Las razones de Rodolfo

Rodolfo Martín Villa, en una imagen de archivo. / Juan Lázaro / ICAL

José Luis Prieto Arroyo

«Con el corazón en la mano hubiésemos preferido votar por León solo, pero han primado las razones de estado» (Diario de León, 29-3-1980)

Rodolfo Martín Villa no necesita escribir su epitafio. En el panteón virtual de leoneses que entregaron a su pueblo por un sillón, resplandecen luces como llamaradas con esta lapidaria frase. Su flamígera impronta, ciertamente, no se apagará nunca: así de visceral fue la pasión que la engendró, así de ruin el propósito que la elevó, así de inagotable el cinismo que la alimenta. No en vano Martín Villa encarna en su persona el verdadero espíritu de la Ruptura pactada; el que conformaría el alma más oscura de la Transición; el que daría carácter a toda una manera de hacer política; el que elevaría la doctrina que identifica acción política con interés personal a categoría de credo político, un dogma de axiomas que buena parte de los políticos de hoy asume como postulados litúrgicos, ritos que veneran con feservil mandato tras mandato, legislatura tras legislatura.

No hubo “razones de Estado”, sino partidarias: unas, derivadas del clima político de finales de los 70; otras, por los resultados electorales de las primeras elecciones autonómicas del País Vasco y de Cataluña (9 y 20/3/1980, respectivamente), en las que, en el País Vasco, la UCD perdió 100.000 votos respecto de las generales de marzo de 1979, y el PSOE 60.000; en Cataluña, la UCD perdió 200.000 y los socialistas 185.000. No obstante, la consulta electoral realmente decisiva en el devenir autonómico de León y de Castilla la Vieja sería la del 28F 1980, de Referéndum de iniciativa autonómica de Andalucía, cuyo resultado condujo a los verdaderos primeros Pactos Autonómicos (Adolfo Suárez y Felipe González) para salvar dicho Referéndum mediante dos leyes orgánicas inconstitucionales, la LO2/1980 y la LO 3/1980; la tarde en que, por primera vez, se sirvió el famoso “café para todos” que no llegaron a disfrutar todos.

Del Referéndum 28F andaluz hubo una gran consecuencia partidaria: el acuerdo de que en materia territorial ambos partidos, en el futuro, debían ir de la mano; pacto sagrado que cuajó en los ya citados Primeros Acuerdos Autonómicos (1981), y en los Segundos, de 1992 (González y Aznar). A ella se sumó la del pánico ante la previsible pérdida de control del proceso autonómico por parte de las dos fuerzas mayoritarias. Ambos, acuerdo y pánico, serían los causantes del giro de 180º de los dos partidos respecto de la Cuestión leonesa, el río revuelto en el que sabría pescar Rodolfo para dar satisfacción a su pasión por la poltrona.

Todavía hoy se sigue propagando una gran falsedad histórica, la de las famosas “razones de Estado”, mal vinculadas con las consecuencias políticas partidarias arriba señaladas y con el uso del poder por parte de Martín Villa en su condición de ministro de Administración Territorial, otra falsedad que esclarecemos a continuación.

Martín Villa había sido nombrado ministro de Relaciones Sindicales en diciembre de 1975; ministro de la Gobernación en el primer Gobierno Suárez (julio de 1976), etapa que se caracterizaría por la enorme conflictividad laboral en todo el país y por su contundente represión violenta, que lo llevaría a hacerse acreedor del título de “porra de la Transición”. Su cuestionado mandato lo llevó al cese en abril de 1979; en octubre de 1979, es nombrado presidente de la Comisión de Autonomías de la UCD. ¿Y cuándo vuelve al Gobierno? No en la primera remodelación de Suárez, tampoco en el Gabinete de mayo, sino en septiembre de 1980, para ser nombrado, ahora sí, ministro de Administración Territorial, una vez que hubo prestado al presidente Suárez los servicios que éste le había demandado, la inclusión de las provincias leonesas en el conglomerado castellano-leonés.

Efectivamente, lo que hubo entre sus declaraciones de 19 de septiembre de 1979, en La Hora Leonesa: «En principio, ... se va dibujando la posibilidad de que León plantee una autonomía cuyo ámbito territorial sería el de la provincia de León. Es decir, que León pueda constituirse como comunidad autónoma de ámbito uniprovincial», y las de «Con el corazón en la mano...», pronunciadas en Astorga, el 25/3/1980, fueron los tres eventos autonómicos señalados con las consecuencias apuntadas. Pero también hubo una charla entre Suárez y el, entonces, tan solo presidente de la UCD leonesa y de la Comisión de Autonomías del partido, Martín Villa. En ella, éste se lamenta ante su presidente de que en la reciente remodelación de Gobierno meramente le ofrezca un trasportín cuando le había pedido un sillón.

Siendo verdad que no pasaba por sus mejores momentos, su ambición no le permitía conformarse con asiento tan estrecho. Ciertamente, en esos seis meses, Martín Villa no desempeña el papel de un líder estatal poderoso, sino, al contrario, el de un simple cacique provincial con un poco de peso en el Partido. Como se ha apuntado más arriba, la tesis del sillón concuerda con los hechos: Martín Villa, apeado del Gobierno en abril de 1979, no lo recupera hasta el 9 de septiembre de 1980 (ya con los deberes hechos) al ocupar el sillón de ministro de Administración Territorial, obviando así el temido trasportín. Es decir, es después del 28F de 1980 cuando Suárez propone a Martín Villa la construcción de una Autonomía “fuerte”, no para España (Suárez nunca fue un estúpido), sino para su pueblo, el castellano, tan mermada de posibilidades dados los casos de Santander, Logroño, Segovia y León, provincias disidentes de la artificiosa idea del conglomerado castellano-leonés. Asíque fue solo el cumplimiento del mandato de su jefe el que le abrió, de nuevo, las puertas al sillón y al coche oficial, todo por el módico precio de desdecirse de lo anteriormente dicho y contravenir lo acordado con sus compañeros de partido y paisanos, bien es verdad que nunca sus correligionarios leoneses se creyeron ni las “razones de Estado” ni la conveniencia de la inclusión de León en el conglomerado, como prueba el desmarque quede su jefe hicieron en cuanto éste perdió el poder (julio de 1982). No cabe otra lectura de la votación de la Diputación de León de 13/1/1983, con todos los diputados de la UCD votando a favor de la separación del ente castellano-leonés puesto en marcha por ellos mismos tres años antes.

Es obvio que en Astorga no hubo ni corazón ni cabeza, sino estómago. Una panza que confiaba en la palabra de su presidente de que le daría un sillón de verdad en su Gobierno si conseguía la inclusión de las provincias leonesas en la Autonomía Castellano-leonesa. Admito que jamás se me hubiera ocurrido explicación tal sin la pertinente prueba testimonial, surgida precisamente del entorno personal y político del propio Rodolfo; que él no habrá olvidado, dado el poder evocador del “trasportín”.

Y fue así como las falsas “razones de Estado” de Martín Villa suplantaron a las verdaderas “razones personales” de Rodolfo. Dentro de la “doctrina pancista” de la acción política -sobre la que en otra ocasión teorizaré- es frecuente subirse a la grandilocuencia verbal para enmascarar la pequeñez personal. Hoy, la practican tanto los dogmáticos de la “Comunidad de éxito” como los visionarios del “no es el momento”. No hay otra diferencia entre Rodolfo y ellos que la que hay entre un sillón y un “puestín”, simple cuestión de ambición. Verdaderamente, al “hombre de Estado” no lo hace el Estado, sino el hombre.

En todo caso, no está mal: un sillón por un pueblo. ¿Presuntamente? Qué lo diga él. No basta con “a lo mejor nos hemos equivocado”. Tal vez, hoy, con el corazón en la mano, aún esté usted a tiempo de apagar las luces antes de irse. Aunque no ayuda el recalcitrante “volvería a hacer lo mismo”, ante un sincero y sentido mea culpa, el pueblo leonés podría mostrarse generoso, simple cuestión de grandeza.

José Luis Prieto Arroyo es profesor universitario y escritor

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