Albert Rivera en León: el 'aspirant tranquil' y los moderados seguidores del amado líder

Albert Rivera durante su intervención en el mítin de Ciudadanos en el pabellón La Torre de León. Foto: Uribe.

Jesús María López de Uribe

Tiene el pabellón de La Torre algo especial, cuando la mayoría de partidos políticos lo eligen para efectuar sus actos importantes en la ciudad de León. Es, posiblemente, su tamaño y su versatilidad, puesto que se puede usar para colocar cientos de sillas en el parqué y todavía deja las gradas de 290 asistentes para certificar el llenazo (y si no va nadie al gallinero, la foto de la cancha garantiza, a poco que vaya gente, una buena imagen).

Este jueves más de mil personas asistieron al mítin de Albert Rivera. Y sí: llenó. Aunque los organizadores del encuentro con el 'amado líder' pusieron una lona para dejar vacía una quinta parte del pabellón, la grada superior estuvo repleta. Los 290 espectadores más otros 160 de pie en el pasillo superior. Y la parte de abajo, con unas setecientas sillas según la organización de las que no había una vacía.

Y, sin embargo... no parecía un mítin como los otros. No es que Ciudadanos sea cualquier otro partido —los presentes no lo consideran así y se creen los nuevos salvadores de España, con todo el derecho—, pero algo no terminó de cuajar. Fue demasiado tranquilo. Algunos periodistas somos unos friquis de todo lo que tiene que ver con los eventos propagandísticos de los partidos políticos, y vamos a ver cómo declaman en persona las primeras cabezas de los mismos (para comprobar, muchísimas veces que quien habla bien en León suele quedarse muy por debajo de los oradores autonómicos y es mejor no intentar compararlos con los buenos oradores nacionales). También observamos la parafernalia. La decoración, cómo se ha diseñado el escenario y la música de cada opción política.

Vamos, que somos unos raros. Pero es que en esas cosas en las que nadie se da cuenta está la esencia de la pasión de los afiliados, de los simpatizantes, de los seguidores, la forma de cautivar a los curiosos, a los amigos de los miembros del partido, incluso a sus familias si los acompañan. Uno a uno se ganan las elecciones, dicen los politólogos. Y ojo, que las encuestas vuelven a dar diputado al #LeónNaranja (el hashtag de Twitter que se podía ver en la pantalla).

Total, que fijándonos los dos redactores de iLeon.com a los que nos chifla asistir a estas cosas (a veces para despellejar lo visto y oído, y sobre todo para ver si se la 'pega' el orador en público; para qué les vamos a engañar) tuvimos claro que los de Ciudadanos se gastan una pasta en este tipo de eventos. Una cámara con grúa, un escenario del color naranja de la formación con blancos para contrastar. Una pantalla gigante para que nadie se pierda el más mínimo gesto de los que suben a la tribuna (y de paso verse a uno mismo si está en el tiro de cámara). Eso sí, lo que no cuadraba con un 'espectáculo mitinero' de los habituales era la música.

El público era mucho más moderado que los de otros partidos políticos, quizás los seguidores de Ciudadanos aparenten ser más 'racionales' que los de PP, PSOE y Unidos Podemos (UPL no cuenta aquí, que no se reparte diputado en las generales). Pero es que la música, la verdad, no acompañaba. ¿No tiene himno Ciudadanos? Los de los partidos grandes inflaman los ánimos y los podemitas usaban una melodía más revolucionaria. Pero lo que se escuchó era un ritmo constante entre una fiesta 'rave' de música 'acid house' valenciana y una galera romana. “Pum, pum, pum, repum, pum, pum, requete pum, pum, repum, pum” (y vuelta a empezar). Y ninguna otra variación. Vamos, como si quisiera decir “marineros, hay que bregar mucho todavía” en vez de animar a los asistentes a pegar gritos en la proa del Titánic como pasa en los demás mítines de Unidos Podemos y el PSOE, y en menor medida el PP. A salir de allí plenos, llenos y exultantes; aunque hay que tener en cuenta que es posible que se les pongan las conocidas músicas de partido para que no vean el iceberg que se les acerca peligrosamente.

Y sí, feliz salió el público asistente, del que había gentes de todas las edades, aunque el grupo más numeroso era el de los de los Cuarenta. Años. De edad. Y la impresión que daban era de gente seria, racional y de profesiones técnicas y liberales. Expectantes, pero pacientes y mesurados. Los exaltados, si es que se les pudiera llamar asi, esperaban en el pasillo para darle la mano a su amado líder y aclamarle tímidamente con cara de admiración a su paso al decirle “presidente”.

La que sale ganando, y no por el discurso, es Gema Villarroel

A Gema Villarroel le tocaron dos honores. Uno, el abrir el mítin. El discurso, recordando que Rivera llegaba a la llamada 'Cuna del Parlamentarismo', fue más corto que los habituales en otras formaciones políticas y un poco dubitativo a la hora de proyectar la voz. Le quedan aún horas de atril, pero es de suponer que será cuestión de tiempo que mejore (o no). Se la notó nerviosa, pero, claro, es de esos momentos importantes en la vida que imponen. Sobre todo delante de la mirada del máximo dirigente de Ciudadanos.

El otro, sentarse al lado de Rivera, concretamente a su izquierda. Lo que es para todos el 'placet' de lideresa leonesa del partido. Un bautizo político. Mientras, a la derecha estaba Francisco Sosa Wagner, como no podía ser de otra manera porque es un peso pesado ideológico de Ciudadanos (el que provocó el trasvase de afiliados de UPyD y su desplome, no lo olvidemos). Fue el tercer ponente y se nota su experiencia. Luis Fuentes, el portavoz de las Cortes de Castilla y León, se sentó a la izquierda de Villarroel (el que estaba a la derecha de Wagner no lo reconocí; lo cual, confesado por un periodista, es mal asunto para un político).

Sobre el discurso de Fuentes (el hombre al que le quedan siempre grandes los trajes, por cierto), decir que pareció muy racional, muy de números, muy de lo que habían conseguido 'sacar' en las Cortes de Valladolid al PP de Castilla y León. Y, oiga, que el público será de Ciudadanos, pero es que es un tema que importa poco en la provincia leonesa. Moderada reacción en el auditorio.

Y llegó la traca final, el amado líder. Albert Rivera es igualito que en la televisión. Muestra la misma imagen. Es afable, sonriente, cercano, elegante. Vamos, el yerno que toda señora de bien querría ya no sólo para su hija sino para enhebrar el brazo con él por la calle. Fardando. Mucho. Y además parece un chico de apariencia sencilla. Bien podría ser uno de esos amigos que tiene un trabajazo en Barcelona con los que uno se toma un vinín en un sábado soleado en el Húmedo cuando regresa a León, hablando de cosas interesantes (y de Cataluña). Por supuesto, cuando entró en el pabellón, algunos se aprestaron a saludarle, a intentar darle la mano. Incluso él se acercó a dar un beso a una seguidora. Uno, al ver eso que le pasa a todos los líderes políticos (en una especie de educado acoso por admiración), se da cuenta de que cualquiera con falta de don de gentes tendría casi imposible ser presidente del Gobierno.

El discurso, medido, sin necesidad de elevar la voz como suele hacer Pedro Sánchez (para que se le rompa en grititos cuando se pasa), sin necesidad de usar chascarrillos gallegos como Rajoy para llamar la atención. Serio y contundente, pero cercano. Con gestos medidos al momento adecuado. Con las frases adecuadas para que el público rompa a aplaudir (eso sí, fuerte pero sin reventar el medidor de decibelios). Contrariamente a lo que muchos piensan de él, pareció en todo momento un hombre tranquilo, sereno, que se siente confiado. Incluso cuando habló de Puigdemont. Racional. Exponiendo una idea de España que viene a resumirse en que el país necesita políticos y políticas de altura que trabajen en pos de que todos los españoles sean tratados por igual (vamos, que de autonomía de León mejor ni hablar, pese a que sea un mero cambio de Administración autonómica y nada afecte a la soberanía de todos los españoles; fastídiate UPL). Y hasta para criticar a Cifuentes mostró templanza: “Investigaremos a fondo lo que ha ocurrido, que no se puede consentir, y luego veremos qué hacer; esto no se puede dejar pasar”, vino a decir.

Rivera sabe arrancar aplausos en el momento justo. Sólo ha de decir, “en España debemos ser todos iguales” para que el público rompa a hacerlo, aunque con una educación que podría definirse como muy europea: notoriamente, pero sin excederse. Y mostraba calma. Tranquilidad. Nada que ver con esa imagen de hombre nervioso que sus detractores aprovechan para atacarle y lanzarle epítetos poco educados (por decirlo así). En Cataluña, lugar de origen de Albert Rivera, hay un profesor universitario a que le llaman el catalán tranquilo (el 'catalá tranquil'), no levanta la voz para dar unos zascas impresionantes a los separatas indepes. En esa línea, el líder de Ciudadanos mostró una templanza y una seguridad al hablar que podría hacerle ganar el apelativo del 'candidat tranquil'. Quizás porque su formación está en la cresta de la ola de las encuestas y mucha gente (hasta los periodistas) hablan ya de si será el próximo presidente del Gobierno de España. Quizás, sabiéndose ganador en el río revuelto del país encerrado en el sainete del 'procés' y la autodestrucción de los líderes de otros partidos (Cifuentes es el ejemplo), y la cautela porque todavía queda mucho tiempo para las Generales si aguanta Rajoy, él se vea más como el 'aspirant tranquil'. Desde luego, su aplomo sobre el escenario, parecía dejarlo claro.

Y luego, final de mítin, en el momento de salir Rivera es cuando más se descocaron los seguidores del amado líder. Y con unas voces más altas que otras, pero moderadamente, se escucharon los apelativos de “presidente, presidente”, que Rivera recibía con su amplia sonrisa que todos hemos visto en la tele. Y se fue vaciando el pabellón. Pero, curiosamente, más de cien personas se quedaron fuera del mismo durante más de media hora comentando la jugada. Como al salir de una comunión o una boda.

El resultado del encuentro político fue moderadamente bueno. En comparación con otros 'partidos', Ciudadanos se colocó en la terna de afluencia de público comparado con los últimos mítines de sus contrincantes políticos. En ese pabellón Pedro Sánchez metió también más de mil personas cuando competía el año pasado para recuperar la secretaría general ante Susana Díaz (a la que le costó completar las 252 plazas del auditorio del Centro Cívico del Crucero). El PP suele usar el pabellón del Polígono X (que es similar en aforo), y la última vez que Rajoy se presentó allí en 2011, acudió otro millar bastante amplio de personas. A quienes ganan, de calle, es a Podemos, que sólo consiguió concitar unas 700 personas; pero claro, sólo venía Rafael Mayoral como cabeza de cartel (y fue en las autonómicas y municipales de 2015, cuando no iba en coalición con Izquierda Unida).

El caso es que el esperadísimo encuentro de los afiliados y simpatizantes de Ciudadanos con su amado líder (que hacía unos diez años que no venía a León, y cuando lo hizo fue en circunstancias mucho menos favorables para él) fue uno de los mítines más moderados que se han podido ver en la ciudad. No es que fuera un tostón infumable, pero no transmitía la fuerza de otros a los que los periodistas de iLeon.com hayan acudido. Un evento con un montaje escénico excepcional (mucho dinero hay ahí) y con la consciencia de que el orador principal es un peso pesado de la política española, posiblemente llamado a ocupar La Moncloa, pero de noticia 'ni chicha ni limóna', vamos.

Seguramente esa música machacona de ambiente entre rave valenciana y galera romana no ayude. Como se ha oído en Redacción: “Lo que no entiendo es que no usen en Ciudadanos la canción de El Movimiento Naranja, lo iban a petar”.

Moderadamente, claro.

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