, en castellano, 'La otra gente'–continúa relatando Ramos–. Eran relatos cortos y me pareció que no me daría mucho trabajo, así que me lo llevé a casa. Lo abrí, también al azar, y el primer relato que leí hablaba de un zorro enano y tresmesino que sonreía y le daba conversación a un señor que fabricaba y arreglaba zuecos. Se hicieron amigos. Pero llegó el momento de separase y la historia acaba con el 'zuequero' lamentándose porque no había vuelto a ver al raposo. Se preguntaba, con profunda tristeza: '¿qué le costaría salirme alguna vez al camino?'”.

El escritor nacido y enterrado en Mondoñedo fue como una revelación para Ramos, el cual pensó: “¿Pero esto vale? ¿No es trampa? ¿También se puede escribir así?”. Y así se puso a leer sus otros libros como 'Merlín y su familia', 'El Sochantre y sus crónicas', 'El hombre que se parecía a Orestes', “que puede que fuera el mismísimo Orestes, las navegaciones y los recuerdos -reales o imaginados, quién sabe- del viejo Simbad... y todos los seres sencillos y excepcionales al mismo tiempo que pueblan ese mundo creado por el que para mí es uno de los mejores narradores españoles del siglo XX. Pero en esta tierra de Caín somos así y en lugar de reivindicarlo, como bien dices, como el creador del realismo mágico, ha tenido que sufrir -de forma bastante injusta, por cierto- esa costumbre que tenemos de mezclar las churras de la política con las merinas del arte, o viceversa”. Sí, en este país somos muy dados a mezclar todo. Pero el escritor de Mondoñedo seguirá perviviendo en nuestro inconsciente/subconsciente colectivo como un colosal escritor, capaz como lo fuera de convertir la realidad en una estupenda ficción.

Con Cunqueiro como referencia, surgió su vocación por la literatura. Y por ende ha logrado componer esta su ópera prima, gracias a su amigo Varela y la edición de la misma a través de la Fundación Antonio Pereira, cuya máxima responsable es la entrañable Úrsula Rodríguez Hesles, quien fuera compañera del alma del gran cuentista villafranquino, otro de los referentes o maestros de Ramos, capaz como fuera de escribir, en su opinión, una obra maestra en nueve o diez líneas. “Hablo de ese relato breve, brevísimo, cuyo título es ya, por sí solo, una maravilla: 'Lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos'”.

El padre es el maestro Cunqueiro y la madre la Mariña de Lugo. De esa estirpe sólo podían salir unos seres como estos, absolutamente normales y absolutamente maravillosos a la vez

Con humor y lucidez, Juan Carlos Ramos dice que en su caso no sabe si se puede hablar de vocación literaria, “el de un señor al que ya con una cierta edad le da por ponerse a escribir dos docenas de relatos que no hacían ninguna falta, por cierto. Ya hay escritas páginas más que suficientes, muchas más de las que podremos leer en toda una vida”.

Lo que sí ha tenido desde siempre es vocación de lector, leyendo todo lo que ha podido, “siempre de una forma bastante desordenada, eso sí”.

Le gusta tanto leer que la muerte no acaba de parecerle un buen plan de futuro precisamente por la cantidad de libros que, definitiva e irremediablemente, ya no podrá leer, lo que le produce un cierto vértigo.

“Supongo que es muy difícil para cualquiera que disfrute leyendo evitar caer en la tentación de escribir. Aunque sólo sea por aquello de 'saber lo que se siente'. Es entretenido. Es difícil, muy difícil. Y es, sobre todo, la única forma de apreciar en su justa medida aquello que está realmente bien escrito, la verdadera literatura”, se plantea este narrador berciano, al que nacieran de pura casualidad, según él, en Cubillos del Sil, porque nació en Cubillos como podría haber nacido “en el altiplano boliviano o en las Molucas porque, en realidad, 'nos nacen'. Nacemos allí donde está nuestra madre en aquel momento”, agrega.

El Bierzo, tierra propicia para la fabulación

Nacer en un sitio determinado no es, en su opinión, ningún mérito, ni siquiera una suerte o una desgracia. “Lo que pasa es que suele coincidir que el sitio donde naces es también el sitio en el que eres niño, y eso si es relevante. Es el rincón en el que tienes la primera impresión del mundo, el escenario de los primeros recuerdos, los primeros colores, los primeros olores... Aunque en realidad yo puedo decir que tuve dos infancias. Una primera, hasta los ocho años, transcurrió en Cubillos. Allí, además de estrenar el mundo, viví cosas tan importantes como mi primer día de escuela, allí tuve mi primer maestro y allí aprendí a leer. Allí tuve también en las manos el primer libro que veía en mi vida, la enciclopedia Álvarez de Grado Elemental, intuitiva, sintética y práctica. Por cierto, que en la primera parte de aquella enciclopedia, la dedicada a la historia sagrada, descubrí, sin saberlo aún, la literatura de ficción. Mi otra infancia, de los ocho años en adelante, ya la viví en Ponferrada. Uno de los primeros recuerdos que conservo del niño aquel, ya niño urbano, es la visión a lo lejos, desde una de las ventanas del colegio de Navaliegos, del castillo de los templarios. Al principio ni siquiera me pareció real. Creí que estaba alucinando. Me gusta imaginar que los peregrinos, por ejemplo, cuando lo ven por primera vez al doblar la esquina de la iglesia de San Andrés, sienten algo parecido. Y en Ponferrada hice luego el bachillerato, que, según algunos, es nuestra verdadera patria”.

En todo caso, el Bierzo, por aquello de sus dos infancias y por lo que nos cuenta acerca del Bachillerato, es su tierra, aunque él intenta no idealizarlo. Y hasta desea verlo con una cierta objetividad, lo que no resulta del todo fácil, sobre todo cuando no se toma la distancia pertinente. “Creer que la tierra de uno, sólo por el hecho de serlo, es el ombligo del mundo me parece absurdo y, cuando se lleva a determinados extremos, incluso peligroso. Esa es la misma pendiente que lleva al nacionalismo y el nacionalismo es una de las manifestaciones más peligrosas de la estupidez”, se expresa con claridad Ramos, consciente de los problemas que está atravesando la comarca del Bierzo: “el desierto económico en el que se ha convertido con la crisis, la saña con la que intentamos quemarlo cada verano o el hecho de que tengamos, por ejemplo, cosas tan exóticas como la que probablemente sea la única institución del mundo empeñada en escribir su propio nombre con faltas de ortografía”.

Una tierra, el Bierzo, que a Ramos se le antoja a veces demasiado real. Y por supuesto propicia para la fabulación. “Galicia, el Bierzo, en definitiva lo que Pereira llamó el noroeste mágico, son de esas tierras en las que todo es posible, en las que a veces incluso resulta difícil hacer pie en la realidad”, afirma Ramos, a quien le gusta imaginar, “que si ha de faltarnos algo, no sea la imaginación”, escribe en la dedicatoria que me hace.

“Una vez me contó alguien que volviendo de Peñalba vio bajar por una viña un jinete vestido de blanco, cerca ya de San Esteban. Me lo creí. En una tarde finales de otoño, al atardecer, con la niebla bajando y desdibujando los contornos del mundo, cruzarse con un templario a caballo es algo que puede pasarle a cualquiera. Y no tendría nada de extraño que fuese el mismísimo don Álvaro Yáñez. Y puede que llevara con él en el arzón a doña Beatriz, desmayadita ella y muy pálida, como corresponde”, relata con espíritu fabulador este diseñador gráfico, que en la medida de sus posibilidades, dependiendo del tipo de encargo que recibe (sobre todo cuando se trata de diseños de carteles, ilustraciones...) acostumbra a poner su parte más creativa. Como ocurre por ejemplo en su 'Inventario de ánimas' (por cierto un buen título para estas próximas fechas que se avecinan de Todos los Santos).

Supongo que es muy difícil para cualquiera que disfrute leyendo evitar caer en la tentación de escribir. Aunque sólo sea por aquello de 'saber lo que se siente'

“Si dentro, en la parte escrita, hay gente que sueña por encargo o que toca un acordeón que no existe, en la portada hay un marinero con alas y una ballena que nada entre las nubes...”, apunta Ramos, que sigue escribiendo relatos con el fin de ir aumentando el censo de estas 'ánimas'.

“Los voy haciendo poco a poco, volviendo sobre ellos una y otra vez, rehaciéndolos, corrigiendo mucho... –como le gustara hacer al maestro Pereira–. No hay prisa y a mí lo que realmente me entretiene es estar en ellos. Incluso me asusta un poco darlos por terminados. No puedo evitar pensar que podrían estar mejor escritos si les diera otra vuelta. Si he conseguido que al leer alguna de estas historias a alguien se le haya escapado una sonrisa o haya sentido un punto de ternura, me doy por satisfecho”, concluye este “diseñador con una amplia trayectoria profesional... dibujante, retratista y hábil caricaturista”, según Miguel Varela.

Entrevista breve a Juan Carlos Ramos

“Se percibe en buena parte de los políticos una cierta indigencia intelectual”

¿Qué libro no dejarías de leer o leerías por segunda vez?

A mi edad he leído ya unos cuantos libros por segunda y por tercera vez. He releído incluso autores enteros.

El que leeré siempre es el Quijote: completo, por capítulos, por párrafos, diálogos, frases sueltas... A veces, me basta con cogerlo y tenerlo en las manos, saber que sigue ahí. Otro que leo una y otra vez es 'Cien años de soledad'. Lo leo en voz alta, cuando estoy solo. Creo que es imposible escribir mejor en castellano.

Un personaje imprescindible en la literatura (o en la vida).

En la literatura, don Quijote, sin duda. Sé que nunca me cruzaré con él por la calle, pero no descarto la posibilidad de encontrarme algún día con Alonso Quijano. En la sala de espera del ambulatorio, por ejemplo.

En la vida, todos somos más o menos necesarios y más o menos prescindibles.

Un autor o autora insoportable (o un libro insoportable).

Señalar es de mala educación. En cuanto a los libros, quiero creer que, como dijo el bachiller, no hay ninguno tan malo que no tenga algo bueno.

Un rasgo que defina tu personalidad.

No lo sé. No me conozco tan a fondo. Será que no me he tratado aún lo suficiente...

¿Qué cualidad prefieres en una persona?

Ni siquiera tengo claro a qué podemos llamar cualidad y a qué no. Me conformo con que la persona en cuestión sea un compendio de defectos y debilidades más o menos soportable.

¿Qué opinión te merece la política actual? ¿Y la sociedad?

La política -la de hoy y la de siempre- me parece bien, me parece necesaria. Lo de los políticos ya es otra cosa. Se percibe en buena parte de ellos una cierta indigencia intelectual. En cuanto a la sociedad, no olvidemos que es la que cría, la que vota a esos políticos y la que les hipertrofia el ego...

¿Qué es lo que más te divierte en la vida?

No hacer nada. Es apasionante.

¿Por qué escribes?

Quizá porque he leído.

¿Crees que las redes sociales, Facebook o Twiter, sirven para ejercitar el estilo literario?

Vivo totalmente ajeno a las redes sociales. Puede que sea la única tentación que he sido capaz de vencer sin el más mínimo esfuerzo.

¿Cuáles son tus fuentes literarias a la hora de escribir?

Lo vivido y lo leído. Es decir, los recuerdos y lo poco que uno ha sido capaz de ir asimilando después de pasar tantas páginas.

¿Escribes o sigues algún blog con entusiasmo porque te parezca una herramienta literaria?

No. Me he pasado treinta años trabajando frente a un ordenador, haciendo con él monigotes de colorines. Para eso ha sido una herramienta perfecta. Pero soy absolutamente incapaz de leer nada en una pantalla.

Una frase que resuma tu modo de entender el mundo.

“Dios nos libre de aquellos que carecen de imaginación”.

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