Mujeres que van por delante en el campo, una minoría que apuntala una tradición en León

De izquierda a derecha y de arriba abajo, Ruth García, Sara Rey, Inés Velasco y Delia Heredia, mujeres en titularidades compartidas leonesas.

César Fernández

Inés Velasco representa al mismo tiempo a una minoría y a una tradición. Esta ganadera responsable de una explotación de vacuno de leche en Las Pintas (Valdepolo) es una de las pocas mujeres que fueron por delante de sus parejas, que se incorporaron después para conformar una titularidad compartida. “¿Dónde está el jefe?”, le preguntan a veces los comerciales que acuden a la granja mientras su marido, Juan Manuel Suárez, se mueve por el campo ahora que sopesan para el futuro derivarse hacia la agricultura. El caso es que él trabajaba en la construcción cuando ella cogió el testigo de su madre por una jubilación anticipada.

“Yo a veces me sentía como un florero cuando iba con ella a la Junta de Castilla y León, a la Unidad Veterinaria o a Asaja”, admite Suárez, natural de Villamondrían de Rueda, en el mismo término municipal de Valdepolo. Su mujer heredó en 2002 la explotación. Aunque él se dio de alta al año siguiente, no fue hasta 2018 cuando formalizaron la titularidad compartida, una figura que apareció en 2012 y que va cogiendo fuerza, sobre todo en León, la provincia líder en España al acumular hasta 108 de las 750 constituidas en España, según el último dato publicado en enero de 2021. La mayoría de las veces es la mujer la que se incorpora a la explotación de un hombre para poder cotizar los dos, contar con beneficios fiscales y acceder a ayudas. Pero no siempre sucede así.

¿Dónde está el jefe?, le preguntan a veces en Las Pintas a Inés Velasco los comerciales que acuden a su granja de vacuno de leche mientras su marido, Juan Manuel Suárez, se mueve por el campo

“Las mujeres sí cotizaban en León. Y esta fórmula ha venido a dar desarrollo legal a algo que existió toda la vida”, destaca el técnico de Asaja (Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores), Jesús Arias, responsable del área de incorporación al campo del sindicato que más titularidades compartidas gestiona. Frente a la pantalla del ordenador, calcula en menos de un 10% las explotaciones en las que la mujer ha ido por delante del hombre. El porcentaje sube hasta el 20% en los casos en los que la incorporación fue simultánea. Y hay situaciones excepcionales como la que protagonizan en el Alto Sil Isidro Lorences y Baldomero López, que forman la única titularidad compartida compuesta por dos personas del mismo sexo en Castilla y León.

La mujer no ha sido nunca ni mucho menos un convidado de piedra en el sector primario de la provincia. “Aquí era un matriarcado total”, sentencia Ruth García, que nació y creció en Madrid, pero visitaba en vacaciones el pueblo de su madre, Truchillas, en el municipio de Truchas, en la Cabrera. Trabajaba en la capital como auxiliar administrativo cuando, mucho antes que quienes ahora se han animado a tratar de revertir el éxodo rural por las consecuencias de la pandemia, quiso vivir en un pueblo y volvió al materno. Tras un intento frustrado de mantener una tienda en León, lanzó en 2010 una explotación de vacuno de carne mientras su marido, Amador Madero (del pueblo vecino de Baíllo), todavía ejercía como chófer. Su caso no era raro en Truchillas. “Pero a la gente de Madrid sí le extrañaba que me viniera a un pueblo tan pequeño y apartado”, reconoce.

Aquí era un matriarcado total, cuenta desde la Cabrera Ruth García, que nació y creció en Madrid, pero quiso regresar al pueblo de su madre, Truchillas. Tratar con las vacas, al principio, me imponía mucho, reconoce

“De Londres a las vacas”, le decían su hermano y sus amigos a Sara Rey, que llegó a trabajar dos años en una empresa farmacéutica en la capital británica. Nacida en Burgos cuando su padre estaba destinado allí como guardia civil, se trasladó luego con su familia a Otero de Naraguantes (Fabero). Estudió Turismo en Ponferrada, donde estaba empleada como teleoperadora cuando formalizó en 2016 una media incorporación al campo para gestionar una explotación de vacuno de carne en Fresnedelo (Peranzanes), de donde desciende su pareja, Rubén Carro, que estiró su profesión como mecánico en cielos abiertos hasta el fin del carbón en 2018. Sin que ninguno de los dos lo hubiera imaginado antes, la ganadería ha sido su alternativa.

De Málaga a Onamio (Molinaseca), le podrían decir ahora a Delia Heredia, que hizo primero escala en Ponferrada para estudiar Fisioterapia. Ingeniería Forestal cursaba también en el Campus del Bierzo Javier Barreiro, cuya familia se había trasladado al poblado minero. “Conocí a Javi..., y decidí quedarme”, cuenta ella. Él tenía tres colmenas por afición; ahora suman 400 bajo la marca Apícola El Ramayal. Heredia, que fue la primera en formalizar la incorporación, se encuentra con muchas otras compañeras titulares de explotaciones cuando va a vender miel a la cooperativa. Y cuenta también con el apoyo inestimable de su suegra, Marisa Lorenzo, hasta cerrar el círculo de mujeres que son a la vez representantes de una minoría y continuadoras de una tradición.

“Las mujeres siempre se dieron de alta en el campo”

La correa femenina de transmisión la puede ilustrar en primera persona Inés Velasco. “En los pueblos de aquí las mujeres siempre se dieron de alta”, constata ahora que ha reconvertido la explotación heredada de su madre hasta sumar 80 cabezas en ordeño, 150 en total. La pregunta, ahora que ve crecer a sus hijas, de 16 y 12 años de edad, es si habrá o no otro eslabón en la cadena familiar. “Lo primero es que estudien. Les gusta esto, pero se dan cuenta de que aquí siempre hay que hacer”, advierte con un ejemplo que lo dice todo: “En veinte años apenas habremos ido cuatro veces a la playa”.

Las mujeres pueden incluso beneficiarse de una 'discriminación positiva' a la hora de acceder a ciertas ventajas fiscales. “Y yo eso no lo veo muy bien”, sugiere Delia Heredia. Aunque el papel femenino en el sector esté normalizado en el rural, Sara Rey sí dice haber percibido detrás del mostrador de la administración un recelo sobre su capacidad para cumplir las condiciones y gestionar una explotación: “Y, curiosamente, lo noté con mujeres y no con hombres”. Acostumbrada a manejarse en el medio urbano, Ruth García tuvo que adaptarse: “Tratar con las vacas, al principio, me imponía mucho. En temas de papeles como la Unidad Veterinaria veo más mujeres. Cuando se trata de vender animales hablan más con él”. E Inés Velasco, con su marido más acostumbrado a salir al campo, reivindica su propio espacio: “Yo estoy más en la granja”.

Delia Heredia, que vino de Málaga a estudiar Fisioterapia a Ponferrada y ahora gestiona desde Onamio con Javier Barreiro 400 colmenas, admite que la mujer tiene una 'discriminación positiva' para acceder a ayudas fiscales: Y eso no lo veo muy bien

Aunque la incorporación de la mujer al campo responde a una tradición, el hecho de que asuma la titularidad de la explotación antes que su pareja se refleja apenas en los últimos años en la estadística de una fórmula que está ganando enteros a fuerza de promocionarla. “La figura de la titularidad compartida se está potenciando desde las administraciones. Y creo que va seguir creciendo”, augura el técnico de Asaja al hacer ver los beneficios de una herramienta que permite también acceder a ayudas a menores de 41 años. Así lo pronostica incluso sin dejar de admitir que hoy, en una provincia ávida de alternativas, “hasta ser agricultor ya no es fácil, y menos si se trata de ser ganaderos” y abrir nuevas explotaciones.

La ganadería, dura y sacrificada, aparece como alternativa en una cuenca minera carbonera como la de Fabero-Sil, donde Rubén Carro vio el cierre de la última explotación a cielo abierto, la Gran Corta, en noviembre de 2018. A renglón seguido se incorporó a la explotación ganadera de su mujer, que completó su jornada tras dejar el trabajo como teleoperadora. Y han ido dando pasos prácticamente de cero sin experiencia en el sector con el asesoramiento imprescindible de Asaja. “Sin esa ayuda nos habría sido imposible”, agradecen ahora que admiten las dificultades para aumentar una cabaña de más de 150 cabezas por las propias limitaciones de la zona. “Hoy ya no es fácil que haya incorporaciones en ganadería extensiva porque ya están copados los pastos”, corrobora desde el sindicato agrario Jesús Arias.

De Londres a las vacas, le decían a Sara Rey, que llegó a trabajar en una empresa farmacéutica en la capital británica y ahora gestiona una explotación de vacuno de carne en Fresnedelo (Peranzanes) con su marido, Rubén Carro, antiguo mecánico en cielos abiertos mineros

La pizarra todavía es una fuente importante de actividad económica en la Cabrera. “Mientras haya canteras, los jóvenes tirarán por ahí. Tienes tu sueldo, tus vacaciones... Aquí estamos cuatro valientes. Y muchos lo hacemos por vocación”, advierte Amador Madero, quien, no obstante, reivindica la importancia del sector primario “como se ha comprobado durante la pandemia” sin obviar los “peligros” del cambio climático en forma de fenómenos como las sequías. Ellos, que se decidieron a lanzarse a la ganadería cuando empezaron en 2010 a formar una familia y ahora tienen dos niñas de 11 y 9 años, incluso llegaron a compatibilizar durante cinco años las vacas con las cabras.

La minería fue en su día de hierro en Onamio, donde hoy uno de los filones son las colmenas. Hasta 400 gestionan en el municipio de Molinaseca y otros colindantes Delia Heredia y Javier Barreiro, quien avala la viabilidad de un negocio que se enfrenta a hándicaps como de la enfermedad causada por la varroa, la presencia de la avispa asiática, los osos o la trashumancia ilegal con la esperanza puesta en la parece que inminente consecución de una IGP (Indicación Geográfica Protegida) poniendo una vela por la unidad del sector. “Los dos hacemos de todo. Y es muy viable se te gusta y no cuentas tu tiempo”, dicen ahora que venden también en Madrid y que prevén incluso contratar personal de forma puntual.

“La ganadería es lo único que fija población en el rural”

Al este de la provincia, en Las Pintas, Juan Manuel Suárez fue camionero y operario de la construcción hasta que se volcó en la explotación ganadera de su mujer, un trabajo más sacrificado sin horarios ni vacaciones y cada vez con menos márgenes de beneficios. “Y la ganadería es lo único que fija población en el campo”, subraya sin omitir que sopesan la idea de derivarse en el futuro a la agricultura, que ya exploran de manera complementaria con forrajes para el ganado, maíz o trigo. “Llegará un momento en el que la cabeza no asuma este estrés diario”, añade al alertar de que el formato de explotación familiar está en vías de extinción ante la competencia de grandes extensiones.

“Hay que pensar en esto como una ilusión y no como un trabajo”, sentencia Rubén Carro, que sufrió la inestabilidad laboral de los estertores del sector minero y es el único que se decantó por la ganadería mientras muchos de sus compañeros se fueron a las minas de Riotinto, en Huelva. “No puedes hacer planes”, asume a su lado Sara Rey tras dejar dormido a su niño. La mayor de Ruth García y Amador Madero ya pasará el año que viene al instituto, por lo que tendrá que desplazarse de Truchillas a Astorga o La Bañeza como muy cerca. “Hay que revitalizar los pueblos con gente, no con dinero”, reclama el padre de una niña que quiere estudiar Veterinaria, quién sabe si el siguiente eslabón de una cadena que responde a una tradición en la provincia de León.

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